26/03/2017, 01:17
(Última modificación: 26/03/2017, 01:17 por Amedama Daruu.)
Daruu quedó mirando al vacío, como si se estuviera hundiendo en un océano de silencio. En el fondo, así era. El murmullo habitual de la Pastelería de Kiroe-chan disminuía poco a poco, y las miradas, curiosas, se las llevaba todas el joven albino que ahora caminaba hacia la barra, y después la saltaría con elegancia, como si estuviese en su propia casa.
Quizás, así fuese, también en el fondo, pensó Daruu, mientras sus ojos hacían de péndulo al mismo tiempo que la bolsa de bollitos de vainilla que Kori sujetaba firmemente se mecía suavemente cuando éste abrió la puerta de las cocinas.
—De... desde esta mañana... —tartamudeó Ayame.
—¡Eso es...!
Shkrriiiieeeeeek, la puerta anunció la llegada de alguien más. Kiroe viró el rostro para ver llegar a Kori, y suspiró. Instintivamente, alzó la mano hacia Ayame y le revolvió el cabello desde arriba.
—Disculpe la intromisión, Kiroe-san. Estaba buscando a mi hermana —anunció.
Ayame retrocedió un par de pasos.
—Ayame, quédate quieta y ve con tu hermano. No hay vuelta atrás. —La voz de Kiroe sonó tan gélida como la de su hermano, como si se tratase de una orden. Pero al mismo tiempo, de forma extraña, proyectaba una especie de calidez muy convincente. Uno sentía, que cuando oía aquellas palabras, el que las decía estaba compadeciéndose de él. Perdonándole. Acariciándole el pelo con ternura. Como las palabras de una madre, severa, pero que en el fondo sabes que hace las cosas por tu bien.
»Lo siento, Kori-san. Está aterrorizada. Procura que Zetsuo se porte todo lo bien que pueda, ¿de acuerdo? Tienes que prometérmelo.
Quizás, así fuese, también en el fondo, pensó Daruu, mientras sus ojos hacían de péndulo al mismo tiempo que la bolsa de bollitos de vainilla que Kori sujetaba firmemente se mecía suavemente cuando éste abrió la puerta de las cocinas.
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—De... desde esta mañana... —tartamudeó Ayame.
—¡Eso es...!
Shkrriiiieeeeeek, la puerta anunció la llegada de alguien más. Kiroe viró el rostro para ver llegar a Kori, y suspiró. Instintivamente, alzó la mano hacia Ayame y le revolvió el cabello desde arriba.
—Disculpe la intromisión, Kiroe-san. Estaba buscando a mi hermana —anunció.
Ayame retrocedió un par de pasos.
—Ayame, quédate quieta y ve con tu hermano. No hay vuelta atrás. —La voz de Kiroe sonó tan gélida como la de su hermano, como si se tratase de una orden. Pero al mismo tiempo, de forma extraña, proyectaba una especie de calidez muy convincente. Uno sentía, que cuando oía aquellas palabras, el que las decía estaba compadeciéndose de él. Perdonándole. Acariciándole el pelo con ternura. Como las palabras de una madre, severa, pero que en el fondo sabes que hace las cosas por tu bien.
»Lo siento, Kori-san. Está aterrorizada. Procura que Zetsuo se porte todo lo bien que pueda, ¿de acuerdo? Tienes que prometérmelo.