Viento de la primavera, que acicalaba el paraje soplando las hojas de las cañas. Pájaros cantores cuyo concierto se perdía en la inmensidad del bosque. Pequeños arroyos cuyas translúcidas aguas eran tan puras como el corazón de los niños que no han dicho palabra. Senderos rústicos tallados por los propios pasos de los peregrinos que buscaban los lugares santos en los asentamientos que se escondían en la vegetación. Conjunto de regalos de la naturaleza que podía definir en una sola palabra:
—Horrendo— Se quejó el del parche en el ojo.
—¿Pero que dices? ¡Es bellísimo!— Objetó la inválida.
Bonito era, pero llevar a alguien en sillas de ruedas por un camino de terracería no era lo más práctico del mundo. Aún así, él era el único que podía acompañarla, y nunca le negaría nada a su hermana con tal de hacerla feliz, aunque el terminara sufriendo en el proceso. En esta ocasión, el caprichito consistía en comprar un kimono ceremonial pues se acercaba el cumpleaños de la muchacha, pero tenía que ser especial, algo así como un traje confeccionado a mano y no fabricados a granel como los que se hacían en el País de la Tormenta. ¿Razón?, el valor de lo artesanal por encima de lo industrial, si no, no fuese un capricho al fin y al cabo.
—Hace mucho calor y sudo, no me gusta sudar— Continuó quejándose mientras luchaba por maniobrar con la silla para evitar unas rocas en el camino.
—Eso no tiene nada que ver con si el paisaje es lindo o no.
—No importa cuantas cosas bonitas hayan, si hay algo feo, todo es feo— Aseveró.
Obviamente la discusión no llegaría a ningún lado, pero ellos sí. Encontraron una aldea rural, con alguna que otra edificación con estilo japonés. Cualquiera consideraría normal la visita de algún turista, aunque el par de jóvenes llamaba un poco la atención por obvias razones. Tardarían un rato en encontrar con quién hacer el encargo, para bien o para mal.
—Horrendo— Se quejó el del parche en el ojo.
—¿Pero que dices? ¡Es bellísimo!— Objetó la inválida.
Bonito era, pero llevar a alguien en sillas de ruedas por un camino de terracería no era lo más práctico del mundo. Aún así, él era el único que podía acompañarla, y nunca le negaría nada a su hermana con tal de hacerla feliz, aunque el terminara sufriendo en el proceso. En esta ocasión, el caprichito consistía en comprar un kimono ceremonial pues se acercaba el cumpleaños de la muchacha, pero tenía que ser especial, algo así como un traje confeccionado a mano y no fabricados a granel como los que se hacían en el País de la Tormenta. ¿Razón?, el valor de lo artesanal por encima de lo industrial, si no, no fuese un capricho al fin y al cabo.
—Hace mucho calor y sudo, no me gusta sudar— Continuó quejándose mientras luchaba por maniobrar con la silla para evitar unas rocas en el camino.
—Eso no tiene nada que ver con si el paisaje es lindo o no.
—No importa cuantas cosas bonitas hayan, si hay algo feo, todo es feo— Aseveró.
Obviamente la discusión no llegaría a ningún lado, pero ellos sí. Encontraron una aldea rural, con alguna que otra edificación con estilo japonés. Cualquiera consideraría normal la visita de algún turista, aunque el par de jóvenes llamaba un poco la atención por obvias razones. Tardarían un rato en encontrar con quién hacer el encargo, para bien o para mal.