19/04/2017, 00:00
Nop, las cosas nunca podían ser a su manera. El destino siempre se ensañaba en llevarle la contraria, y la gente también. Aparentemente su intento por calmarle no tuvo efecto, de hecho, casi que tuvo el efecto contrario, puesto el de los ojos claros optó por tumbarse al suelo. Lo peor del caso es que la araña terminó por salir volando justo a la cara del pelimorado.
—¡¡¡AAAAAAAAAAHHHHH!!!— Gritó al sentir durante unos instantes al animal en su cara. Curioso, ahora era él quién había entrado en pánico.
Retrocedió varios pasos como si eso fuera a alejarla, sintiendo como las ocho peludas patas del animal se subían hasta su coronilla. Víctima del miedo, tomó a la araña con la mano y la lanzó lo más lejos que pudo. —ME LLEVA LA QUE ME TRAJO— El tímido arácnido cayó con suavidad, lléndose a esconder debajo de las piedras. Por alguna razón sentía que había sufrido un dejavú, pues creía recordar que antes ya había tenido que pelear con algún animalejo que le caía encima, más no recordaba donde ni cuando. Igual eso era lo que menos le interesaba en esos momentos, ahora respiraba agitado, tratando de recuperarse del susto.
—¡Te dije que no te alteraras!— Le dijo alterado, vaya ironía. —¿Huh? Eso...— Al verlo tirado en el suelo pudo percatarse de las agujas clavadas en su espalda, devolviéndole su seriedad al darse cuenta de que el de Uzu había sido probablemente víctima de un ataque. —¿Quién te hizo esto?— Exigió saber.
Kagetsuna caminó hasta donde se encontraba el niño, agachándose para examinarlo mejor. No se había dado cuenta antes de lo demacrado que lucía, además que por el fuerte aroma que despedía probablemente llevaba un buen tiempo sin ducharse. Simplemente no le entraba en la cabeza como un shinobi podía caer en tales condiciones.
—Escúchame, debo quitarte las senbons de la espalda o podrían infectarse de forma peligrosa.— No se necesitaba ser muy listo para saber eso. —Va a doler, pero es urgente retirarlas ¿me entiendes?— Le dijo más de forma imperativa que interrogativa —Ya luego me explicas como demonios terminaste en tal estado.
No es que estuviese realmente preocupado por él, pero el sentido común le decía que al ver a alguien en tal forma debía echarle una mano. Además, se trataba de un compañero de oficio de una nación aliada, era un protocolo mínimo.
—¡¡¡AAAAAAAAAAHHHHH!!!— Gritó al sentir durante unos instantes al animal en su cara. Curioso, ahora era él quién había entrado en pánico.
Retrocedió varios pasos como si eso fuera a alejarla, sintiendo como las ocho peludas patas del animal se subían hasta su coronilla. Víctima del miedo, tomó a la araña con la mano y la lanzó lo más lejos que pudo. —ME LLEVA LA QUE ME TRAJO— El tímido arácnido cayó con suavidad, lléndose a esconder debajo de las piedras. Por alguna razón sentía que había sufrido un dejavú, pues creía recordar que antes ya había tenido que pelear con algún animalejo que le caía encima, más no recordaba donde ni cuando. Igual eso era lo que menos le interesaba en esos momentos, ahora respiraba agitado, tratando de recuperarse del susto.
—¡Te dije que no te alteraras!— Le dijo alterado, vaya ironía. —¿Huh? Eso...— Al verlo tirado en el suelo pudo percatarse de las agujas clavadas en su espalda, devolviéndole su seriedad al darse cuenta de que el de Uzu había sido probablemente víctima de un ataque. —¿Quién te hizo esto?— Exigió saber.
Kagetsuna caminó hasta donde se encontraba el niño, agachándose para examinarlo mejor. No se había dado cuenta antes de lo demacrado que lucía, además que por el fuerte aroma que despedía probablemente llevaba un buen tiempo sin ducharse. Simplemente no le entraba en la cabeza como un shinobi podía caer en tales condiciones.
—Escúchame, debo quitarte las senbons de la espalda o podrían infectarse de forma peligrosa.— No se necesitaba ser muy listo para saber eso. —Va a doler, pero es urgente retirarlas ¿me entiendes?— Le dijo más de forma imperativa que interrogativa —Ya luego me explicas como demonios terminaste en tal estado.
No es que estuviese realmente preocupado por él, pero el sentido común le decía que al ver a alguien en tal forma debía echarle una mano. Además, se trataba de un compañero de oficio de una nación aliada, era un protocolo mínimo.