2/03/2017, 22:04
Ambos sujetos tomaron la maceta y empezaron a descender por los escalones con lentitud. Eran varios pizos desde la azotea hasta la bodega, ya que esta última estaba hasta el sótano del edificio. El lugar era aparentemente una fábrica de muebles, martillazos y serruchazos eran audibles en el reciento. Curiosamente el sitio estaba construido de una forma que el sonido se quedaba aislado en el interior, por lo que afuera todo era bastante calmo.
—Ya casi, ya casi llegamos— Bufó el gordo
—¿Por que demonios no usamos la rampa para cargamento?— Se quejó el flaco, cuyas extremidades temblaban más que una gelatina a medio cuajar.
—Porque esto no es mercancía— Respondió el otro.
Kagetsuna por su parte no pudo hacer nada para evitar que se llevasen al Uzumaki. En cuanto se aseguró de que no hubiera ninguna presencia en las cercanías volvió a subir a la azotea, para descansar un rato después de estar colgado como chango. Su dilema estaba en que pasaría con el chico. ¿Podría salir sólo? Eso en teoría era algo que no era de su incumbencia y por ende podría obviarlo. Pero luego pensó que si por X o Y razón descubrían al pelirrojo y este parlaba más de lo necesario le podría terminar afectando de forma indirecta.
"Si lo voy a sacar de ahí, primero debo encontrar la forma de entrar"
Entre tanto, los hombres que llevaban la mini-palmera la colocaron en el suelo durante un momento, en lo que el flacucho se disponía a abrir la persiana de la bodega. Se trataba de un lugar muy muy amplio, iluminado con lámparas y abastecido de aire mediante un sistema de conducción. Al levantarla salieron a su encuentro varios perros negros, de hocico largo y con detalles cafés en la boca y patas.
—¡Jo, jo! ¡No estorben carajo! ¡No es para ustedes!— Gruñó el gordo al ver como la jauría ladraba una y otra vez al objeto en cuestión.
Tomaron nuevamente al transformado Ralexion y lo colocaron a la par de una gran cantidad de sillas, escritorios, gavetas y armarios de madera que se hallaban apilados en el sitio. El gordo se secó el sudor de su perlina frente mientras el flaco acuchuchaba a los caninos ofreciéndoles croquetas.
—¡Heh!, mételos de vuelta que están para cuidar.
—Voy, voy. Ya lo oyeron amiguitos.
Así, tiró una galleta de nuevo hacia el interior de la bodega, siendo seguida por los doberman. La persiana fue cerrada, y la planta se quedó en compañía de los caninos. Los animales le rodearon, olfateando y ladrando al objeto al percibir que el olor que tenía no correspondía al de un ser vivo vegetal precisamente.
—Ya casi, ya casi llegamos— Bufó el gordo
—¿Por que demonios no usamos la rampa para cargamento?— Se quejó el flaco, cuyas extremidades temblaban más que una gelatina a medio cuajar.
—Porque esto no es mercancía— Respondió el otro.
Kagetsuna por su parte no pudo hacer nada para evitar que se llevasen al Uzumaki. En cuanto se aseguró de que no hubiera ninguna presencia en las cercanías volvió a subir a la azotea, para descansar un rato después de estar colgado como chango. Su dilema estaba en que pasaría con el chico. ¿Podría salir sólo? Eso en teoría era algo que no era de su incumbencia y por ende podría obviarlo. Pero luego pensó que si por X o Y razón descubrían al pelirrojo y este parlaba más de lo necesario le podría terminar afectando de forma indirecta.
"Si lo voy a sacar de ahí, primero debo encontrar la forma de entrar"
Entre tanto, los hombres que llevaban la mini-palmera la colocaron en el suelo durante un momento, en lo que el flacucho se disponía a abrir la persiana de la bodega. Se trataba de un lugar muy muy amplio, iluminado con lámparas y abastecido de aire mediante un sistema de conducción. Al levantarla salieron a su encuentro varios perros negros, de hocico largo y con detalles cafés en la boca y patas.
—¡Jo, jo! ¡No estorben carajo! ¡No es para ustedes!— Gruñó el gordo al ver como la jauría ladraba una y otra vez al objeto en cuestión.
Tomaron nuevamente al transformado Ralexion y lo colocaron a la par de una gran cantidad de sillas, escritorios, gavetas y armarios de madera que se hallaban apilados en el sitio. El gordo se secó el sudor de su perlina frente mientras el flaco acuchuchaba a los caninos ofreciéndoles croquetas.
—¡Heh!, mételos de vuelta que están para cuidar.
—Voy, voy. Ya lo oyeron amiguitos.
Así, tiró una galleta de nuevo hacia el interior de la bodega, siendo seguida por los doberman. La persiana fue cerrada, y la planta se quedó en compañía de los caninos. Los animales le rodearon, olfateando y ladrando al objeto al percibir que el olor que tenía no correspondía al de un ser vivo vegetal precisamente.