1/03/2017, 23:36
Ni siquiera los gritos del shinobi a sus espaldas logró detenerla. Ayame siguió corriendo lo más rápido que podía, sorteando obstáculos y volviendo de nuevo a los territorios de las obras, siguiendo la dirección de las voces. Ni siquiera se fijó en las señales que prohibían el paso a aquellas instalaciones.
«Ese estruendo... ha sonado como un golpe. ¿Habrá alguien herido?» Se preguntaba, aunque en su interior se estaba produciendo una encarnizada lucha entre su insana curiosidad y la necesidad de hacer el bien contra el miedo que sentía de encontrar a alguien peligroso...
La luz de una farola titiló durante un instante, y Ayame se encogió sobre sí misma, sobresaltada.
—Uno, dos, tres ¡Fuerza! —escuchó a lo lejos, y Ayame retomó la marcha.
—¡No se mueve! —exclamó otra voz, y a Ayame sintió que se le congelaba la sangre en las venas. Inconscientemente, frenó ligeramente el paso.
«¿Un... asesinato...?» Se preguntó, con el corazón retumbándole en las sienes.
—¡Apresúrense, tenemos que rescatarlo antes que nos descubran! —volvió a hablar la primera voz.
«Un rescate, un accidente.»
Conforme se fueron acercando al lugar de los hechos, redujo la marcha notablemente. Al final terminó caminando casi pegada al vallado, observando con cuidado el panorama. Al apoyar la mano sobre la madera sintió algo fresco y líquido que le hizo torcer el gesto. Las pintadas de los graffitis eran frescas. De hecho, aún quedaban latas por el suelo.
—Cuidado con la pintura y con las latas —le advirtió a su acompañante en un susurro.
Habían llegado a un lugar baldío en el que se alzaba la estructura metálica de un edificio a medio construir. Cerca de él, un grupo de seis muchachos se agolpaban cerca de un montón de tablones de madera. Parecían estar intentando moverlas.
—¡Te dije que no tocaras nada! —El chico que hablaba llevaba el pelo rubio en un lado y moreno en el otro.
—¡Por el amor de Ame no Kami sáquenme de aquí! Casi no siento la pierna ya —aulló otra persona, rota de dolor, que quedaba fuera de su rango de vista.
Ayame se había sobresaltado al escucharle, pero tras echar un vistazo alrededor y fijarse en las cuerdas rotas que rodeaban las maderas y la polea que pendía por encima del montón se dio cuenta de lo que pasaba.
—Deberíamos ayudarles —Ayame volvió la mirada hacia su acompañante. Aunque había cierta duda en sus ojos.
Aquellos chicos no daba la mejor impresión del mundo, con todos aquellos collares, pulseras y anillos de plata y oro.
«Ese estruendo... ha sonado como un golpe. ¿Habrá alguien herido?» Se preguntaba, aunque en su interior se estaba produciendo una encarnizada lucha entre su insana curiosidad y la necesidad de hacer el bien contra el miedo que sentía de encontrar a alguien peligroso...
La luz de una farola titiló durante un instante, y Ayame se encogió sobre sí misma, sobresaltada.
—Uno, dos, tres ¡Fuerza! —escuchó a lo lejos, y Ayame retomó la marcha.
—¡No se mueve! —exclamó otra voz, y a Ayame sintió que se le congelaba la sangre en las venas. Inconscientemente, frenó ligeramente el paso.
«¿Un... asesinato...?» Se preguntó, con el corazón retumbándole en las sienes.
—¡Apresúrense, tenemos que rescatarlo antes que nos descubran! —volvió a hablar la primera voz.
«Un rescate, un accidente.»
Conforme se fueron acercando al lugar de los hechos, redujo la marcha notablemente. Al final terminó caminando casi pegada al vallado, observando con cuidado el panorama. Al apoyar la mano sobre la madera sintió algo fresco y líquido que le hizo torcer el gesto. Las pintadas de los graffitis eran frescas. De hecho, aún quedaban latas por el suelo.
—Cuidado con la pintura y con las latas —le advirtió a su acompañante en un susurro.
Habían llegado a un lugar baldío en el que se alzaba la estructura metálica de un edificio a medio construir. Cerca de él, un grupo de seis muchachos se agolpaban cerca de un montón de tablones de madera. Parecían estar intentando moverlas.
—¡Te dije que no tocaras nada! —El chico que hablaba llevaba el pelo rubio en un lado y moreno en el otro.
—¡Por el amor de Ame no Kami sáquenme de aquí! Casi no siento la pierna ya —aulló otra persona, rota de dolor, que quedaba fuera de su rango de vista.
Ayame se había sobresaltado al escucharle, pero tras echar un vistazo alrededor y fijarse en las cuerdas rotas que rodeaban las maderas y la polea que pendía por encima del montón se dio cuenta de lo que pasaba.
—Deberíamos ayudarles —Ayame volvió la mirada hacia su acompañante. Aunque había cierta duda en sus ojos.
Aquellos chicos no daba la mejor impresión del mundo, con todos aquellos collares, pulseras y anillos de plata y oro.