26/10/2016, 18:31
País de la tierra, día 26 de Viento Gris, invierno del año 202.
El día era cálido, el cielo estaba despejado y el sol brillaba con fuerza. Por un sendero pedregoso se desplazaban dos personas a caballo, ambas con las vestimentas típicas de los viajero en busca de aventura. Habían tomado una de las rutas más difíciles y solitarias para llegar hasta las Escaleras al cielo.
Puede que hubieran subestimado el recorrido que el mapa, una carta de navegación de la parte sur del país de la tierra, les presentaba. Los caminos se mostraban como líneas suaves e ininterrumpidas, aparentemente era una caminata sencilla. Pero cuando se encaminaron, la cosas demostraron ser muy distintas; la ruta tenía constantes subidas y bajadas que desgastaban tanto a las monturas como a sus jinetes y el terreno estaba lleno de piedras de todos los tamaños, la mayoría sueltas y estorbando.
—Está deber ser la ruta más difícil —exclamó mientras subía a un promontorio que estaba al lado del camino—, pero sin duda la vista es magnífica, ¿no es cierto?
Se tomó un momento para respirar aquel aire puro y para apreciar los alrededores, caminos y montañas hasta donde alcanzaba la vista. Se llevó los dedos hacia la boca y dio un fuerte soplido. Un gran silbido escapó de sus labios, alejándose para luego volver en forma de un eco difuso. En lo alto del cielo azul, un águila dorada chilló con fuerza y de forma dominante, como advirtiendo a todo visitante que aquel era su territorio.
—En un paisaje hermoso y pacífico, mi señor, pero también se siente... desolado —Para alguien criado en la ciudad, aquel ambiente tranquilo y deshabitado resultaba un tanto sobrecogedor—. Según el mapa, ahora estamos a unos setecientos metros por sobre el nivel del mar y a poco más de medio día de nuestra próxima parada.
—Bien, pongámonos en marcha, Naomi —Apuro a su corcel para que comenzara el trote—, el invierno se acerca.
—De acuerdo, mi señor. —La Miyazaki se vio tentada a aclararle a su protegido que ya estaban en invierno, pero la prisa y el decoro se lo impidieron.
Se mantuvieron a paso constante durante el resto del día, solo parando para descansar, comer y ocasionalmente disfrutar del paisaje. El sol comenzaba a caer en el horizonte cuando a lo lejos divisaron el fin del camino, señalado por un puesto fronterizo cuyas numerosas luces aseguraban que estaba habitado.
—Hemos llegado, allí comienzan las Escaleras al cielo —aseguro mientras se quitaba la capucha de viaje y dejaba libre su blanca melena—. Naomi, ¿Qué distancia crees que nos separa de aquel sitio?
—Yo diría que unos cien metros, mi señor. —Aquel tramo era recto y de tierra lisa y compacta, por lo que determinar la distancia era cosa fácil.
—¿Te apetece una carrera? —preguntó con una sonrisa de complicidad.
—Mi señor… No sé, no deberíamos. Es que… —Pero antes de que pudiese terminar de hablar el joven espadachín espoleó su montura y se lanzó a la carrera.
La Miyazaki era una dama tranquila y recatada, por lo que sentía que no debía incurrir en actividades tan agitadas, pero por otra parte… Tenía un enorme espíritu competitivo y le resultaba difícil el no involucrarse en cualquier actividad que les juntara a ella y a su señor, sobre todo si se trataba de algo divertido y poco usual.
—¿Por qué no? —Se dijo a sí misma mientras se retiraba el capuchón y dejaba libre su larga cabellera negra.
La joven se puso en marcha a toda velocidad, alcanzando pronto a su protegido. Este le recibió con una sonrisa y continuó galopando. Ambos con sus cabellos agitados por el viento y con grandes sonrisas en sus rostros. Ambos con el sol poniente a sus espaldas y con una estela de polvo tras ellos. Ambos… Emocionados y expectantes por el nuevo viaje que acababa de comenzar.