14/11/2016, 00:32
—¿Me estás diciendo que te escabulliste por una ventana que tiene rejas, y seguiste a una persona que desapareció por las buenas? —soltó la peliblanca, y Ayame volvió la mirada hacia ella con gesto incómodo—. O bien tus dotes de rastreadora son las peores del mundo shinobi, o bien te estás quedando con nosotros... Por aquí no ha pasado nadie, salvo tú.
Ayame se encogió sobre sí misma, evidentemente dolida ante sus acusaciones.
—Tengo mis métodos para escapar por una ventana con rejas... un halcón virtuoso esconde las garras —le aleccionó, señalando su propia bandana ninja con el dedo pulgar. Iba a añadir algo más sobre sus dotes de rastreo, pero el chico de la coleta entró de nuevo en escena.
—Vaya, así que eras tú. Sí, te recuerdo —admitió, y Ayame no pudo reprimir un suspiro de alivio—. Supongo que yo debería haber escogido un disfraz mejor.
Una acusación seguida de un halago. No sabía muy bien cómo reaccionar ante aquello, así que se limitó a cambiar el peso de una pierna a otra. De algún modo, los ojos del chico volvieron a su color oscuro habitual cuando alzó las manos en un gesto conciliador.
«¿Cómo hará eso? Y... ¿para qué servirá?» Se preguntaba, carcomida por la curiosidad.
—Creo que es mejor si todos nos calmamos —concluyó el chico—. Sin duda lo que hemos presenciado esta noche es un suceso de lo más extraño. ¿Un muerto vivo? Imposible, pienso yo. Pero, claramente, aquí hay gato encerrado.
» Katomi y yo nos dirigíamos hacia la posada en la que me hospedo para hablar del caso con tranquilidad y una buena taza de té caliente. ¿Qué te parece si nos acompañas, kunoichi-kun? Quizás ese tipo del que hablas pueda ayudarnos a resolver este misterio.
Aquella súbita invitación la sobresaltó. En cualquier situación, acompañar a dos desconocidos después de presenciar un asesinato a algo tan privado como era una posada era de todo menos prudente. ¿Y si de alguna manera eran cómplices del asesino o del hombre de la bufanda roja?
—Yo... lo siento, pero prefiero buscar otro alojamiento, la verdad... —balbuceó, y aunque había intentado por todos los medios imprimirle una valentía que estaba lejos de sentir a su voz, el miedo no tardó en colarse en ella.
Retrocedió un par de pasos para no romper el contacto visual con ambos y no darles la espalda antes de escabullirse tal y por donde había venido...
Ayame se encogió sobre sí misma, evidentemente dolida ante sus acusaciones.
—Tengo mis métodos para escapar por una ventana con rejas... un halcón virtuoso esconde las garras —le aleccionó, señalando su propia bandana ninja con el dedo pulgar. Iba a añadir algo más sobre sus dotes de rastreo, pero el chico de la coleta entró de nuevo en escena.
—Vaya, así que eras tú. Sí, te recuerdo —admitió, y Ayame no pudo reprimir un suspiro de alivio—. Supongo que yo debería haber escogido un disfraz mejor.
Una acusación seguida de un halago. No sabía muy bien cómo reaccionar ante aquello, así que se limitó a cambiar el peso de una pierna a otra. De algún modo, los ojos del chico volvieron a su color oscuro habitual cuando alzó las manos en un gesto conciliador.
«¿Cómo hará eso? Y... ¿para qué servirá?» Se preguntaba, carcomida por la curiosidad.
—Creo que es mejor si todos nos calmamos —concluyó el chico—. Sin duda lo que hemos presenciado esta noche es un suceso de lo más extraño. ¿Un muerto vivo? Imposible, pienso yo. Pero, claramente, aquí hay gato encerrado.
» Katomi y yo nos dirigíamos hacia la posada en la que me hospedo para hablar del caso con tranquilidad y una buena taza de té caliente. ¿Qué te parece si nos acompañas, kunoichi-kun? Quizás ese tipo del que hablas pueda ayudarnos a resolver este misterio.
Aquella súbita invitación la sobresaltó. En cualquier situación, acompañar a dos desconocidos después de presenciar un asesinato a algo tan privado como era una posada era de todo menos prudente. ¿Y si de alguna manera eran cómplices del asesino o del hombre de la bufanda roja?
—Yo... lo siento, pero prefiero buscar otro alojamiento, la verdad... —balbuceó, y aunque había intentado por todos los medios imprimirle una valentía que estaba lejos de sentir a su voz, el miedo no tardó en colarse en ella.
Retrocedió un par de pasos para no romper el contacto visual con ambos y no darles la espalda antes de escabullirse tal y por donde había venido...