8/02/2017, 02:47
Kaido aguardó pacientemente la respuesta de su interlocutora, aunque ésta pareció tomarse su tiempo para voltearse. Una vez ambos tuvieron el primer contacto visual de la tarde, se pudo sentir en el ambiente un leve deje de impresión que, bajo otras circunstancias, habría sido del todo un descalabro. Porque, por una parte, la mujer se encontraría con un espécimen azulado que la mayor parte del tiempo, causaba todo tipo de reacciones, y no de las más sutiles. Y el escualo, por el contrario, podría percatarse de la peculiar máscara de hueso que la cubría el rostro a la mujer, la cual dejaba desvelar sólo pocas facciones del mismo.
—Disculpa pero no están disponibles —entonces ella sonrió. Lo hizo, con picardía, y sus ojos de color magma brillaron. Kaido también mostró sus dientes, y los suyos brillaron más, afilados—. tampoco creo que te sienten bien —entonces alzó los brazos, resignado. No habría manzanas esa tarde, una lástima.
El silencio les inundó de nuevo. Kaido retiró su mirada de aquella misteriosa máscara, a la que consideró como un artilugio que la mujer utilizaba para ocultar, simplemente, su posible fealdad. Algo que dada sus propias y extrañas cualidades, consideraba una debilidad. Quien no podía aceptarse a sí mismo, era caso perdido.
—¿Te presentas así con todas? —increpó la enmascarada.
—Sólo con las que llevan una máscara de hueso cubriéndole el rostro —respondió jocoso, el escualo. Luego se animó a estirar su brazo y dejó su azulada mano en el aire, a modo de presentación —. Umikiba Kaido. ¿Tú quién coño eres y qué haces en mi jodida playa?
No era ni la más cordiales de los saludos, ni los más agresivos que se le habían visto al tiburón. Pero todo dependía de la extraña y poco elocuente damisela, de su reacción al vívido hijo del océano, que estaba más preocupado por cumplir con el reto de nadar en las aguas turbulentas que saciar su curiosidad por saber cómo era se vería el rostro de la muchacha sin aquella tapadera.
—Disculpa pero no están disponibles —entonces ella sonrió. Lo hizo, con picardía, y sus ojos de color magma brillaron. Kaido también mostró sus dientes, y los suyos brillaron más, afilados—. tampoco creo que te sienten bien —entonces alzó los brazos, resignado. No habría manzanas esa tarde, una lástima.
El silencio les inundó de nuevo. Kaido retiró su mirada de aquella misteriosa máscara, a la que consideró como un artilugio que la mujer utilizaba para ocultar, simplemente, su posible fealdad. Algo que dada sus propias y extrañas cualidades, consideraba una debilidad. Quien no podía aceptarse a sí mismo, era caso perdido.
—¿Te presentas así con todas? —increpó la enmascarada.
—Sólo con las que llevan una máscara de hueso cubriéndole el rostro —respondió jocoso, el escualo. Luego se animó a estirar su brazo y dejó su azulada mano en el aire, a modo de presentación —. Umikiba Kaido. ¿Tú quién coño eres y qué haces en mi jodida playa?
No era ni la más cordiales de los saludos, ni los más agresivos que se le habían visto al tiburón. Pero todo dependía de la extraña y poco elocuente damisela, de su reacción al vívido hijo del océano, que estaba más preocupado por cumplir con el reto de nadar en las aguas turbulentas que saciar su curiosidad por saber cómo era se vería el rostro de la muchacha sin aquella tapadera.