14/10/2016, 13:46
La calle estaba llena y alborotada con el bullicio de las horas nocturnas. La lluvia jamás había sido impedimento para disfrutar de un pincho de carne a la mitad de la calle y esa noche no sería la excepción. Habían incluso niños a aquellas horas en que la lujuria y el desenfreno son dueños hasta del más recatado de todos, pero esa noche era especial. Había una celebración que coloreaba las siempre grises calles de Amegakure y las llenaba de vida, de un brillo especial cuyo origen aún Maar desconocía.
Sin embargo, ella tambien se había colado entre la muchedumbre y se paseaba bajo su paraguas negro, cubierta de azul y blanco, con un vestido que a penas traspasaba sus rodillas y le cubría los brazos; bajo este llevaba una blusa que protegía parte de su cuello. Su bandana ninja reposaba por encima del traje, en el cuello. No parecía vestida para una fiesta sino más bien una mujer de muchos años buscando a su hijo adolescente en un bar. Aunque ignoraba por completo su falta de estilo, parecía disfrutar de estar rodeada de gente y de esos platillos de calle tan típicos de Amegakure.
En cierto momento se detuvo frente a una tienda, una que sólo estaba abierta en el día, en donde se vendían artículos para pintar y dibujar << Hace mucho tiempo no lo dibujo. >> se dijo, tocando con la llema de sus dedos un pequeño símbolo del clan nara bordado en el pecho de su traje. Se había quedado un instante suspendida en sus pensamientos, junto al ventanal de la tienda, cuando un vozarrón rasgó con furia el viento y el sonido de la lluvia, por encima del bullicio de la gente y reclamó la atención de todos.
- ¡Quinientas monedas! - anunciaba - ¡Quinientas! - alzó los brazos con fuerza y toda su expresión era de eufórica victoria - Al valiente. ¡Al más valiente de todos! A quien logre atravesar la piscina en una sola pieza. - Cuando terminó el anunciante señaló con gracia a un enorme cubo que reposaba sobre una improvisada tarima y dos mujeres apostadas junto a la estructura tiraron de la tela inmensa que lo crubría, dejando a la vista una piscina de agua cristalina en cuyo interior rondaba en círculos un tiburón del tamaño de un toro.
Muchos curiosos rodearon la tarima casi de inmediato, << ¿A quién se le ocurriría tal cosa? Bueno, estando todo el mundo tan ebrio no se me haría raro que dos o tres alimenten al pececillo >> La kunoichi también se acercó, pero no lo suficiente para poder ver en detalle al animal. Sus ojos a penas le mostraban un panorama aproximado de la realidad y aquello motivaba su curiosidad inconscientemente. Miraba por encima de los hombros, se empinaba a veces y se apoyaba en las cabezas de los curiosos que la separaban del escenario para levantarse más y poder ver lo que pasaría.
Sin embargo, ella tambien se había colado entre la muchedumbre y se paseaba bajo su paraguas negro, cubierta de azul y blanco, con un vestido que a penas traspasaba sus rodillas y le cubría los brazos; bajo este llevaba una blusa que protegía parte de su cuello. Su bandana ninja reposaba por encima del traje, en el cuello. No parecía vestida para una fiesta sino más bien una mujer de muchos años buscando a su hijo adolescente en un bar. Aunque ignoraba por completo su falta de estilo, parecía disfrutar de estar rodeada de gente y de esos platillos de calle tan típicos de Amegakure.
En cierto momento se detuvo frente a una tienda, una que sólo estaba abierta en el día, en donde se vendían artículos para pintar y dibujar << Hace mucho tiempo no lo dibujo. >> se dijo, tocando con la llema de sus dedos un pequeño símbolo del clan nara bordado en el pecho de su traje. Se había quedado un instante suspendida en sus pensamientos, junto al ventanal de la tienda, cuando un vozarrón rasgó con furia el viento y el sonido de la lluvia, por encima del bullicio de la gente y reclamó la atención de todos.
- ¡Quinientas monedas! - anunciaba - ¡Quinientas! - alzó los brazos con fuerza y toda su expresión era de eufórica victoria - Al valiente. ¡Al más valiente de todos! A quien logre atravesar la piscina en una sola pieza. - Cuando terminó el anunciante señaló con gracia a un enorme cubo que reposaba sobre una improvisada tarima y dos mujeres apostadas junto a la estructura tiraron de la tela inmensa que lo crubría, dejando a la vista una piscina de agua cristalina en cuyo interior rondaba en círculos un tiburón del tamaño de un toro.
Muchos curiosos rodearon la tarima casi de inmediato, << ¿A quién se le ocurriría tal cosa? Bueno, estando todo el mundo tan ebrio no se me haría raro que dos o tres alimenten al pececillo >> La kunoichi también se acercó, pero no lo suficiente para poder ver en detalle al animal. Sus ojos a penas le mostraban un panorama aproximado de la realidad y aquello motivaba su curiosidad inconscientemente. Miraba por encima de los hombros, se empinaba a veces y se apoyaba en las cabezas de los curiosos que la separaban del escenario para levantarse más y poder ver lo que pasaría.