7/01/2017, 17:02
Akame tensó todos y cada uno de los músculos de su cuerpo cuando sintió como una mano grande y poderosa le aferraba la muñeca. Giró la cabeza lo suficiente para ver el cuerpo musculado de Karamaru justo antes de oír su voz pacificante. Estaba claro que el calvo había aprendido —quizá por las malas— a no tomarse a la ligera lo que aquel Uchiha del País del Viento era capaz de hacer. «Cree que mutilaré a este anciano si no me da la información que le estoy pidiendo... Y cree bien. Datsue no parece interesado en tomar parte. ¿Qué hacer?»
El Uchiha reflexionó durante unos instantes hasta que finalmente se dejó quitar el kunai, retrocediendo un par de pasos. Iwata no había hecho siquiera amago de escribir nada, pero Akame juzgó que la información que podía ganar no merecía un conflicto con uno de los compañeros de aquel improvisado equipo. «Además, probablemente encuentre las respuestas que busco en esa casa maldita...». Así pues, acabó dándose media vuelta.
—Tienes razón, Karamaru-kun. Encontraremos lo que buscamos en la Finca.
Poco les quedaba ya por hacer en Kawabe. Akame esperaba que las respuestas a aquel misterio estuvieran esperándoles en la antigua casa de la familia Makoto, aunque bien sabía que eso era más propio de los cuentos y relatos fantásticos que de la realidad.
Llegaron a la Finca Makoto poco después. La casa estaba ubicada sobre una pequeña colina, algo alejada del resto de las viviendas del pueblo —era de esperar que una familia noble no hubiese erigido su vivienda tan cerca de los plebeyos—. Era bastante grande, de dos plantas, y estaba rodeada por una valla metálica algo oxidada. El jardín que rodeaba la casa estaba aceptablemente arreglado; tenía sentido dado que sus últimos dueños la habían dejado apenas un par de semanas atrás.
Akame cruzó el umbral de la verja metálica que marcaba la entrada a la parcela y se plantó ante la puerta principal. Era de madera pulida y doble hoja, más grande que la de cualquier otra casa del pueblo. Un vistazo rápido reveló que estaba guardada por una cerradura de hierro negro con ribetes plateados. Había ventanas tanto en el primer piso como en el segundo, pero todas parecían cerradas.
—Sin duda alguien se ha asegurado de que ningún lugareño entrase en esta casa por accidente...
El Uchiha reflexionó durante unos instantes hasta que finalmente se dejó quitar el kunai, retrocediendo un par de pasos. Iwata no había hecho siquiera amago de escribir nada, pero Akame juzgó que la información que podía ganar no merecía un conflicto con uno de los compañeros de aquel improvisado equipo. «Además, probablemente encuentre las respuestas que busco en esa casa maldita...». Así pues, acabó dándose media vuelta.
—Tienes razón, Karamaru-kun. Encontraremos lo que buscamos en la Finca.
Poco les quedaba ya por hacer en Kawabe. Akame esperaba que las respuestas a aquel misterio estuvieran esperándoles en la antigua casa de la familia Makoto, aunque bien sabía que eso era más propio de los cuentos y relatos fantásticos que de la realidad.
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Llegaron a la Finca Makoto poco después. La casa estaba ubicada sobre una pequeña colina, algo alejada del resto de las viviendas del pueblo —era de esperar que una familia noble no hubiese erigido su vivienda tan cerca de los plebeyos—. Era bastante grande, de dos plantas, y estaba rodeada por una valla metálica algo oxidada. El jardín que rodeaba la casa estaba aceptablemente arreglado; tenía sentido dado que sus últimos dueños la habían dejado apenas un par de semanas atrás.
Akame cruzó el umbral de la verja metálica que marcaba la entrada a la parcela y se plantó ante la puerta principal. Era de madera pulida y doble hoja, más grande que la de cualquier otra casa del pueblo. Un vistazo rápido reveló que estaba guardada por una cerradura de hierro negro con ribetes plateados. Había ventanas tanto en el primer piso como en el segundo, pero todas parecían cerradas.
—Sin duda alguien se ha asegurado de que ningún lugareño entrase en esta casa por accidente...