12/02/2017, 21:40
El asunto de las manzanas pasó al olvido y mejor así, no eran temas completamente agradables para la de kusa principalmente porque ella… Es mujer, aunque mientras no pasara de comentarios estúpidos no iba a darle mayor importancia.
—A ver, déjame ver si he entendido bien: estabas paseando por el país de la Tormenta, te has perdido, y has terminado aquí en la playa, parada como una idiota frente al océano, ¿esperando qué? —le increpó, grosero—. ¿que Ame no Kami te indique milagrosamente el camino correcto para volver a casa?
~Y después la gente se queja de mí en la aldea. Seguro que si lo conocen a este yo paso a ser una santa. ~Pensaba la pelirroja que no podía evitar sentirse un tanto incómoda con tanta hostilidad, por decirlo de alguna manera leve, porque realmente todo parecía indicar que lo mejor sería desaparecer si es que no quería terminar a golpes con este shinobi de Amegakure.
Pero justo en el instante en que Ritsuko abrió la boca para responder, el azulado chico volvió a hablar, esta vez respondiendo por así decirlo a sus propias reflexiones.
»Si es así, no esperes mucho de Él. Lo único que recibirás es ésta incesante lluvia, que parece que nos vive meando la cara las veinticuatro horas del día. Ha de tomar mucha agua, el muy cabrón; ¿no crees?Fueron las palabras exactas del chico, que dejaron a la kunoichi en silencio por un momento que decidió romper respondiendo a todo tras acompañarle en las risas con una leve porque pensar que alguien los estaba meando era bastante cómico según ella.
—No tenía ganas de seguir caminando, así que pensé en quedarme un rato aquí hasta que se me ocurra a qué dirección podría ir para llegar al país del bosque. —Y allí hizo una ligera pausa, simplemente para ladear la cabeza un poco sin despegar la mirada de su interlocutor. —O que alguien de por aquí supiera decirme para qué lado irme, ya sabes, para dejarte solito con tu playa. —Finalizó tratando de sonar sumamente tranquila.
La verdad era que con cada segundo que pasaba el chico comenzaba a intimidarla lentamente, incluso podría llegar a asegurar que con cada palabra los dientes del chico se iban afilando más y más como si fueran las fauces de un tiburón… O puede que en realidad esos colmillos siempre estuviesen allí, pero no se hayan mostrado completamente.
—A ver, déjame ver si he entendido bien: estabas paseando por el país de la Tormenta, te has perdido, y has terminado aquí en la playa, parada como una idiota frente al océano, ¿esperando qué? —le increpó, grosero—. ¿que Ame no Kami te indique milagrosamente el camino correcto para volver a casa?
~Y después la gente se queja de mí en la aldea. Seguro que si lo conocen a este yo paso a ser una santa. ~Pensaba la pelirroja que no podía evitar sentirse un tanto incómoda con tanta hostilidad, por decirlo de alguna manera leve, porque realmente todo parecía indicar que lo mejor sería desaparecer si es que no quería terminar a golpes con este shinobi de Amegakure.
Pero justo en el instante en que Ritsuko abrió la boca para responder, el azulado chico volvió a hablar, esta vez respondiendo por así decirlo a sus propias reflexiones.
»Si es así, no esperes mucho de Él. Lo único que recibirás es ésta incesante lluvia, que parece que nos vive meando la cara las veinticuatro horas del día. Ha de tomar mucha agua, el muy cabrón; ¿no crees?Fueron las palabras exactas del chico, que dejaron a la kunoichi en silencio por un momento que decidió romper respondiendo a todo tras acompañarle en las risas con una leve porque pensar que alguien los estaba meando era bastante cómico según ella.
—No tenía ganas de seguir caminando, así que pensé en quedarme un rato aquí hasta que se me ocurra a qué dirección podría ir para llegar al país del bosque. —Y allí hizo una ligera pausa, simplemente para ladear la cabeza un poco sin despegar la mirada de su interlocutor. —O que alguien de por aquí supiera decirme para qué lado irme, ya sabes, para dejarte solito con tu playa. —Finalizó tratando de sonar sumamente tranquila.
La verdad era que con cada segundo que pasaba el chico comenzaba a intimidarla lentamente, incluso podría llegar a asegurar que con cada palabra los dientes del chico se iban afilando más y más como si fueran las fauces de un tiburón… O puede que en realidad esos colmillos siempre estuviesen allí, pero no se hayan mostrado completamente.