26/04/2017, 15:21
El itinerario no fue tan duro para Ralexion. Al fin y al cabo, aparte de que él era más fuerte que el Hyūga, llevaba toda la mañana cargando con los vegetales por sí solo; se había habituado.
Seguía cavilante respecto a la velocidad de Kabocha. Era muy probable que el jovenzuelo tuviera madera de ninja, viendo de lo que era capaz sin entrenamiento alguno. ¿Podría convertirse en el shinobi más rápido de su generación? Le resultaba probable.
—La verdad es que sí que podría comprarse un huerto más cercano, tu abuelo —bufó Daruu, casi con la lengua fuera de puro cansancio—. Me duelen los brazos.
El Uchiha sonrió con malicia.
—Ánimo, Daruu-san, no queda tanto —dijo, aumentando el ritmo.
Cuando Daruu miró al moreno de reojo, este tenía su campo de visión fijado en el niño, así que no se percató de ello. Tenía un debate mental sobre cuál era la mejor manera de tratar de convencer al abuelo de la criatura. No se le ocurría nada mencionable, así que se resignó a la improvisación cuando fuera necesaria.
—Todo irá bien —musitó, con algunas dudas.
—Claro que irá bien —expresó, intentando así reafirmar las esperanzas de todos, las suyas propias incluídas.
Alcanzaron el poblado. Ralexion sabía de sobra a dónde debía ir, así que dirigió a Daruu según cargaban con la calabaza por las calles de Yachi. Diez minutos más tarde estaban a las puertas del granero el cual era propiedad del abuelo de Kabocha. Pasaron dentro, donde por fin podían dejar la hortaliza en el suelo.
—¿Señor, señor? ¿Está usted por aquí? —el Uchiha alzó la voz.
—Ya voy, ya voy.
El anciano asomó desde el interior de una de las cuadras al fondo del edificio. Ojeó a los presentes y se acercó a ellos con paso firme. Su aspecto gritaba a voces la palabra "campesino". Vestía con un peto de trabajo de color gris y unas sandalias de esparto. El cabello brillaba por su ausencia, aunque gozaba de una lustrosa barba gris que cubría gran parte de su rostro y cuello. Su tez había sido tostada por las largas y duras jornadas de trabajo al sol. Se conservaba bien para alguien de su edad, con sus músculos haciéndose obvios incluso a pesar de la ropa.
—¡Kabocha! ¡¿Qué haces con el ninja que contraté?! Por tu bien, chico, espero que no lo estés molestando —imprecó, malhumorado.
—No, señor, Kabocha-chan se ha portado muy bien. Queríamos hablar con usted...
El anciano aupó una de sus cejas, receloso.
—¿Y este quién es? —señaló a Daruu.
Seguía cavilante respecto a la velocidad de Kabocha. Era muy probable que el jovenzuelo tuviera madera de ninja, viendo de lo que era capaz sin entrenamiento alguno. ¿Podría convertirse en el shinobi más rápido de su generación? Le resultaba probable.
—La verdad es que sí que podría comprarse un huerto más cercano, tu abuelo —bufó Daruu, casi con la lengua fuera de puro cansancio—. Me duelen los brazos.
El Uchiha sonrió con malicia.
—Ánimo, Daruu-san, no queda tanto —dijo, aumentando el ritmo.
Cuando Daruu miró al moreno de reojo, este tenía su campo de visión fijado en el niño, así que no se percató de ello. Tenía un debate mental sobre cuál era la mejor manera de tratar de convencer al abuelo de la criatura. No se le ocurría nada mencionable, así que se resignó a la improvisación cuando fuera necesaria.
—Todo irá bien —musitó, con algunas dudas.
—Claro que irá bien —expresó, intentando así reafirmar las esperanzas de todos, las suyas propias incluídas.
Alcanzaron el poblado. Ralexion sabía de sobra a dónde debía ir, así que dirigió a Daruu según cargaban con la calabaza por las calles de Yachi. Diez minutos más tarde estaban a las puertas del granero el cual era propiedad del abuelo de Kabocha. Pasaron dentro, donde por fin podían dejar la hortaliza en el suelo.
—¿Señor, señor? ¿Está usted por aquí? —el Uchiha alzó la voz.
—Ya voy, ya voy.
El anciano asomó desde el interior de una de las cuadras al fondo del edificio. Ojeó a los presentes y se acercó a ellos con paso firme. Su aspecto gritaba a voces la palabra "campesino". Vestía con un peto de trabajo de color gris y unas sandalias de esparto. El cabello brillaba por su ausencia, aunque gozaba de una lustrosa barba gris que cubría gran parte de su rostro y cuello. Su tez había sido tostada por las largas y duras jornadas de trabajo al sol. Se conservaba bien para alguien de su edad, con sus músculos haciéndose obvios incluso a pesar de la ropa.
—¡Kabocha! ¡¿Qué haces con el ninja que contraté?! Por tu bien, chico, espero que no lo estés molestando —imprecó, malhumorado.
—No, señor, Kabocha-chan se ha portado muy bien. Queríamos hablar con usted...
El anciano aupó una de sus cejas, receloso.
—¿Y este quién es? —señaló a Daruu.