25/10/2016, 17:26
(Última modificación: 25/10/2016, 17:27 por Uchiha Akame.)
Datsue no tardó mucho en adoptar una actitud tan cauta como la de su primo lejano —Akame—, probablemente al llegar a la misma conclusión lógica de que enemistarse con la máxima autoridad de un pueblo tan pequeño no les iba a facilitar en absoluto el trabajo. «Las grandes mentes piensan igual», se dijo el Uchiha de Inaka mientras esbozaba una sonrisa divertida. Datsue no era él, sin embargo, y su huída fue algo menos conformista y discreta. Mientras se batía en primorosa retirada, el joven gennin empezó a despotricar contra Hisagi. Su retahíla era ingeniosa y sumamente divertida, hasta el punto de que Akame tuvo que disimular una carcajada tosiendo repetidas veces.
Sin embargo, la risa se le heló en el rostro cuando alzó la vista y vio a Karamaru encarando al alguacil, plantado en el suelo con la firmeza de una estaca. «No puede ser, ¡por todos los demonios! ¿Es que aún quiere empeorar la situación?».
Bayushi Hisagi clavó sus ojos oscuros en los del shinobi calvo de Amegakure no Sato. Pese a la corpulencia de éste último, el guerrero del Daimyo le sacaba una cabeza y media, y era visiblemente más fornido. Su armadura de placas de acero parecía sólida como una roca, y su espada era sin duda tan mortífera como aparentaba.
—Te he ordenado que desaparezcas de mi vista. ¿Acaso eres sordo, chico? —masculló el funcionario, escupiendo las palabras—. ¿O simplemente lento? ¿En la Lluvia no os hacen un examen antes de daros la bandana? —agregó, amenazador, mientras su puño se mantenía cerrado firmemente en torno al mango de su espada—. No me irás a decir que copiaste, ¿eh?
La tensión se palpaba en el aire. Con gesto cauto, Akame empezó a acercarse a paso tranquilo hacia donde se había quedado plantado su improvisado compañero de empresa.
Sin embargo, la risa se le heló en el rostro cuando alzó la vista y vio a Karamaru encarando al alguacil, plantado en el suelo con la firmeza de una estaca. «No puede ser, ¡por todos los demonios! ¿Es que aún quiere empeorar la situación?».
Bayushi Hisagi clavó sus ojos oscuros en los del shinobi calvo de Amegakure no Sato. Pese a la corpulencia de éste último, el guerrero del Daimyo le sacaba una cabeza y media, y era visiblemente más fornido. Su armadura de placas de acero parecía sólida como una roca, y su espada era sin duda tan mortífera como aparentaba.
—Te he ordenado que desaparezcas de mi vista. ¿Acaso eres sordo, chico? —masculló el funcionario, escupiendo las palabras—. ¿O simplemente lento? ¿En la Lluvia no os hacen un examen antes de daros la bandana? —agregó, amenazador, mientras su puño se mantenía cerrado firmemente en torno al mango de su espada—. No me irás a decir que copiaste, ¿eh?
La tensión se palpaba en el aire. Con gesto cauto, Akame empezó a acercarse a paso tranquilo hacia donde se había quedado plantado su improvisado compañero de empresa.