17/04/2017, 21:11
Una tarde de lluvia y desdén asomaba con fuerza a la ventana, ventana por la cual asomaba la pelirroja. El agua cayendo le era ya casi indiferente, monótono y sinsentido. Al caer, golpeaba con liviana fuerza el poyete, así como cualquier superficie solida que se interpusiese en su camino hasta llegar a la tierra, lugar al que acudía implacable, buscando un fin inevitable y certero a su a veces efímera vida. El vaho en la ventana hacía un tanto mas difícil la visión de ésto, pero a éstas horas la chica no tenía ni ganas de encender la chimenea de casa. Total, ¿para qué? Muy a pesar de la lluvia el clima era cálido, casi tropical.
La chica dejó caer un suspiro, mientras sostenía su mentón sobre su diestra. Dejó caer por completo el peso de su cabeza contra el cristal, y desvió la vista hacia el interior de la casa. El salón le pegó una bofetada de silencio, tanto que le llegó al alma. ¿Cuanto tiempo pasaría hasta que olvidase que en esa casa una vez vivió con su padre y madre? Desde luego, era una tortura cada día que pasaba...
Pero el tiempo lo cura todo.
La chica de nuevo volvió a mirar hacia el exterior, donde un pequeño huerto moría tanto como su alma. No, el tiempo a veces no cura, si no que lo hace mas intenso. Al menos la pelirroja así lo sentía. De nuevo, dejó caer un suspiro.
—No sé porqué, pero no consigo olvidarte... quizás debería irme para siempre... —Reflexionó en voz alta.
Lamentablemente para ella, dejar una facción shinobi tampoco es que fuese cosa sencilla. Pero quizás se refería mas bien a su domicilio, lugar de su nacimiento, y portador de incontables recuerdos; malos y buenos, pero demasiados recuerdos. Sin pensarlo mas, tomó un abrigo rosa bastante ligero, y se lo puso, incluyendo la capucha, tras lo cuál salió de casa. Cerró la puerta tras su salida, pero quedó un instante parada en mitad de la lluvia. La chica alzó la mirada un poco, lo suficiente para avistar el cielo sin que la lluvia llegase a colarse bajo la capucha.
Un suspiro, de nuevo. Volvió a bajar la mirada, así como su gesto, y comenzó a caminar hacia la aldea.
La distancia fue efímera, en un paseo que poco tenía de veloz, pero que tampoco cesó en empeño. Al cabo de un rato, llegó al fin, un local con una iluminada cartelera de un panda, al que solía acudir para escuchar a los improvisados artistas del micrófono. Tras entrar, cerró la puerta, y tomó asiento en una mesa solitaria, donde esperaría a ser atendida. Ninguna cara le llamó la atención, no conocía a ninguno de los allí presentes en ésta ocasión. Bajó la capucha, y de nuevo dejó caer un suspiro para si misma, pues no quería compartir su respiración con nadie mas.
¿Quién sería hoy el cantante?
La chica dejó caer un suspiro, mientras sostenía su mentón sobre su diestra. Dejó caer por completo el peso de su cabeza contra el cristal, y desvió la vista hacia el interior de la casa. El salón le pegó una bofetada de silencio, tanto que le llegó al alma. ¿Cuanto tiempo pasaría hasta que olvidase que en esa casa una vez vivió con su padre y madre? Desde luego, era una tortura cada día que pasaba...
Pero el tiempo lo cura todo.
La chica de nuevo volvió a mirar hacia el exterior, donde un pequeño huerto moría tanto como su alma. No, el tiempo a veces no cura, si no que lo hace mas intenso. Al menos la pelirroja así lo sentía. De nuevo, dejó caer un suspiro.
—No sé porqué, pero no consigo olvidarte... quizás debería irme para siempre... —Reflexionó en voz alta.
Lamentablemente para ella, dejar una facción shinobi tampoco es que fuese cosa sencilla. Pero quizás se refería mas bien a su domicilio, lugar de su nacimiento, y portador de incontables recuerdos; malos y buenos, pero demasiados recuerdos. Sin pensarlo mas, tomó un abrigo rosa bastante ligero, y se lo puso, incluyendo la capucha, tras lo cuál salió de casa. Cerró la puerta tras su salida, pero quedó un instante parada en mitad de la lluvia. La chica alzó la mirada un poco, lo suficiente para avistar el cielo sin que la lluvia llegase a colarse bajo la capucha.
Un suspiro, de nuevo. Volvió a bajar la mirada, así como su gesto, y comenzó a caminar hacia la aldea.
La distancia fue efímera, en un paseo que poco tenía de veloz, pero que tampoco cesó en empeño. Al cabo de un rato, llegó al fin, un local con una iluminada cartelera de un panda, al que solía acudir para escuchar a los improvisados artistas del micrófono. Tras entrar, cerró la puerta, y tomó asiento en una mesa solitaria, donde esperaría a ser atendida. Ninguna cara le llamó la atención, no conocía a ninguno de los allí presentes en ésta ocasión. Bajó la capucha, y de nuevo dejó caer un suspiro para si misma, pues no quería compartir su respiración con nadie mas.
¿Quién sería hoy el cantante?