25/10/2016, 02:04
—Me gustaría pensar que ningún shinobi de Amegakure sería capaz de asaltar a un pobre niño...
—Y a mí también, Mogura-kun. Y a mí también. —Daruu dio un largo y tendido suspiro—. Pero siempre hay algún lobo que trata de aprovecharse de la bondad de la manada. ¡Vamos, puede estar en cualquier parte!
—Podría estar en cualquier edificio o calle. Deberíamos de separarnos supongo yo, aunque tratando de mantenernos a la vista o cerca para poder llamarnos..
—Voy a revisar los contenedores de allá, si siguió por este camino podría haberse llegado a esconder dentro de uno de esos.
—Está bien. Yo subiré al tejado y trataré de dar con él.
Daruu acumuló una fina capa de chakra en la suela de los zapatos y emprendió la caminata hacia la azotea del edificio más cercano.
No parecía que hubiera rastro alguno de un gordo rubio por allí. Aún así, rastreó a conciencia todos los lugares donde podría esconderse allá arriba.
Entretanto, cuando Mogura revisó el primer contenedor, se encontró con que éste se movió de golpe y le golpeó en la cara, rompiéndole la nariz. Torpemente, un hombre corpulento, de cabello dorado, trataba de huir por el callejón. Si Karamaru no se apartaba, lo arrollaría de un codazo.
—Y a mí también, Mogura-kun. Y a mí también. —Daruu dio un largo y tendido suspiro—. Pero siempre hay algún lobo que trata de aprovecharse de la bondad de la manada. ¡Vamos, puede estar en cualquier parte!
—Podría estar en cualquier edificio o calle. Deberíamos de separarnos supongo yo, aunque tratando de mantenernos a la vista o cerca para poder llamarnos..
—Voy a revisar los contenedores de allá, si siguió por este camino podría haberse llegado a esconder dentro de uno de esos.
—Está bien. Yo subiré al tejado y trataré de dar con él.
Daruu acumuló una fina capa de chakra en la suela de los zapatos y emprendió la caminata hacia la azotea del edificio más cercano.
No parecía que hubiera rastro alguno de un gordo rubio por allí. Aún así, rastreó a conciencia todos los lugares donde podría esconderse allá arriba.
Entretanto, cuando Mogura revisó el primer contenedor, se encontró con que éste se movió de golpe y le golpeó en la cara, rompiéndole la nariz. Torpemente, un hombre corpulento, de cabello dorado, trataba de huir por el callejón. Si Karamaru no se apartaba, lo arrollaría de un codazo.