8/01/2017, 01:27
Kuroshiro, una segunda casa lejos del hogar. La noche ya empezaba a caer, y en ésta ocasión el turno de la chica no hacía mas que comenzar. Normalmente su compañera y amiga se solía ocupar del horario nocturno, pero había semanas en que cambiaban los roles por el mero hecho de descansar de esa rutina. No era tan liviano trabajar de noche, a éstas horas los borrachos pesados y los malos fumadores no hacen mas que arremolinarse torno al panda fumado como mosquitos en una luz intensa.
Por suerte o desgracia, la chica no hacía mas que legar a la ciudad, y hasta podría decirse que algo temprano. Aún faltarían al menos un par de horas para que tuviese que hacer acto de presencia en su local, lo cual podía traducirse como un rato de relax antes del infierno. Bueno, quizás exageraba un poco, después de todo normalmente si alguien armaba bronca con una sola mirada las cosas se solían calmar. Cuando eso no era así, muchas veces con el portero del recinto ya sobraba, aunque bien era cierto que lidiar con esas cosas era lo que le daba emoción al asunto.
La cuestión era quejarse por quejarse, la verdad.
Andando desde la estación de tren, fue avistando los locales de la urbe. A decir verdad, últimamente habían surgido algunos negocios nuevos, así como otros habían ido a la bancarrota. Pero esas cosas pasan, es algo normal. Kuroshiro era una ciudad turística, y a la vez algo alejada del resto, lo cual la convertía en un sitio propicio para negocios un tanto... ilegales. Por el momento, solo el de la kunoichi era de los mas destacados, al menos a sus oídos.
«Bueno... y yo fijándome en los locales de copas y demás, y apenas me había dado cuenta de que han abierto también un par de posadas nuevas... que puedan alojarse por aquí mas gente, es algo muy bueno para mi negocio. Quizás hasta debiese invertir en posadas, o incluso un hotel...»
Su vena financiera pudo por un momento abarcar por completo sus pensamientos, entre tanto, sin pensarlo demasiado, se adentró en la última de las posadas que había visto. Abrió sin pudor la puerta, como si estuviese en su propia casa, y caminó con parsimonia hasta cerca de la barra. A su derecha había una chica de cabellera roja, un color carmesí que claramente contrastaba con el habitual tono de los hogareños. Frente a ella, un hombre de mediana edad, con una barriga claramente bien alimentada, y un delantal —el posadero— no había modo de no reconocerlo.
—Buenas noches. —Inquirió mientras tomaba asiento. —Póngame una buena taza de café, y siéntese por aquí cerca, señor. Mi nombre es Katomi, y quisiera informarme un poco de su posada. ¿Cómo le va el negocio? ¿Es difícil llevar al día las cuentas...?
La chica entrecruzó las piernas al tomar asiento, y se puso tan cómoda como podía, aunque la falta de respaldo en las sillas era de lo mas aterrador. Por otro lado, el posadero casi pareció tomarla a cachondeo, algo lógico si tenemos en cuenta la edad de la peliblanca. Comenzó a reírse, y tan solo le sirvió la taza de café.
—Déjate de tonterías, niña, no estoy para perder el tiempo. Como podrás ver, la posada está hasta los topes, ya no nos queda ni una sola habitación libre, así que haz el favor de no molestar. Gracias.
Como dato, destacar que ante todo no había perdido los modales, aún había conservado algo de respeto.
Por suerte o desgracia, la chica no hacía mas que legar a la ciudad, y hasta podría decirse que algo temprano. Aún faltarían al menos un par de horas para que tuviese que hacer acto de presencia en su local, lo cual podía traducirse como un rato de relax antes del infierno. Bueno, quizás exageraba un poco, después de todo normalmente si alguien armaba bronca con una sola mirada las cosas se solían calmar. Cuando eso no era así, muchas veces con el portero del recinto ya sobraba, aunque bien era cierto que lidiar con esas cosas era lo que le daba emoción al asunto.
La cuestión era quejarse por quejarse, la verdad.
Andando desde la estación de tren, fue avistando los locales de la urbe. A decir verdad, últimamente habían surgido algunos negocios nuevos, así como otros habían ido a la bancarrota. Pero esas cosas pasan, es algo normal. Kuroshiro era una ciudad turística, y a la vez algo alejada del resto, lo cual la convertía en un sitio propicio para negocios un tanto... ilegales. Por el momento, solo el de la kunoichi era de los mas destacados, al menos a sus oídos.
«Bueno... y yo fijándome en los locales de copas y demás, y apenas me había dado cuenta de que han abierto también un par de posadas nuevas... que puedan alojarse por aquí mas gente, es algo muy bueno para mi negocio. Quizás hasta debiese invertir en posadas, o incluso un hotel...»
Su vena financiera pudo por un momento abarcar por completo sus pensamientos, entre tanto, sin pensarlo demasiado, se adentró en la última de las posadas que había visto. Abrió sin pudor la puerta, como si estuviese en su propia casa, y caminó con parsimonia hasta cerca de la barra. A su derecha había una chica de cabellera roja, un color carmesí que claramente contrastaba con el habitual tono de los hogareños. Frente a ella, un hombre de mediana edad, con una barriga claramente bien alimentada, y un delantal —el posadero— no había modo de no reconocerlo.
—Buenas noches. —Inquirió mientras tomaba asiento. —Póngame una buena taza de café, y siéntese por aquí cerca, señor. Mi nombre es Katomi, y quisiera informarme un poco de su posada. ¿Cómo le va el negocio? ¿Es difícil llevar al día las cuentas...?
La chica entrecruzó las piernas al tomar asiento, y se puso tan cómoda como podía, aunque la falta de respaldo en las sillas era de lo mas aterrador. Por otro lado, el posadero casi pareció tomarla a cachondeo, algo lógico si tenemos en cuenta la edad de la peliblanca. Comenzó a reírse, y tan solo le sirvió la taza de café.
—Déjate de tonterías, niña, no estoy para perder el tiempo. Como podrás ver, la posada está hasta los topes, ya no nos queda ni una sola habitación libre, así que haz el favor de no molestar. Gracias.
Como dato, destacar que ante todo no había perdido los modales, aún había conservado algo de respeto.