11/03/2017, 00:42
Continuó corriendo por su vida. Por el camino iba dejando clones inmateriales de sí mismo, esperando que confundieran a sus perseguidores. Tenía claro su objetivo: la salida de emergencia que había visto en el primer piso. Esquivaba mesas de trabajo y saltaba por encima de pilas de madera con todo lo que su agilidad le permitía. Se sentía confiado, él era un ninja y sus perseguidores simples carpinteros, pero entonces escuchó a la jauría de doberman que había sido liberada. Había olvidado a los malditos perros.
—¡Oh mierda, oh mierda! —musitó sin dejar de correr, aumentando todavía más su velocidad.
Dicen que el miedo da alas a los hombres. El Uzumaki estaba demostrando que ese dicho era cierto. Vio una puerta de color gris y sin pensárselo dos veces cargó contra ella. La abrió de un placaje, y descubrió que se encontraba en un rellano de escalera. Unos peldaños más arriba había un trío de operarios. Las miradas del grupo y del genin se cruzaron.
—¡Eh, tú! —gritó uno de ellos, señalándolo.
Bajaron las escaleras a la carrera, a la par que Ralexion se pegaba a la pared del rellano y corría verticalmente, tratando de alcanzar el techo. Uno logró agarrarle del hakama, a lo que el muchacho respondió propinándole una potente patada en la nariz, zafándose de inmediato. Se apresuró, ya boca abajo, ascendiendo niveles, mientras los dos trabajadores restantes, además de los perros, le pisaban los talones.
—¡Que le jodan, volveré a la azotea y punto!
—¡Oh mierda, oh mierda! —musitó sin dejar de correr, aumentando todavía más su velocidad.
Dicen que el miedo da alas a los hombres. El Uzumaki estaba demostrando que ese dicho era cierto. Vio una puerta de color gris y sin pensárselo dos veces cargó contra ella. La abrió de un placaje, y descubrió que se encontraba en un rellano de escalera. Unos peldaños más arriba había un trío de operarios. Las miradas del grupo y del genin se cruzaron.
—¡Eh, tú! —gritó uno de ellos, señalándolo.
Bajaron las escaleras a la carrera, a la par que Ralexion se pegaba a la pared del rellano y corría verticalmente, tratando de alcanzar el techo. Uno logró agarrarle del hakama, a lo que el muchacho respondió propinándole una potente patada en la nariz, zafándose de inmediato. Se apresuró, ya boca abajo, ascendiendo niveles, mientras los dos trabajadores restantes, además de los perros, le pisaban los talones.
—¡Que le jodan, volveré a la azotea y punto!