12/11/2016, 23:39
Entre maldición y maldición, una voz sonó tras su espalda:
—Aotsuki-san.
Con un ligero brinco, Ayame se volvió. Por un momento aquella voz se le había antojado similar a la de su hermano mayor, pero enseguida se dio cuenta de que no había sido más que su imaginación. El chico que se encontraba al final del callejón vestía ropajes oscuros y debía de rondar su edad y altura. Ni siquiera tenía el cabello albo, sino oscuro como la noche que les rodeaba y lo llevaba peinado hacia atrás. Al igual que ella, y al igual que todos los que habían asistido al ridículo espectáculo del hombre-tiburón, estaba empapado de los pies a la cabeza.
«Es un ninja.» Pensó, con cierto apuro, al reparar en la bandana que lucía sobre la frente y utilizaba como soporte para evitar que se le echaran sobre el rostro.
—¿Se encuentra bien?
Ayame torció el gesto ligeramente. Cielos, qué mal le quedaba el tono respetuoso a su nombre.
—Sí... Empapada, pero bien —espetó, con evidente disgusto, antes de seguir farfullando casi entre dientes—. No sé cómo están permitidos ese tipo de espectáculos de circo, la verdad.
Le miró por debajo de las pestañas. Y después de algunos segundos de silencio soltó lo que no dejaba de rondar por su cabeza.
—Tu también estabas allí, ¿verdad? —preguntó, sombría.
—Aotsuki-san.
Con un ligero brinco, Ayame se volvió. Por un momento aquella voz se le había antojado similar a la de su hermano mayor, pero enseguida se dio cuenta de que no había sido más que su imaginación. El chico que se encontraba al final del callejón vestía ropajes oscuros y debía de rondar su edad y altura. Ni siquiera tenía el cabello albo, sino oscuro como la noche que les rodeaba y lo llevaba peinado hacia atrás. Al igual que ella, y al igual que todos los que habían asistido al ridículo espectáculo del hombre-tiburón, estaba empapado de los pies a la cabeza.
«Es un ninja.» Pensó, con cierto apuro, al reparar en la bandana que lucía sobre la frente y utilizaba como soporte para evitar que se le echaran sobre el rostro.
—¿Se encuentra bien?
Ayame torció el gesto ligeramente. Cielos, qué mal le quedaba el tono respetuoso a su nombre.
—Sí... Empapada, pero bien —espetó, con evidente disgusto, antes de seguir farfullando casi entre dientes—. No sé cómo están permitidos ese tipo de espectáculos de circo, la verdad.
Le miró por debajo de las pestañas. Y después de algunos segundos de silencio soltó lo que no dejaba de rondar por su cabeza.
—Tu también estabas allí, ¿verdad? —preguntó, sombría.