27/09/2016, 17:16
Un brillo satisfecho se reflejó en los oscuros ojos de Akame cuando su compañero de Villa sugirió una provechosa alianza. El Uchiha sintió ganas de dar un grito de júbilo, de pegar un fuerte golpetazo a la barra y brindar por el éxito de la empresa —aunque fuera con té—, pero... Era Uchiha Akame. No era su modo de hacer las cosas. En lugar de eso, se limitó a sonreír, contento, y a dar otro sorbo a su taza.
—Me parece una decisión muy acertada, Datsue-kun —entonces se volvió hacia el calvo de Ame, y antes de que pudiera decir nada, el tipo ya había aceptado, entre bromas con el otro Uchiha—. Será un placer trabajar contigo, Karamaru-kun, si de verdad eres tan diligente como asegura mi compañero.
La cuadrilla estaba hecha. Pese a que Akame tenía sus dudas sobre los motivos de uno y otro aliado, y de que, evidentemente, jamás se fiaría de ellos, sentía que habían dado un buen primer paso hacia el éxito. «Además, seguro que Datsue-kun se conforma con el dinero, y este chico de la Lluvia no parece problemático... No, no debo hay que prejuzgar. Tengo que mantenerlo vigilado».
Como Akame no entendía las bromas que hacían sus dos compañeros, se limitó a repasar otra vez, punto por punto, coma por coma, el anuncio. «La Finca Makoto. Suena a lugar importante».
—¡Disculpe, camarero! —llamó al muchacho que atendía la barra—. La Finca Makoto queda cerca de aquí, ¿cierto?
El chaval, mayor que ellos pero aun así joven —como delataban sus facciones— respondió con una mirada apática mientras secaba una jarra de cristal con su paño de tela, la clase de mirada que un camarero lanza a uno de tantos clientes. Sin embargo, cuando Akame mencionó la misteriosa propiedad inmobiliaria del señor Itachi, el mesero se quedó atónito un instante. Sus ojos examinaron primero al Uchiha, luego a Datsue, seguidamente a Karamaru, y finalmente al papel que éstos tenían frente a sí, sobre la barra de madera.
—En efecto, la Finca se encuentra aquí, en Kawabe —contestó finalmente, con tono seco—. Pero debo advertirles que... —de repente se detuvo, como cayendo en la cuenta de algo—. Ah, es igual. Creo que ustedes no vienen a alquilar.
—Me parece una decisión muy acertada, Datsue-kun —entonces se volvió hacia el calvo de Ame, y antes de que pudiera decir nada, el tipo ya había aceptado, entre bromas con el otro Uchiha—. Será un placer trabajar contigo, Karamaru-kun, si de verdad eres tan diligente como asegura mi compañero.
La cuadrilla estaba hecha. Pese a que Akame tenía sus dudas sobre los motivos de uno y otro aliado, y de que, evidentemente, jamás se fiaría de ellos, sentía que habían dado un buen primer paso hacia el éxito. «Además, seguro que Datsue-kun se conforma con el dinero, y este chico de la Lluvia no parece problemático... No, no debo hay que prejuzgar. Tengo que mantenerlo vigilado».
Como Akame no entendía las bromas que hacían sus dos compañeros, se limitó a repasar otra vez, punto por punto, coma por coma, el anuncio. «La Finca Makoto. Suena a lugar importante».
—¡Disculpe, camarero! —llamó al muchacho que atendía la barra—. La Finca Makoto queda cerca de aquí, ¿cierto?
El chaval, mayor que ellos pero aun así joven —como delataban sus facciones— respondió con una mirada apática mientras secaba una jarra de cristal con su paño de tela, la clase de mirada que un camarero lanza a uno de tantos clientes. Sin embargo, cuando Akame mencionó la misteriosa propiedad inmobiliaria del señor Itachi, el mesero se quedó atónito un instante. Sus ojos examinaron primero al Uchiha, luego a Datsue, seguidamente a Karamaru, y finalmente al papel que éstos tenían frente a sí, sobre la barra de madera.
—En efecto, la Finca se encuentra aquí, en Kawabe —contestó finalmente, con tono seco—. Pero debo advertirles que... —de repente se detuvo, como cayendo en la cuenta de algo—. Ah, es igual. Creo que ustedes no vienen a alquilar.