27/04/2017, 21:34
La kunoichi había salido hacía un par de semanas hacia el valle llamado Aodori, un lugar bastante conocido en el país de la tormenta, sobre todo porque era de los pocos sitios donde no llovía o caía un torrente de nieve. Una primavera eterna, prometieron las palabras a la chica, pero ésta no había llegado a verla. Llevaba ya mas de diez días andando en círculos, buscando esa mencionada entrada al valle que casi parecía haber sido devorada por la nieve y las inclemencias atmosféricas. Tanto era así, que la chica terminó bajo una tormenta de nieve, y como único recurso ante el hecho de una muerte lenta y dolorosa por congelación, decidió lo mas viable conociendo de su tortura eterna —un suicidio— y cuando despertase seguramente habría terminado todo.
Entre una cosa y otra, la situación se hizo bastante mas difícil, y terminó muriendo por congelación también, además de por desangrado del día anterior. La mezcla era explosiva, y tras morir y resucitar un par de veces, hasta su mente se vio turbada. No era algo nuevo, pero si que era algo difícil de digerir, pues ahora no sabía ni qué venía haciendo por esas tierras. Cada vez que abría los ojos, se encontraba perdida en mitad de la nada, y mirase donde mirase solo veía nieve y mas nieve. ¿Dónde diablos se había metido ésta vez? Ni ella mismo lo sabía...
Mirase por donde mirase, no había nada mas que rocas, hielo y nieve. Nada mas, única y exclusivamente eso.
Con los ojos cerrados, tumbada en la nieve, un ruido llamó su atención. No era difícil, apenas habían ruidos en esos lares, y cualquiera de éstos, por insignificante que pudiese ser, hacía mella en el silencio con tremenda eficacia. Giró la vista, exhausta, y pudo ver a un conejo corriendo y pasando de largo a su lado. Tras éste, un par de ellos mas pequeños, que parecían estar siguiendo al primero, quizás para quitarle lo que llevaba en la boca.
La pelirroja, que aún tenía el brazo manchado de sangre, no tenía fuerzas ni para acertar a uno de éstos con un shuriken y comerselo... le flaqueaban las fuerzas como hacía mucho que no sentía, si es que alguna vez había llegado a estar en una situación siquiera parecida. ¿Cuánto tiempo llevaba sin comer o beber?
—M-al-ditos... —Blasfemó ante la impotencia que sentía.
Su cuerpo se encontraba semicubierto por la nieve, pero el rojo de su pelo y la sangre resaltaban bastante en la blanca capa que cubría el suelo. En su estado, tan solo le faltaba esperar, total... tenía todo el tiempo del mundo.
Entre una cosa y otra, la situación se hizo bastante mas difícil, y terminó muriendo por congelación también, además de por desangrado del día anterior. La mezcla era explosiva, y tras morir y resucitar un par de veces, hasta su mente se vio turbada. No era algo nuevo, pero si que era algo difícil de digerir, pues ahora no sabía ni qué venía haciendo por esas tierras. Cada vez que abría los ojos, se encontraba perdida en mitad de la nada, y mirase donde mirase solo veía nieve y mas nieve. ¿Dónde diablos se había metido ésta vez? Ni ella mismo lo sabía...
Mirase por donde mirase, no había nada mas que rocas, hielo y nieve. Nada mas, única y exclusivamente eso.
Con los ojos cerrados, tumbada en la nieve, un ruido llamó su atención. No era difícil, apenas habían ruidos en esos lares, y cualquiera de éstos, por insignificante que pudiese ser, hacía mella en el silencio con tremenda eficacia. Giró la vista, exhausta, y pudo ver a un conejo corriendo y pasando de largo a su lado. Tras éste, un par de ellos mas pequeños, que parecían estar siguiendo al primero, quizás para quitarle lo que llevaba en la boca.
La pelirroja, que aún tenía el brazo manchado de sangre, no tenía fuerzas ni para acertar a uno de éstos con un shuriken y comerselo... le flaqueaban las fuerzas como hacía mucho que no sentía, si es que alguna vez había llegado a estar en una situación siquiera parecida. ¿Cuánto tiempo llevaba sin comer o beber?
—M-al-ditos... —Blasfemó ante la impotencia que sentía.
Su cuerpo se encontraba semicubierto por la nieve, pero el rojo de su pelo y la sangre resaltaban bastante en la blanca capa que cubría el suelo. En su estado, tan solo le faltaba esperar, total... tenía todo el tiempo del mundo.