16/11/2016, 23:56
(Última modificación: 16/11/2016, 23:57 por Aotsuki Ayame.)
Sus peores temores se confirmaron.
La puerta de la habitación se abrió con un escalofriante chirrido que le puso los pelos de punta. Y, tras ella, vinieron los pasos. Uno. Dos. Tres. Marcados y secos como cuchillos clavándose en sus oídos. Aterrorizada, Ayame vio como aquellos zapatos retorcidos se acercaban hacia la cama de su hermano, y por un momento tuvo verdadero miedo por su vida. Sin embargo, los tobillos se flexionaron y el hombre comenzó a agacharse lentamente.
«Sabe que estoy aquí...» Comprendió, haciendo verdaderos esfuerzos por no chillar de terror. «¿Pero cómo? He... he dejado al clon en mi cama... ¿Por qué...?»
Alzó las manos a la altura del pecho. Entrelazó las manos en un sello. Y entonces...
—¿Pero qué haces, Kabocha-kun? —Se había detenido. Igual que se había detenido el corazón de Ayame al escuchar ese nombre—. No seas idiota, no seas idiota, ¿quién más va a haber por aquí? Estás paranoico, estás paranoico.
«Kabocha...»
Kabocha volvió a incorporarse. Y en aquella ocasión el sonido de los pasos no le acompañó. Y Ayame no se dio cuenta de que había salido de la habitación hasta que cerró la puerta tras de sí.
«Kabocha...» Ayame tiritaba de puro miedo, respiraba entrecortadamente.
Fuera de la habitación, los pasos volvieron a escucharse. De nuevo, se dirigían a la habitación de al lado. A la habitación 301.
«¡Kabocha!» Ayame se agarró el cabello y cerró los ojos ahogando un gritillo. Kabocha. El mismo Kabocha que las había aterrorizado dos años atrás en aquella mansión abandonada del País del Fuego. Kabocha, aquel homicida y violador que las utilizó para escapar de su prisión con palabras dulces como la miel y sangrientas intenciones. «Kinma no ha conseguido acabar con él... ¿Pero por qué nosotras de nuevo...?»
Un nuevo chirrido la sobresaltó. Kabocha había abierto la puerta de al lado...
—♫Uno a uno, todos morirán... Cuatro tripas, mi cuchillo abrirá...♫ —canturreaba—. Jiajiajia...
—Eri... Ryu...
Ayame salió de debajo de la cama, y de manera sincronizada su clon de agua se reincorporó y salió de la habitación. Ayame se quedó junto a la puerta entornada, escuchando atentamente. Sus ojos se dirigieron inevitablemente hacia Kōri y enseguida notó el picor de las lágrimas. Tenía miedo. Muchísimo miedo... ¿Cómo iba alguien como ella a proteger a tres personas frente a alguien tan poderoso y aterrador como Kabocha? ¡Era de locos! La última vez había necesitado la ayuda de Kokuō...
—¡ERI! ¡ERI! ¡¿ESTÁS AHÍ!? —gritaba su clon, aporreando la puerta vecina con el puño.
Y Ayame cerró momentáneamente los ojos. Iba a morir esa noche. Y lo sabía.
Y lo peor era que no iba a conseguir salvar a nadie...
La puerta de la habitación se abrió con un escalofriante chirrido que le puso los pelos de punta. Y, tras ella, vinieron los pasos. Uno. Dos. Tres. Marcados y secos como cuchillos clavándose en sus oídos. Aterrorizada, Ayame vio como aquellos zapatos retorcidos se acercaban hacia la cama de su hermano, y por un momento tuvo verdadero miedo por su vida. Sin embargo, los tobillos se flexionaron y el hombre comenzó a agacharse lentamente.
«Sabe que estoy aquí...» Comprendió, haciendo verdaderos esfuerzos por no chillar de terror. «¿Pero cómo? He... he dejado al clon en mi cama... ¿Por qué...?»
Alzó las manos a la altura del pecho. Entrelazó las manos en un sello. Y entonces...
—¿Pero qué haces, Kabocha-kun? —Se había detenido. Igual que se había detenido el corazón de Ayame al escuchar ese nombre—. No seas idiota, no seas idiota, ¿quién más va a haber por aquí? Estás paranoico, estás paranoico.
«Kabocha...»
Kabocha volvió a incorporarse. Y en aquella ocasión el sonido de los pasos no le acompañó. Y Ayame no se dio cuenta de que había salido de la habitación hasta que cerró la puerta tras de sí.
«Kabocha...» Ayame tiritaba de puro miedo, respiraba entrecortadamente.
Fuera de la habitación, los pasos volvieron a escucharse. De nuevo, se dirigían a la habitación de al lado. A la habitación 301.
«¡Kabocha!» Ayame se agarró el cabello y cerró los ojos ahogando un gritillo. Kabocha. El mismo Kabocha que las había aterrorizado dos años atrás en aquella mansión abandonada del País del Fuego. Kabocha, aquel homicida y violador que las utilizó para escapar de su prisión con palabras dulces como la miel y sangrientas intenciones. «Kinma no ha conseguido acabar con él... ¿Pero por qué nosotras de nuevo...?»
Un nuevo chirrido la sobresaltó. Kabocha había abierto la puerta de al lado...
—♫Uno a uno, todos morirán... Cuatro tripas, mi cuchillo abrirá...♫ —canturreaba—. Jiajiajia...
—Eri... Ryu...
Ayame salió de debajo de la cama, y de manera sincronizada su clon de agua se reincorporó y salió de la habitación. Ayame se quedó junto a la puerta entornada, escuchando atentamente. Sus ojos se dirigieron inevitablemente hacia Kōri y enseguida notó el picor de las lágrimas. Tenía miedo. Muchísimo miedo... ¿Cómo iba alguien como ella a proteger a tres personas frente a alguien tan poderoso y aterrador como Kabocha? ¡Era de locos! La última vez había necesitado la ayuda de Kokuō...
—¡ERI! ¡ERI! ¡¿ESTÁS AHÍ!? —gritaba su clon, aporreando la puerta vecina con el puño.
Y Ayame cerró momentáneamente los ojos. Iba a morir esa noche. Y lo sabía.
Y lo peor era que no iba a conseguir salvar a nadie...