25/09/2016, 18:02
—Oye, Datsue. —No sabía por qué, pero Datsue ya sabía lo que vendría a continuación, como si pudiese leer a su viejo amigo Koichi sin necesidad del Sharingan—. Ciertos clientes siguen dándome la lata con aquellos asuntos que te había comentado hace tiempo, ¿recuerdas?
Datsue suspiró, hastiado.
—Cómo no recordarlo… ¡Si me lo dices cada PUTO día que vengo a verte! —exclamó, dando un puñetazo sobre la mesa. Lo peor de todo era que cada vez se sentía más tentado de escuchar la famosa oferta de aquellos clientes.
Koichi levantó las palmas de las manos, como pidiendo tregua.
—Tranquilo, fracaso de Jinchuuriki, tranquilo… Solo pensé que quizá querrías oír la oferta. Especialmente tras lo ocurrido en Minori… Últimamente te estás acostumbrando a volver con el rabo entre las piernas tras cada Gran Negocio que se te ocurre hacer, ¿eh?
Datsue le enseñó los dientes y se bebió el contenido de su vaso de un trago, estampándolo contra la barra como si acabase de tragarse el sake más cargado del mundo y no el zumo de frutas que en realidad era.
—¡Cuidado, campeón, no te me vayas a atragantar! —rugió Koichi, estallando en carcajadas. Por la cara que compuso Datsue, el viejo tabernero pudo saber que ya estaba harto de tanto vacile—. Venga, venga. No te lo tomes a mal… ¡Por cierto! ¿Has leído ese anuncio que han pegado en mi puerta? —Datsue se encogió de hombros. Había leído la primera mitad y ni se había tomado la molestia de terminar. Si un hombre era tan pobre que ni podía permitirse el lujo de pedir una misión como Dios manda a Takigakure, no se merecía ni su más mínima atención—. Al parecer arrenda la Finca Makoto. ¿Sabes lo importante que era aquella familia antiguamente? Y no es que sea un hombre que se interese mucho por esas cosas, precisamente, pero esa casa debe contener un jodido paraíso histórico en su interior.
—Ajá… Pues muy bien, tú —Datsue se levantó y dejó un billete de cinco ryos—. Pero lo cierto es que ando muy ocupado con misiones oficiales. Oye, ya nos veremos. Estaba de paso simplemente.
—Vale, vale. Cómo quieras. ¡Aunque es una pena! —exclamó, cuando el Uchiha ya estaba abriendo la puerta para salir de la taberna—. ¡Porque al final de la nota pone que hay una recompensa de dos mil ryos! ¡DOS MIL RYOS!
Las orejas de Datsue se levantaron como un resorte, al igual que harían las de un cervatillo asustado al oír peligro.
—Ahora que lo dices... Algo me suena ese tal Makito, sí.
—Makoto.
—Eso, eso... Y dices que tiene gran valor histórico, ¿no? Interesante. Muy interesante...
… Y ahí estaba Datsue, sin ser capaz ver a tres palmos de sus narices y más perdido que un Uzureño en combate. ¿Y todo por qué? Por apiadarse de un pobre hombre y su desgracia.
—Tengo un corazón que no me cabe en el pecho —dijo, sonriente, al distinguir un letrero entre la espesa niebla.
Cuando entró en la posada, la poca clientela pudo reconocer en él a un joven de trece años, con el pelo atado en un simple moño y sin más equipaje que sus propias ropas, las cuales se constituían por una simple camisa blanca y unos pantalones cagados que le llegaban hasta debajo de los gemelos.
Se acodó en la barra, al lado de un joven muchacho de capa negra que parecía estar leyendo una nota, y esperó a que el camarero se dignase a pasar. Fue entonces cuando se dio cuenta.
—¡TÚ! —exclamó, acusador, señalando con el dedo índice el rostro del mozuelo.
De Akame.
Datsue suspiró, hastiado.
—Cómo no recordarlo… ¡Si me lo dices cada PUTO día que vengo a verte! —exclamó, dando un puñetazo sobre la mesa. Lo peor de todo era que cada vez se sentía más tentado de escuchar la famosa oferta de aquellos clientes.
Koichi levantó las palmas de las manos, como pidiendo tregua.
—Tranquilo, fracaso de Jinchuuriki, tranquilo… Solo pensé que quizá querrías oír la oferta. Especialmente tras lo ocurrido en Minori… Últimamente te estás acostumbrando a volver con el rabo entre las piernas tras cada Gran Negocio que se te ocurre hacer, ¿eh?
Datsue le enseñó los dientes y se bebió el contenido de su vaso de un trago, estampándolo contra la barra como si acabase de tragarse el sake más cargado del mundo y no el zumo de frutas que en realidad era.
—¡Cuidado, campeón, no te me vayas a atragantar! —rugió Koichi, estallando en carcajadas. Por la cara que compuso Datsue, el viejo tabernero pudo saber que ya estaba harto de tanto vacile—. Venga, venga. No te lo tomes a mal… ¡Por cierto! ¿Has leído ese anuncio que han pegado en mi puerta? —Datsue se encogió de hombros. Había leído la primera mitad y ni se había tomado la molestia de terminar. Si un hombre era tan pobre que ni podía permitirse el lujo de pedir una misión como Dios manda a Takigakure, no se merecía ni su más mínima atención—. Al parecer arrenda la Finca Makoto. ¿Sabes lo importante que era aquella familia antiguamente? Y no es que sea un hombre que se interese mucho por esas cosas, precisamente, pero esa casa debe contener un jodido paraíso histórico en su interior.
—Ajá… Pues muy bien, tú —Datsue se levantó y dejó un billete de cinco ryos—. Pero lo cierto es que ando muy ocupado con misiones oficiales. Oye, ya nos veremos. Estaba de paso simplemente.
—Vale, vale. Cómo quieras. ¡Aunque es una pena! —exclamó, cuando el Uchiha ya estaba abriendo la puerta para salir de la taberna—. ¡Porque al final de la nota pone que hay una recompensa de dos mil ryos! ¡DOS MIL RYOS!
Las orejas de Datsue se levantaron como un resorte, al igual que harían las de un cervatillo asustado al oír peligro.
—Ahora que lo dices... Algo me suena ese tal Makito, sí.
—Makoto.
—Eso, eso... Y dices que tiene gran valor histórico, ¿no? Interesante. Muy interesante...
...
… Y ahí estaba Datsue, sin ser capaz ver a tres palmos de sus narices y más perdido que un Uzureño en combate. ¿Y todo por qué? Por apiadarse de un pobre hombre y su desgracia.
—Tengo un corazón que no me cabe en el pecho —dijo, sonriente, al distinguir un letrero entre la espesa niebla.
Cuando entró en la posada, la poca clientela pudo reconocer en él a un joven de trece años, con el pelo atado en un simple moño y sin más equipaje que sus propias ropas, las cuales se constituían por una simple camisa blanca y unos pantalones cagados que le llegaban hasta debajo de los gemelos.
Se acodó en la barra, al lado de un joven muchacho de capa negra que parecía estar leyendo una nota, y esperó a que el camarero se dignase a pasar. Fue entonces cuando se dio cuenta.
—¡TÚ! —exclamó, acusador, señalando con el dedo índice el rostro del mozuelo.
De Akame.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado