10/02/2017, 07:58
«Kazama Ritsuko, la dama esqueleto» —se atrevió a llamarle, en introspectiva.
El escualo no sabía cómo sentirse con el aún precoz encuentro. Tan acostumbrado a que, jóvenes en su mayoría salieran despavoridos cuando él hacía acto de presencia, le era todo un reto entender el por qué ella seguía aún tan cerca. Lo que le llevó a pensar que, por un lado; tenía los ovarios del tamaño de una calabaza de Yachi, o tenía unos cuantos tornillos flojos en la cabeza.
Eso, o que estaba ya acostumbrada a ver en sí misma una peculiaridad de la misma índole —oculta, quizás, detrás de la máscara—; lo cual le habría dirimido el sentido de sorpresa.
—A ver, déjame ver si he entendido bien: estabas paseando por el país de la Tormenta, te has perdido, y has terminado aquí en la playa, parada como una idiota frente al océano, ¿esperando qué? —le increpó, grosero—. ¿que Ame no Kami te indique milagrosamente el camino correcto para volver a casa?
Alzó los hombros, un tanto resignado; pues creía saber la respuesta.
»Si es así, no esperes mucho de Él. Lo único que recibirás es ésta incesante lluvia, que parece que nos vive meando la cara las veinticuatro horas del día. Ha de tomar mucha agua, el muy cabrón; ¿no crees?
Una carcajada, y paró. Paró porque quería ver que tanto le duraba el genio a la loca de la máscara.
El escualo no sabía cómo sentirse con el aún precoz encuentro. Tan acostumbrado a que, jóvenes en su mayoría salieran despavoridos cuando él hacía acto de presencia, le era todo un reto entender el por qué ella seguía aún tan cerca. Lo que le llevó a pensar que, por un lado; tenía los ovarios del tamaño de una calabaza de Yachi, o tenía unos cuantos tornillos flojos en la cabeza.
Eso, o que estaba ya acostumbrada a ver en sí misma una peculiaridad de la misma índole —oculta, quizás, detrás de la máscara—; lo cual le habría dirimido el sentido de sorpresa.
—A ver, déjame ver si he entendido bien: estabas paseando por el país de la Tormenta, te has perdido, y has terminado aquí en la playa, parada como una idiota frente al océano, ¿esperando qué? —le increpó, grosero—. ¿que Ame no Kami te indique milagrosamente el camino correcto para volver a casa?
Alzó los hombros, un tanto resignado; pues creía saber la respuesta.
»Si es así, no esperes mucho de Él. Lo único que recibirás es ésta incesante lluvia, que parece que nos vive meando la cara las veinticuatro horas del día. Ha de tomar mucha agua, el muy cabrón; ¿no crees?
Una carcajada, y paró. Paró porque quería ver que tanto le duraba el genio a la loca de la máscara.