20/04/2017, 06:04
La posada a la que Ayame entró llevaba el nombre de "El oasis de Jiru-sama". Era un modesto hostal de pueblo cuyo interior lucía lo bastante humilde como para pensar que no era una locación de lujo ni mucho menos. Sin embargo, a primera vista, daba la sensación de que las personas que se encargaban de administrar el lugar le tenían echada una buena mano: todo estaba muy limpio, organizado; y la decoración era agradable a la vista. Además, la pequeña recepción estaba ambientada con un exquisito aroma a lavanda que satisfacía el olfato de cualquiera.
Para la sencillez del mismo, el establecimiento no estaba nada mal. Sobre todo para estar ubicado en una pequeña ciudad cuya principal fuente de turistas se disparaba quizás un par de veces al año, y no por demasiado tiempo salvo para cuando se promocionaba la Línea de los Dioses.
Cuando la muchacha llamó a quien para ese momento debía estar haciendo de recepcionista, nadie contestó de inmediato. No obstante, poco después, la figura apresurada de una obesa mujer salió despistada de un cubículo interior. Inflada como un pan, de piel blanca y con un par de mejillas redondas y rojizas que probablemente provocaban apretujar, la mujer se acercó sonriente a por encima de la barra y miró de una forma maternal a una de sus primeras invitadas.
La vio sola, y se percató de inmediato de aquella bandana que reposaba atada con firmeza sobre su frente. Le sonrió de nuevo y empezó a hablar, dejando salir su tan conocido y muy entrenado lema. Con voz armoniosa, entonces, dijo:
—¡Bienvenida al Oasis de Jiru-sama! —cantó, con voz aguda—. donde tendrás la mejor experiencia que Kodoku te puede dar. Tenemos cuartos disponibles con desayuno y cena incluido, paquetes de guías turísticos y tickets privilegiados para el festival de la Línea de los Dioses. Has venido al lugar correcto, jovencita.
El oído más experimentado podría detectar, sin embargo, que su discurso sonaba desesperado. Quería tener una buena temporada éste año, de eso no había duda.
—¿En qué le puedo ayudar, damita-chan?
Para la sencillez del mismo, el establecimiento no estaba nada mal. Sobre todo para estar ubicado en una pequeña ciudad cuya principal fuente de turistas se disparaba quizás un par de veces al año, y no por demasiado tiempo salvo para cuando se promocionaba la Línea de los Dioses.
Cuando la muchacha llamó a quien para ese momento debía estar haciendo de recepcionista, nadie contestó de inmediato. No obstante, poco después, la figura apresurada de una obesa mujer salió despistada de un cubículo interior. Inflada como un pan, de piel blanca y con un par de mejillas redondas y rojizas que probablemente provocaban apretujar, la mujer se acercó sonriente a por encima de la barra y miró de una forma maternal a una de sus primeras invitadas.
La vio sola, y se percató de inmediato de aquella bandana que reposaba atada con firmeza sobre su frente. Le sonrió de nuevo y empezó a hablar, dejando salir su tan conocido y muy entrenado lema. Con voz armoniosa, entonces, dijo:
—¡Bienvenida al Oasis de Jiru-sama! —cantó, con voz aguda—. donde tendrás la mejor experiencia que Kodoku te puede dar. Tenemos cuartos disponibles con desayuno y cena incluido, paquetes de guías turísticos y tickets privilegiados para el festival de la Línea de los Dioses. Has venido al lugar correcto, jovencita.
El oído más experimentado podría detectar, sin embargo, que su discurso sonaba desesperado. Quería tener una buena temporada éste año, de eso no había duda.
—¿En qué le puedo ayudar, damita-chan?