17/09/2016, 05:01
(Última modificación: 17/09/2016, 05:03 por Hanamura Kazuma.)
Observó cómo se encendía aquella luz que le prevenía de la proximidad del tren. Las personas de su alrededor la miraban con atención, esperando que cambiase al siguiente color para comenzar a moverse. El joven de ojos grises se permitió ser un poco más escéptico, pues al asomarse por el borde de la plataforma y mirar a lo lejos como los carriles se perdían en la noche, no logro distinguir señal alguna del expreso que estaba esperando.
«Está haciendo un poco de frío... y mucho viento.», pensó mientras se frotaba las manos enguantadas.
Llovía con fuerza y el vendaval arreciaba constantemente en medio de la parcial oscuridad. Para un extranjero como él, aquello parecía una gran tormenta, pero en realidad era el clima habitual en la ciudad de Shinogi-To. Había tenido la precaución de comprar un paraguas y ropa adecuada, pero resultaba esperar demasiado el que le mantuviesen seco indefinidamente. Se cubría tanto como podía, pero el techo del andén poco podía hacer contra una lluvia que por momentos golpeada de manera casi vertical.
«Creo que el tren se va a retrasar…», concluyo mientras extraía su reloj, una hermosa pieza de acero negro con filigrana y componentes de oro bruñido. Presiono un botón y la cubierta se levantó, mostrando como aquel trió de agujas doradas mostraban la hora con absoluta precisión. «Cinco minutos para la media noche.», se dijo mientras las gotas de agua, imbuidas con la poca luz existente, chocaban contra el cristal del refinado artefacto.
Paso unos minutos sumido en sus pensamientos, medio hipnotizado por el arrítmico y constante aullar de la tempestad. Estaba a punto de volver a recurrir a su mecanismo de tiempo, para confirmar que se había pasado la hora de llegada, pero una serie de sonidos nacidos de la lejana oscuridad le detuvieron. Lo primero fue el inconfundible silbato de un locomotora, un sonido lo suficientemente poderoso como para imponerse a los truenos y al resto de la borrasca. Lo segundo fue una luz lejana, una llama tenue y difusa que iba aumentando en intensidad mientras aquella máquina avanzaba. Finalmente, estuvo el vibrar de las vías a medida que el descomunal peso se desplazaba sobre ellas.
El tren se detuvo frente al Ishimura a los pocos segundos, seguido por una abundante estela de vapor cálido, creado por la infernal temperatura a la que debía de trabajar la caldera. Por pura curiosidad se fijó en la hora—. Las doce en punto, justo a tiempo.
Observó su reflejo en una de las ventanas empapadas, y se tomó un segundo para acomodar sus ropajes; Una larga gabardina del color del vino tinto, a juego con un sombrero tipo fedora y una gruesa bufanda color beige. Resultaban darle un aspecto un tanto… taciturno y elegante.
—Kombanwa —dijo a nadie en particular mientras entraba en el vagón más cercano. Cerró su paraguas y continuó en silencio.
Se encaminó hacia un asiento en el extremo más cercano, el que lucía más cálido. No se fijó en ningún detalle, además de que el vagón yacía bastante desocupado. Se dejó caer en el asiento sin siquiera quitarse la gabardina.
Se disponía a cerrar los ojos, pero antes echó un último vistazo por sobre las butacas. Lo único que logro captar su atención fue un sujeto que yacía de pie y que lucía bastante inquietó. «Quizás es la primera vez que monta en tren y está nervioso… Es algo normal…», fue lo último que pensó antes de disponerse a repasar lo que había hecho y lo que faltaba por hacer.
«Está haciendo un poco de frío... y mucho viento.», pensó mientras se frotaba las manos enguantadas.
Llovía con fuerza y el vendaval arreciaba constantemente en medio de la parcial oscuridad. Para un extranjero como él, aquello parecía una gran tormenta, pero en realidad era el clima habitual en la ciudad de Shinogi-To. Había tenido la precaución de comprar un paraguas y ropa adecuada, pero resultaba esperar demasiado el que le mantuviesen seco indefinidamente. Se cubría tanto como podía, pero el techo del andén poco podía hacer contra una lluvia que por momentos golpeada de manera casi vertical.
«Creo que el tren se va a retrasar…», concluyo mientras extraía su reloj, una hermosa pieza de acero negro con filigrana y componentes de oro bruñido. Presiono un botón y la cubierta se levantó, mostrando como aquel trió de agujas doradas mostraban la hora con absoluta precisión. «Cinco minutos para la media noche.», se dijo mientras las gotas de agua, imbuidas con la poca luz existente, chocaban contra el cristal del refinado artefacto.
Paso unos minutos sumido en sus pensamientos, medio hipnotizado por el arrítmico y constante aullar de la tempestad. Estaba a punto de volver a recurrir a su mecanismo de tiempo, para confirmar que se había pasado la hora de llegada, pero una serie de sonidos nacidos de la lejana oscuridad le detuvieron. Lo primero fue el inconfundible silbato de un locomotora, un sonido lo suficientemente poderoso como para imponerse a los truenos y al resto de la borrasca. Lo segundo fue una luz lejana, una llama tenue y difusa que iba aumentando en intensidad mientras aquella máquina avanzaba. Finalmente, estuvo el vibrar de las vías a medida que el descomunal peso se desplazaba sobre ellas.
El tren se detuvo frente al Ishimura a los pocos segundos, seguido por una abundante estela de vapor cálido, creado por la infernal temperatura a la que debía de trabajar la caldera. Por pura curiosidad se fijó en la hora—. Las doce en punto, justo a tiempo.
Observó su reflejo en una de las ventanas empapadas, y se tomó un segundo para acomodar sus ropajes; Una larga gabardina del color del vino tinto, a juego con un sombrero tipo fedora y una gruesa bufanda color beige. Resultaban darle un aspecto un tanto… taciturno y elegante.
—Kombanwa —dijo a nadie en particular mientras entraba en el vagón más cercano. Cerró su paraguas y continuó en silencio.
Se encaminó hacia un asiento en el extremo más cercano, el que lucía más cálido. No se fijó en ningún detalle, además de que el vagón yacía bastante desocupado. Se dejó caer en el asiento sin siquiera quitarse la gabardina.
Se disponía a cerrar los ojos, pero antes echó un último vistazo por sobre las butacas. Lo único que logro captar su atención fue un sujeto que yacía de pie y que lucía bastante inquietó. «Quizás es la primera vez que monta en tren y está nervioso… Es algo normal…», fue lo último que pensó antes de disponerse a repasar lo que había hecho y lo que faltaba por hacer.