18/06/2015, 13:50
(Última modificación: 18/06/2015, 19:22 por Uchiha Akame.)
El cielo rugía como un centenar de bestias enbravecidas. Los rayos iluminaban todo el paraje con su resplandor, y los truenos batían el aire con violencia. La lluvia caía con fuerza sobre las llanuras, como si quisiera abrirse paso entre la tierra y llegar a lo que hubiera en el subsuelo.
Kunie había sufrido peores tormentas, pero aquella destacaba por su ferocidad. Ni siquiera la capa de viaje con la que intentaba resguardarse era ya de utilidad, porque la fuerza del viento se la arremolinaba por los aires, tratando de arrancársela de las manos. La chica seguía caminando, no obstante, pues como buena autóctona sabía que no a demasiada distancia los lugareños habían construido un refugio semi-subterráneo que todo viajero podía utilizar si se veía en la necesidad. Lo cual solía ser siempre. Con aquella idea en mente, la chica continuaba caminando, luchando contra viento y lluvia, por el enfangado camino. Tenía las sandalias y los bajos del pantalón llenos de barro, y sólo una fina capa de chakra correctamente aplicada sobre las plantas de los pies le permitía caminar sin hundirse en los numerosos lodazales. El pelo, recogido en una cola bajo la capucha, estaba todavía seco por suerte.
De repente creyó oír una voz, más adelante en el camino. Alzó la vista, cubriéndose el rostro con una mano para que la lluvia no se le metiera en los ojos, y alcanzó a distinguir una figura solitaria entre la tormenta. Caminó con más empeño, tratando de alcanzarla, pues no todos los viajeros sabían de la existencia del refugio cercano.
- ¡Eh! ¡Eh! ¡Espera!
Kunie había sufrido peores tormentas, pero aquella destacaba por su ferocidad. Ni siquiera la capa de viaje con la que intentaba resguardarse era ya de utilidad, porque la fuerza del viento se la arremolinaba por los aires, tratando de arrancársela de las manos. La chica seguía caminando, no obstante, pues como buena autóctona sabía que no a demasiada distancia los lugareños habían construido un refugio semi-subterráneo que todo viajero podía utilizar si se veía en la necesidad. Lo cual solía ser siempre. Con aquella idea en mente, la chica continuaba caminando, luchando contra viento y lluvia, por el enfangado camino. Tenía las sandalias y los bajos del pantalón llenos de barro, y sólo una fina capa de chakra correctamente aplicada sobre las plantas de los pies le permitía caminar sin hundirse en los numerosos lodazales. El pelo, recogido en una cola bajo la capucha, estaba todavía seco por suerte.
De repente creyó oír una voz, más adelante en el camino. Alzó la vista, cubriéndose el rostro con una mano para que la lluvia no se le metiera en los ojos, y alcanzó a distinguir una figura solitaria entre la tormenta. Caminó con más empeño, tratando de alcanzarla, pues no todos los viajeros sabían de la existencia del refugio cercano.
- ¡Eh! ¡Eh! ¡Espera!