9/03/2017, 13:52
El animal, satisfecho, solo podía atinar a escuchar las palabras que no entendía bien de la joven, escuchó su voz en bajo tono, susurrando, mientras dejaba de hacer sus labores encomendadas. Sabía perfectamente que era ella la culpable de todos aquellos destrozos, más solo lo hacía por un bien común: que Tamako reparase en su presencia.
Para la oveja, todo su mundo había sido su dueña, había nacido y crecido en aquella casa, junto a la mujer que la había cuidado con tanto cariño que el animal sentía que se moría cada vez que Tamako salía de viaje, de misión, o simplemente a hacer algún recado sin importancia. Tal era su tristeza que la única forma de reducirla era tras el daño físico. Sin embargo, vio un segundo efecto las primeras veces que lo hizo: Tamako acudía a ella, preocupada por si acaso había ocurrido algo malo en su ausencia.
Tamachin, encantada por los nuevos cuidados de su dueña, no dudó en seguir haciendo añicos el vallado a espaldas de la anciana mujer, inconsciente de lo que realmente estaba haciendo, ciega por recibir cuidados constantes de su dueña.
Pero ese día acabaría todo.
— ¿Qué ha pasado aquí? — Preguntó una anonadada Tamako, saliendo de la casa con una bandeja en la que reposaba una jarra de cristal llena de zumo, un trozo de pan y varias piezas de fruta. — ¿Qué le ha pasado al vallado? — Reparó en dónde se encontraba la kunoichi para preguntar de nuevo, una tercera vez; mientras dejaba la bandeja en la banca. — ¿Estás bien, pequeña?
Para la oveja, todo su mundo había sido su dueña, había nacido y crecido en aquella casa, junto a la mujer que la había cuidado con tanto cariño que el animal sentía que se moría cada vez que Tamako salía de viaje, de misión, o simplemente a hacer algún recado sin importancia. Tal era su tristeza que la única forma de reducirla era tras el daño físico. Sin embargo, vio un segundo efecto las primeras veces que lo hizo: Tamako acudía a ella, preocupada por si acaso había ocurrido algo malo en su ausencia.
Tamachin, encantada por los nuevos cuidados de su dueña, no dudó en seguir haciendo añicos el vallado a espaldas de la anciana mujer, inconsciente de lo que realmente estaba haciendo, ciega por recibir cuidados constantes de su dueña.
Pero ese día acabaría todo.
— ¿Qué ha pasado aquí? — Preguntó una anonadada Tamako, saliendo de la casa con una bandeja en la que reposaba una jarra de cristal llena de zumo, un trozo de pan y varias piezas de fruta. — ¿Qué le ha pasado al vallado? — Reparó en dónde se encontraba la kunoichi para preguntar de nuevo, una tercera vez; mientras dejaba la bandeja en la banca. — ¿Estás bien, pequeña?
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