8/01/2017, 00:31
Después de una ducha sin mayores sobresaltos que el grito que pegó cuando el bote de champú se le escurrió de las manos y terminó golpeándola en el pie, Ayame se vistió con una muda de ropa limpia que llevaba en su mochila de viaje y salió del cuarto de baño.
—¿Ya te has calmado? —le preguntó un apático Kōri, que esperaba sentado en una de las dos camas con los antebrazos reposando sobre sus rodillas.
Ayame agachó la cabeza, profundamente avergonzada.
—Sí... lo siento... —balbuceó, aunque por dentro seguía aterrorizada, y sus ojos seguían moviéndose nerviosos por la habitación buscando cualquier rastro de una sombra mínimamente sospechosa.
—Entonces, vámonos antes de que se acaben las salchichas —replicó, levantándose—. Además, he oído que de postre tienen bollitos de vainilla.
—¿Bollos de vainilla? ¿Como los de Kiroe?
—No.
—Pero entonces no serán como los suyos.
—Eso no lo sabré hasta que no los pruebe.
Salieron de la habitación y, tras cerrar la puerta con llave, se encaminaron hacia la recepción del ascensor para esperar a Eri y Ryu. Esperaron en silencio durante largos minutos. Pero la espera se alargó. Y se alargó... Y lo que en un principio excusaron como un retraso debido a que debían estar acomodándose en su nueva habitación y recuperándose de un posible largo viaje, al final terminó convirtiéndose en una terrorífica angustia para Ayame. Al final no pudo aguantarlo por más tiempo, y volvió tras sus pasos para llamar con sus nudillos a la puerta 301.
—¡Eri! ¡¿Estás ahí?! —gritó, tal y como había hecho en su pesadilla.
Pero nadie respondió a su llamada. Ayame volvió a llamar. Volvió a gritar su nombre. Pero sólo el silencio respondió a sus llamadas. Ahogó un sollozo, aterrorizada, y entonces sintió la presencia de Kōri junto a ella.
—¡Tenemos que bajar a recepción y preguntar por ellos! —le rogó, con el corazón encogido. Afortunadamente, Kōri asintió.
El viaje desde el último piso del hostal hasta la recepción se le antojó eterno. Y cuando frenó la marcha con suavidad y timbre repicó indicando su llegada, Ayame prácticamente se abalanzó sobre las puertas y corrió hasta la recepción. Ayame se detuvo momentáneamente al ver que no era el mismo hombre que los había recibido, pero Kōri se acercó a él con total normalidad.
—Disculpe, ¿han pasado a Ryu-san y Eri-san por aquí?
—¿Quiénes? ¡Ah, sí! La chiquita de pelo azul y su acompañante —sonrió, jovial y agradable. Su voz era totalmente lo opuesto a la que le había puesto los pelos de punta al entrar en aquel maldito lugar—. Cancelaron su reserva y se marcharon hace unos minutos. Es una pena, parecían bastante nerviosos por algo.
Ayame sintió como si le hubiesen arrojado un cubo de agua helada por encima. Eri y Ryu se habían ido. Pero ella necesitaba hablar con Eri. Necesitaba saber que ella también había visto lo que ella había visto. Pero se había marchado sin decirle nada. Pero necesitaba saber que aquella pesadilla no había sido fruto de su imaginación y había sido real. Pero le había dado plantón...
—Ayame, ¿qué te pasa?
La voz de Kōri la sobresaltó. Había apoyado su mano en uno de sus hombros y Ayame se dio cuenta de que tenía las mejillas húmedas.
—Na... ¡Nada! —balbuceó, enjugándose las lágrimas—. Vamos... a cenar...
Se dio la vuelta bruscamente y se alejó bajo la atenta mirada de su hermano. Pero no le importaba. En realidad, no sabía por qué se sentía de aquella manera... Tan... Abandonada en aquella pesadilla en la vigilia.
—¿Ya te has calmado? —le preguntó un apático Kōri, que esperaba sentado en una de las dos camas con los antebrazos reposando sobre sus rodillas.
Ayame agachó la cabeza, profundamente avergonzada.
—Sí... lo siento... —balbuceó, aunque por dentro seguía aterrorizada, y sus ojos seguían moviéndose nerviosos por la habitación buscando cualquier rastro de una sombra mínimamente sospechosa.
—Entonces, vámonos antes de que se acaben las salchichas —replicó, levantándose—. Además, he oído que de postre tienen bollitos de vainilla.
—¿Bollos de vainilla? ¿Como los de Kiroe?
—No.
—Pero entonces no serán como los suyos.
—Eso no lo sabré hasta que no los pruebe.
Salieron de la habitación y, tras cerrar la puerta con llave, se encaminaron hacia la recepción del ascensor para esperar a Eri y Ryu. Esperaron en silencio durante largos minutos. Pero la espera se alargó. Y se alargó... Y lo que en un principio excusaron como un retraso debido a que debían estar acomodándose en su nueva habitación y recuperándose de un posible largo viaje, al final terminó convirtiéndose en una terrorífica angustia para Ayame. Al final no pudo aguantarlo por más tiempo, y volvió tras sus pasos para llamar con sus nudillos a la puerta 301.
—¡Eri! ¡¿Estás ahí?! —gritó, tal y como había hecho en su pesadilla.
Pero nadie respondió a su llamada. Ayame volvió a llamar. Volvió a gritar su nombre. Pero sólo el silencio respondió a sus llamadas. Ahogó un sollozo, aterrorizada, y entonces sintió la presencia de Kōri junto a ella.
—¡Tenemos que bajar a recepción y preguntar por ellos! —le rogó, con el corazón encogido. Afortunadamente, Kōri asintió.
El viaje desde el último piso del hostal hasta la recepción se le antojó eterno. Y cuando frenó la marcha con suavidad y timbre repicó indicando su llegada, Ayame prácticamente se abalanzó sobre las puertas y corrió hasta la recepción. Ayame se detuvo momentáneamente al ver que no era el mismo hombre que los había recibido, pero Kōri se acercó a él con total normalidad.
—Disculpe, ¿han pasado a Ryu-san y Eri-san por aquí?
—¿Quiénes? ¡Ah, sí! La chiquita de pelo azul y su acompañante —sonrió, jovial y agradable. Su voz era totalmente lo opuesto a la que le había puesto los pelos de punta al entrar en aquel maldito lugar—. Cancelaron su reserva y se marcharon hace unos minutos. Es una pena, parecían bastante nerviosos por algo.
Ayame sintió como si le hubiesen arrojado un cubo de agua helada por encima. Eri y Ryu se habían ido. Pero ella necesitaba hablar con Eri. Necesitaba saber que ella también había visto lo que ella había visto. Pero se había marchado sin decirle nada. Pero necesitaba saber que aquella pesadilla no había sido fruto de su imaginación y había sido real. Pero le había dado plantón...
—Ayame, ¿qué te pasa?
La voz de Kōri la sobresaltó. Había apoyado su mano en uno de sus hombros y Ayame se dio cuenta de que tenía las mejillas húmedas.
—Na... ¡Nada! —balbuceó, enjugándose las lágrimas—. Vamos... a cenar...
Se dio la vuelta bruscamente y se alejó bajo la atenta mirada de su hermano. Pero no le importaba. En realidad, no sabía por qué se sentía de aquella manera... Tan... Abandonada en aquella pesadilla en la vigilia.