21/09/2016, 04:01
Antes de aventurarse hacia aquel entorno lleno de adultos cargados de deseos impuros, el joven de blanca cabellera dio un último vistazo a su compañera temporal.
«Solo espero que ella pueda mantener la compostura hasta que hayamos cumplido nuestro objetivo… Espero que yo también pueda mantenerla», se dijo.
Sin más dilaciones, se adentro en aquel sitio.
Comenzó a caminar pegándose a la pared, tratando de emular a un señor mayor, pero asegurándose de no parecer sospechoso. Se mantenía en las sombras, esperando que la joven que le acompañaba hiciese lo mismo. Cada tantos pasos observaba hacia donde yacía su objetivo, comprobando que la distancia que los separaba era cada vez menor. Sin embargo, la mayoría del tiempo sus ojos apuntaban al suelo, hacia el lugar donde daría el próximo paso. No solo buscaba mantener su concentración en lo que estaba haciendo, sino que trataba de evitar la peligrosa posibilidad de cruzar miradas con alguna meretriz.
«Hay tantas… ¡No, no, mantente concentrado!», se dijo con firmeza.
No podía recordar que un tramo de pasillo se le hubiese hecho tan largo en alguna ocasión pasada. La música no era mala, pero invitaba demasiado a desinhibirse. Las risas finamente ensayadas y el caminar elegante y sugestivo de aquellas experimentadas mujeres eran ameno martirio.
En aquel lugar, el mayor peligro era la curiosidad: La curiosidad casi infinita que siente un joven adolecente por las nuevas posibilidades del mundo adulto. Una curiosidad que venía acompañada por un temor y nerviosismo igual de grandes. Una curiosidad que lo hacía sentirse como una polilla revoloteando alrededor de una calidad hoguera.
Cuando creyó haber recorrido exitosamente la mitad del camino, el primer obstáculo inevitable se plantó ante él; Una veinteañera de piel bronceada y rasgos agraciados, ataviada con un corto vestido de encaje blanco que insinuaba una figura cautivadora.
Sus repentinos gestos y palabras pusieron al Ishimura contra la espada y la pared.
—¡Hola, Ojisan! —exclamó, con una sonrisa coqueta y una voz atrayente—. Seguramente busca algo en lo que podría servirle ¿Cierto? —aseguro con un poco de malicia bien dirigida.
«¡¿Ahora qué hago?! —se preguntó desesperado, mientras trataba inútilmente de desviar la mirada—. Espera… me ha confundió con un anciano… ¡Sí! Solo debo decirle que ya estoy en compañía… Si, es eso nada más. Sin problemas. Solo tengo que decírselo.»
En el caos de su mente era sencillo el decirlo, pero en la realidad abrió la boca y se quedó callado. Sus manos temblaban, sus ojos la recorrían de arriba abajo, sus manos, escondidas tras él, temblaban visiblemente y sus mejillas estaban encendidas. Solo tenía que decirle un “no gracias” o algo similar, pero no lograba que su cuerpo y voz coordinarán… se había quedado congelado y con pocas o ninguna posibilidad de seguir avanzando.
«Solo espero que ella pueda mantener la compostura hasta que hayamos cumplido nuestro objetivo… Espero que yo también pueda mantenerla», se dijo.
Sin más dilaciones, se adentro en aquel sitio.
Comenzó a caminar pegándose a la pared, tratando de emular a un señor mayor, pero asegurándose de no parecer sospechoso. Se mantenía en las sombras, esperando que la joven que le acompañaba hiciese lo mismo. Cada tantos pasos observaba hacia donde yacía su objetivo, comprobando que la distancia que los separaba era cada vez menor. Sin embargo, la mayoría del tiempo sus ojos apuntaban al suelo, hacia el lugar donde daría el próximo paso. No solo buscaba mantener su concentración en lo que estaba haciendo, sino que trataba de evitar la peligrosa posibilidad de cruzar miradas con alguna meretriz.
«Hay tantas… ¡No, no, mantente concentrado!», se dijo con firmeza.
No podía recordar que un tramo de pasillo se le hubiese hecho tan largo en alguna ocasión pasada. La música no era mala, pero invitaba demasiado a desinhibirse. Las risas finamente ensayadas y el caminar elegante y sugestivo de aquellas experimentadas mujeres eran ameno martirio.
En aquel lugar, el mayor peligro era la curiosidad: La curiosidad casi infinita que siente un joven adolecente por las nuevas posibilidades del mundo adulto. Una curiosidad que venía acompañada por un temor y nerviosismo igual de grandes. Una curiosidad que lo hacía sentirse como una polilla revoloteando alrededor de una calidad hoguera.
Cuando creyó haber recorrido exitosamente la mitad del camino, el primer obstáculo inevitable se plantó ante él; Una veinteañera de piel bronceada y rasgos agraciados, ataviada con un corto vestido de encaje blanco que insinuaba una figura cautivadora.
Sus repentinos gestos y palabras pusieron al Ishimura contra la espada y la pared.
—¡Hola, Ojisan! —exclamó, con una sonrisa coqueta y una voz atrayente—. Seguramente busca algo en lo que podría servirle ¿Cierto? —aseguro con un poco de malicia bien dirigida.
«¡¿Ahora qué hago?! —se preguntó desesperado, mientras trataba inútilmente de desviar la mirada—. Espera… me ha confundió con un anciano… ¡Sí! Solo debo decirle que ya estoy en compañía… Si, es eso nada más. Sin problemas. Solo tengo que decírselo.»
En el caos de su mente era sencillo el decirlo, pero en la realidad abrió la boca y se quedó callado. Sus manos temblaban, sus ojos la recorrían de arriba abajo, sus manos, escondidas tras él, temblaban visiblemente y sus mejillas estaban encendidas. Solo tenía que decirle un “no gracias” o algo similar, pero no lograba que su cuerpo y voz coordinarán… se había quedado congelado y con pocas o ninguna posibilidad de seguir avanzando.