6/08/2016, 23:52
Después de que aquel hombre siguiese admitiendo que él era inocente de robar a las pobres e indefensas gallinas y de hacerles fotos para mandarlas a su legítimo dueño, o bueno, eso parecía. Eri quería volver a replicarle y enseñarle modales que al parecer el hombre no tenía, quizás estaba demasiado enfadado como para recordar que ante todo, un buen shinobi de Uzushiogakure tenía que demostrar su buena educación.
Eso había aprendido ella a base de golpes.
— ¿Ah, sí? Entonces, ¿cómo explicas ESTO? — Y proclamando su decisión mediante la voz, sacó de su bolsillo derecho un dulce derretido que enseñó alzándolo con su mano diestra. — Ups, bolsillo equivocado. Esto es un cereal del desayuno que me estaba guardando para merendar. — Eri se llevó una mano a la frente mientras negaba con suavidad, intentando ignorar lo que acababa de pasar mientras el Uchiha buscaba en el lado opuesto del pantalón — Ajá, ¿cómo explicas ESTO? — Esta vez sacó una de las imágenes de Takeshi.
El hombre le arrebató la foto al rubio mientras los miraba con cara de póquer y la observó detenidamente mientras Nabi seguía con su discurso, Eri, por su parte, solo se dedicó a escuchar a ambos.
— Robabas las gallinas de Takamoto y después le mandabas fotos jactandote de ello. Admítelo y hablaré bien de ti ante Shiona-sama.
—Takeshi. — Corrigió, un tanto molesta por tener que meterse en la conversación de esa forma.
—Pero... ¡Si este es mi sótano! ¿Habéis sido vosotros los que habéis echo esta foto? — Volvió a exclamar, claramente enfurecido. —Repito que yo no he robado nada, ¡ni si quiera sé como funciona una cámara de fotos!
—Pero yo síii... — Una voz melosa resonó por todo el pasillo, haciendo que las gallinas que cacareaban en la casa se paralizasen de miedo y que el propio dueño del lugar temblase. —Onii-chaaan... ¿Quién es esta gente y por qué están jugando con mis gallinas?
El muchacho tragó grueso y se giró para encarar a lo que podía ser su hermana menor, aunque de menor tenía poco, ya que rondaba los quince o dieciséis años mientras que el hombre, ¿qué tendría? ¿Veintidós? Sin embargo, algo en su cabeza pareció hacer chás y sus cejas se enarcaron.
— ¿Tú sabías que estas gallinas son de un tal Takeshi? — Preguntó.
—Claro, y tu seguirías sin saberlo de no ser por estos estúpidos entrometidos. — Argumentó. —¡Pero no devolveré las gallinas! Quien se las encuentra, se las queda.
Eso había aprendido ella a base de golpes.
— ¿Ah, sí? Entonces, ¿cómo explicas ESTO? — Y proclamando su decisión mediante la voz, sacó de su bolsillo derecho un dulce derretido que enseñó alzándolo con su mano diestra. — Ups, bolsillo equivocado. Esto es un cereal del desayuno que me estaba guardando para merendar. — Eri se llevó una mano a la frente mientras negaba con suavidad, intentando ignorar lo que acababa de pasar mientras el Uchiha buscaba en el lado opuesto del pantalón — Ajá, ¿cómo explicas ESTO? — Esta vez sacó una de las imágenes de Takeshi.
El hombre le arrebató la foto al rubio mientras los miraba con cara de póquer y la observó detenidamente mientras Nabi seguía con su discurso, Eri, por su parte, solo se dedicó a escuchar a ambos.
— Robabas las gallinas de Takamoto y después le mandabas fotos jactandote de ello. Admítelo y hablaré bien de ti ante Shiona-sama.
—Takeshi. — Corrigió, un tanto molesta por tener que meterse en la conversación de esa forma.
—Pero... ¡Si este es mi sótano! ¿Habéis sido vosotros los que habéis echo esta foto? — Volvió a exclamar, claramente enfurecido. —Repito que yo no he robado nada, ¡ni si quiera sé como funciona una cámara de fotos!
—Pero yo síii... — Una voz melosa resonó por todo el pasillo, haciendo que las gallinas que cacareaban en la casa se paralizasen de miedo y que el propio dueño del lugar temblase. —Onii-chaaan... ¿Quién es esta gente y por qué están jugando con mis gallinas?
El muchacho tragó grueso y se giró para encarar a lo que podía ser su hermana menor, aunque de menor tenía poco, ya que rondaba los quince o dieciséis años mientras que el hombre, ¿qué tendría? ¿Veintidós? Sin embargo, algo en su cabeza pareció hacer chás y sus cejas se enarcaron.
— ¿Tú sabías que estas gallinas son de un tal Takeshi? — Preguntó.
—Claro, y tu seguirías sin saberlo de no ser por estos estúpidos entrometidos. — Argumentó. —¡Pero no devolveré las gallinas! Quien se las encuentra, se las queda.