2/03/2017, 23:42
La situación iba de mal en peor. Durante el transcurso del viaje hasta la bodega pudo observar que el edificio en cuestión se trataba de una fábrica. Una de muebles, siendo exactos. Durante su periplo tomó nota mental de lo que parecía ser una salida de emergencia en el primer piso, pero le sería difícil escabullirse entre tantos trabajadores. No obstante, llegar hasta esa salida -o cualquier otra- se vio relegada a una preocupación en segundo plano cuando alcanzaron la bodega...
Habían dobermans en la bodega. Muchos dobermans. Los perros le ladraban, y Ralexion sabía que lo hacían porque eran capaces de usar su olfato en pos de discernir que lo que parecía ser, en realidad no era. La maceta tembló ligeramente sobre las manos del gordo, pero fue un movimiento tan ligero que este no se dio cuenta.
Así pues, los dos peculiares sujetos lo dejaron allí, rodeado de perros rabiosos, cerrando la persiana metálica tras de sí. El objeto volvió a temblar, esta vez de una manera algo más notable. La pequeña palmera sobre este se agitó, moviendo sus hojas al son. «No puedo mantener mi chakra así... ah... estos perros me dan un miedo de la hostia... joder, joder, ahora sí que sí, ¡no pienso seguir siendo un puñetero ninja si consigo salir vivo de esta!»
Solo disponía de unos momentos para pensar en su siguiente movimiento, el Henge no aguantaría mucho más. Reflexionó unos momentos y llegó a la conclusión de que el mejor plan de acción era impedir morir devorado por una jauría de perros guardianes.
Deshizo la transformación por voluntad propia antes de que su control del chakra se fuera completamente al garete. Esperaba que algo tan súbito -sumado a la ligera cortina de humo que expulsaba la técnica al ser realizada o deshecha- dejara confusos a los chuchos durante unos valiosos instantes.
Saltó hacia atrás, subiéndose a un escritorio de madera, acto seguido saltó encima de un armario ropero. Los perros ya eran más que conscientes de la presencia del intruso y ladraban como poseídos, subiéndose a los objetos que podían en tal de perseguirlo. Finalmente, Ralexion saltó contra la pared, quedándose pegado a ella gracias al chakra que mantuvo en la planta de sus pies, fuera del alcance de sus satánicos perseguidores.
—Joder, uff... casi... casi... —masculló entre jadeos, observando a los doberman, que le miraban y le ladraban sin contenerse.
Estaban montando un buen jaleo.
Habían dobermans en la bodega. Muchos dobermans. Los perros le ladraban, y Ralexion sabía que lo hacían porque eran capaces de usar su olfato en pos de discernir que lo que parecía ser, en realidad no era. La maceta tembló ligeramente sobre las manos del gordo, pero fue un movimiento tan ligero que este no se dio cuenta.
Así pues, los dos peculiares sujetos lo dejaron allí, rodeado de perros rabiosos, cerrando la persiana metálica tras de sí. El objeto volvió a temblar, esta vez de una manera algo más notable. La pequeña palmera sobre este se agitó, moviendo sus hojas al son. «No puedo mantener mi chakra así... ah... estos perros me dan un miedo de la hostia... joder, joder, ahora sí que sí, ¡no pienso seguir siendo un puñetero ninja si consigo salir vivo de esta!»
Solo disponía de unos momentos para pensar en su siguiente movimiento, el Henge no aguantaría mucho más. Reflexionó unos momentos y llegó a la conclusión de que el mejor plan de acción era impedir morir devorado por una jauría de perros guardianes.
Deshizo la transformación por voluntad propia antes de que su control del chakra se fuera completamente al garete. Esperaba que algo tan súbito -sumado a la ligera cortina de humo que expulsaba la técnica al ser realizada o deshecha- dejara confusos a los chuchos durante unos valiosos instantes.
Saltó hacia atrás, subiéndose a un escritorio de madera, acto seguido saltó encima de un armario ropero. Los perros ya eran más que conscientes de la presencia del intruso y ladraban como poseídos, subiéndose a los objetos que podían en tal de perseguirlo. Finalmente, Ralexion saltó contra la pared, quedándose pegado a ella gracias al chakra que mantuvo en la planta de sus pies, fuera del alcance de sus satánicos perseguidores.
—Joder, uff... casi... casi... —masculló entre jadeos, observando a los doberman, que le miraban y le ladraban sin contenerse.
Estaban montando un buen jaleo.