6/12/2016, 00:18
—No te falta razón, Daruu-kun —respondió Kori, inexpresivo—. Pero si hay algo que he aprendido a lo largo de mi vida como shinobi es a no subestimar a nadie... ni a nada.
Daruu le dirigió una mirada con la cabeza torcida y una ceja levantada.
—Podría pasar cualquier cosa que nos retrasara. Una tormenta convertid en un aguacero que nos impidiera continuar... unos simples bandidos... otros shinobi...
—¿Tendremos que combatir contra otros ninja?
—No debería ser necesario. Es una misión de rango C, después de todo. Pero, como ya he dicho, es mejor no confiarse.
—Espero que no. —Daruu tragó saliva. Las misiones de rango C, normalmente, eran misiones de escolta o tareas de recogida de información sencillas. Enfrentarse a otros ninjas era algo que solía suceder, según su madre, pero porque los objetivos de las misiones chocasen con los de otra aldea, o algo así.
Ahora estaban en una tregua y en territorio de su país... Además, era un rescate. ¿Quién podría tener algún interés contrario?
El trío continuó su travesía bajo la intensa mirada de Amenokami, en silencio. No eran las dos de la tarde cuando divisaron Shinogi-To en el horizonte.
—Va a ser difícil no llamar la atención con tanto equipaje —dijo Daruu para sí mismo, pero en voz alta, y se ajustó un tirante de la mochila con el hombro.
Shinogi-To era la joya de la corona de las Ciudades en las que Uno no Debería Poner un Pie. Si existiese un libro que listase y describiese ese tipo de ciudades, ahí estaría ella. Si no la primera, una de las primeras, sin duda. Entre la lluvia, la niebla y los callejones estrechos de piedra gris y oscura, se cocían los guisos más turbios de todo el País de la Tormenta. No es que todos los que vivían allí fuesen de mala calaña, y de hecho, la verdad es que Daruu se compadecía bastante de ellos.
"El Fideo Feliz", se llamaba el local en el que entraron guiados por Kori. Lo único que era feliz era el fideo que había dibujado en el cartel, que sostenía con sendas manos imaginarias un par de palillos y un banderín de color verde con la pintura comida por el agua. De hecho, uno podía debatir sobre si estaba feliz o no, porque la inclemencia del clima se había llevado también parte del tallado de la sonrisa, que estaba ahora a medio camino de una expresión alegre y de una mueca muy rara.
El cuchitril aquél rompía todas las normas de limpieza que su madre cumplía a rajatabla en la pastelería. Además, la luz apenas entraba por las ventanas llenas de polvo y empañadas por el rocío. Un hombre corpulento pasó a su lado y escupió sobre el asiento de una de las sillas, carcomidas y con aspecto de no poder aguantar pesos como el de él.
«Agh, qué puto asco...»
—Pararemos aquí a comer algo. Ante todo no miréis a nadie. No estamos para meternos en líos.
«No, desde luego... A mí se me han quitado las ganas de mirar a nadie.»
Kori empujó a su hermana por el hombro hacia una mesa libre. Daruu se acercó y retiró la silla. Echó un vistazo al asiento en busca de flemas indeseadas y lo tomó, clavando los ojos en la madera.
Había estado más de una vez en Shinogi-to, y había aprendido a no meterse en sitios como aquél. Claro que las calles no eran mucho más seguras, así que solía andarse con mil ojos. Tenía serias dudas de la calidad de la comida de tugurios similares. La únicas veces que había comido en Shinogi-to había sido por probar los locales donde vendían pizza y compararlos con la suya. Todos habían sido basura que causaba acidez de estómago.
Daruu le dirigió una mirada con la cabeza torcida y una ceja levantada.
—Podría pasar cualquier cosa que nos retrasara. Una tormenta convertid en un aguacero que nos impidiera continuar... unos simples bandidos... otros shinobi...
—¿Tendremos que combatir contra otros ninja?
—No debería ser necesario. Es una misión de rango C, después de todo. Pero, como ya he dicho, es mejor no confiarse.
—Espero que no. —Daruu tragó saliva. Las misiones de rango C, normalmente, eran misiones de escolta o tareas de recogida de información sencillas. Enfrentarse a otros ninjas era algo que solía suceder, según su madre, pero porque los objetivos de las misiones chocasen con los de otra aldea, o algo así.
Ahora estaban en una tregua y en territorio de su país... Además, era un rescate. ¿Quién podría tener algún interés contrario?
El trío continuó su travesía bajo la intensa mirada de Amenokami, en silencio. No eran las dos de la tarde cuando divisaron Shinogi-To en el horizonte.
—Va a ser difícil no llamar la atención con tanto equipaje —dijo Daruu para sí mismo, pero en voz alta, y se ajustó un tirante de la mochila con el hombro.
Shinogi-To era la joya de la corona de las Ciudades en las que Uno no Debería Poner un Pie. Si existiese un libro que listase y describiese ese tipo de ciudades, ahí estaría ella. Si no la primera, una de las primeras, sin duda. Entre la lluvia, la niebla y los callejones estrechos de piedra gris y oscura, se cocían los guisos más turbios de todo el País de la Tormenta. No es que todos los que vivían allí fuesen de mala calaña, y de hecho, la verdad es que Daruu se compadecía bastante de ellos.
"El Fideo Feliz", se llamaba el local en el que entraron guiados por Kori. Lo único que era feliz era el fideo que había dibujado en el cartel, que sostenía con sendas manos imaginarias un par de palillos y un banderín de color verde con la pintura comida por el agua. De hecho, uno podía debatir sobre si estaba feliz o no, porque la inclemencia del clima se había llevado también parte del tallado de la sonrisa, que estaba ahora a medio camino de una expresión alegre y de una mueca muy rara.
El cuchitril aquél rompía todas las normas de limpieza que su madre cumplía a rajatabla en la pastelería. Además, la luz apenas entraba por las ventanas llenas de polvo y empañadas por el rocío. Un hombre corpulento pasó a su lado y escupió sobre el asiento de una de las sillas, carcomidas y con aspecto de no poder aguantar pesos como el de él.
«Agh, qué puto asco...»
—Pararemos aquí a comer algo. Ante todo no miréis a nadie. No estamos para meternos en líos.
«No, desde luego... A mí se me han quitado las ganas de mirar a nadie.»
Kori empujó a su hermana por el hombro hacia una mesa libre. Daruu se acercó y retiró la silla. Echó un vistazo al asiento en busca de flemas indeseadas y lo tomó, clavando los ojos en la madera.
Había estado más de una vez en Shinogi-to, y había aprendido a no meterse en sitios como aquél. Claro que las calles no eran mucho más seguras, así que solía andarse con mil ojos. Tenía serias dudas de la calidad de la comida de tugurios similares. La únicas veces que había comido en Shinogi-to había sido por probar los locales donde vendían pizza y compararlos con la suya. Todos habían sido basura que causaba acidez de estómago.