29/11/2016, 18:28
Iwata apretó los puños con más fuerza todavía ante la lluvia de preguntas que le estaba haciendo Datsue. Sus labios permanecieron sellados, pero su cabeza se movió con la sequedad de un gozne oxidado. Primero hacia los lados, luego de arriba a abajo con un movimiento rápido y brusco, y luego otra vez. No, sí, sí. Luego sus ojos, rojos e hinchados, se anegaron en lágrimas y el anciano empezó a gimotear. No era un llanto desconsolado, sino un quejido gutural y grave. Entristecedor y escalofriante al mismo tiempo.
Empezó a mecerse sobre la vieja silla de madera, con los brazos alrededor del pecho, como un niño aterrado. Entre los pliegues de la manga derecha de su camisa, Datsue pudo intuir un dibujo en tinta negra sobre su antebrazo.
Una serpiente que se devoraba a sí misma.
Akame no pudo sino asentir ante la deducción de su compañero. El Uchiha había hablado con varias personas del pueblo —antiguos vecinos de las víctimas, amigos y enemigos— y lo único que había podido sacar en claro es que los sucesos eran demasiado similares como para no guardar ningún tipo de relación. Así trató de exponérselo a Karamaru.
—Yo diría que sí. Verás, esta casa fue propiedad de la noble familia Makoto durante mucho tiempo. Eran muy queridos por aquí, me ha costado que alguien hable mal de ellos —admitió—. Sin embargo, en algún momento debieron de ganarse el odio de Kawabe, así que se marcharon... Nadie parece recordar qué sucedió —agregó, con un tono que pretendía asegurar que no se creía una palabra de aquello—. La casa estuvo abandonada varios años, hasta que nuestro benefactor, el señor Ho Itachi, la inscribió como suya en el censo.
Justo en ese momento pasaron junto a la taberna, que a juzgar por el bullicio que se oía desde la calle, debía estar a reventar.
—El caso es que tanto la familia Ichibou como la familia Nibou ha residido anteriormente en esta casa. Y lo que cuentan los vecinos no es bonito... Unos hablan de repentinos ataques de locura homicida, otros aseguran que el fantasma del patriarca Makoto atormenta a quienes se atreven a poner un pie entre sus muros...
El Uchiha negó con la cabeza, frustrado.
—No he podido averiguar mucho más.
Habían llegado a la vieja y desvencijada casa del señor Iwata. Akame advirtió, nada más acercarse, que la puerta estaba entrecerrada, y que un quejido lastimero salía del interior...
Empezó a mecerse sobre la vieja silla de madera, con los brazos alrededor del pecho, como un niño aterrado. Entre los pliegues de la manga derecha de su camisa, Datsue pudo intuir un dibujo en tinta negra sobre su antebrazo.
Una serpiente que se devoraba a sí misma.
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Akame no pudo sino asentir ante la deducción de su compañero. El Uchiha había hablado con varias personas del pueblo —antiguos vecinos de las víctimas, amigos y enemigos— y lo único que había podido sacar en claro es que los sucesos eran demasiado similares como para no guardar ningún tipo de relación. Así trató de exponérselo a Karamaru.
—Yo diría que sí. Verás, esta casa fue propiedad de la noble familia Makoto durante mucho tiempo. Eran muy queridos por aquí, me ha costado que alguien hable mal de ellos —admitió—. Sin embargo, en algún momento debieron de ganarse el odio de Kawabe, así que se marcharon... Nadie parece recordar qué sucedió —agregó, con un tono que pretendía asegurar que no se creía una palabra de aquello—. La casa estuvo abandonada varios años, hasta que nuestro benefactor, el señor Ho Itachi, la inscribió como suya en el censo.
Justo en ese momento pasaron junto a la taberna, que a juzgar por el bullicio que se oía desde la calle, debía estar a reventar.
—El caso es que tanto la familia Ichibou como la familia Nibou ha residido anteriormente en esta casa. Y lo que cuentan los vecinos no es bonito... Unos hablan de repentinos ataques de locura homicida, otros aseguran que el fantasma del patriarca Makoto atormenta a quienes se atreven a poner un pie entre sus muros...
El Uchiha negó con la cabeza, frustrado.
—No he podido averiguar mucho más.
Habían llegado a la vieja y desvencijada casa del señor Iwata. Akame advirtió, nada más acercarse, que la puerta estaba entrecerrada, y que un quejido lastimero salía del interior...