1/05/2017, 22:49
La chica fue mero peso muerto durante un buen rato, tiempo en el cuál el chico luchaba por mantener a salvo a la fémina y a él mismo. La tormenta comenzaba a formarse, y de un momento a otro terminaría por tragarlos, no dudaría en ello. Lejos de desistir, el chico arremetió con todas sus energías por llevarlos hacia el jardín del edén, o al menos a un derivado de éste. Tanto empeño puso, que se dejó hasta el aliento en ello. Las fuerzas comenzaron a flaquearle, pero no tardó en darse cuenta de un detalle realmente importante —delante— el conejo que hacía gala de experto guía.
Aumentó el ritmo, y frenético llegó hasta la entrada de una gruta en mitad de la montaña. El paso no era demasiado dificultoso, pero contrarrestaba con el deslizante pavimento rocoso. Manteniendo el equilibrio a duras penas, el chico se adentró lo suficiente como para que no fuesen presa del torrente glaciar que comenzaba a azotar de nuevo los alrededores de la montaña.
El joven dejó a la chica reposada en el suelo, y no tardó en llamar su atención exigiendo que no se durmiese. Antes siquiera de esperar respuesta, había tomado su pulso, y ahora se disponía a realizar una meditada maniobra médica de lo mas tradicional —punzar el ojo con el dedo— con lo cuál obtendría seria y primordial información. Pero en ese instante la chica abrió los ojos a media, como sospechando. Sus sospechas la alarmaron al ver el dedo del chico casi tocar su orbe. La chica reculó, evitando en la medida de lo posible el contacto dedo ojo, aunque tampoco consiguió alejarse del todo. Su primer instinto fue anteponer las manos, pero por una razón que ni pensó estaba maniatada; la capa de viaje del chico hacía de mordaza para calentar su cuerpo a la misma vez.
—¡¡Eh!! ¡eh! ¡para, leñes! —Inquirió tan fuerte como pudo, cosa que no era demasiado.
De pronto, un rugido casi salido del séptimo infierno hizo mella en la gruta. El ruido procedía del estómago de la chica, y no era para nada poco estruendoso, había sido casi como el de un jodido dragón de seis cabezas. Si nunca viste uno, mejor no verlos... dan miedo, son muy violentos, y comen humanos.
—Me... muero... de hambre... —Se quejó la chica mientras llevaba las manos hacia su estomago, por debajo de la capa de viaje, y olvidando por un momento al chico que tenía al frente.
Aumentó el ritmo, y frenético llegó hasta la entrada de una gruta en mitad de la montaña. El paso no era demasiado dificultoso, pero contrarrestaba con el deslizante pavimento rocoso. Manteniendo el equilibrio a duras penas, el chico se adentró lo suficiente como para que no fuesen presa del torrente glaciar que comenzaba a azotar de nuevo los alrededores de la montaña.
El joven dejó a la chica reposada en el suelo, y no tardó en llamar su atención exigiendo que no se durmiese. Antes siquiera de esperar respuesta, había tomado su pulso, y ahora se disponía a realizar una meditada maniobra médica de lo mas tradicional —punzar el ojo con el dedo— con lo cuál obtendría seria y primordial información. Pero en ese instante la chica abrió los ojos a media, como sospechando. Sus sospechas la alarmaron al ver el dedo del chico casi tocar su orbe. La chica reculó, evitando en la medida de lo posible el contacto dedo ojo, aunque tampoco consiguió alejarse del todo. Su primer instinto fue anteponer las manos, pero por una razón que ni pensó estaba maniatada; la capa de viaje del chico hacía de mordaza para calentar su cuerpo a la misma vez.
—¡¡Eh!! ¡eh! ¡para, leñes! —Inquirió tan fuerte como pudo, cosa que no era demasiado.
De pronto, un rugido casi salido del séptimo infierno hizo mella en la gruta. El ruido procedía del estómago de la chica, y no era para nada poco estruendoso, había sido casi como el de un jodido dragón de seis cabezas. Si nunca viste uno, mejor no verlos... dan miedo, son muy violentos, y comen humanos.
—Me... muero... de hambre... —Se quejó la chica mientras llevaba las manos hacia su estomago, por debajo de la capa de viaje, y olvidando por un momento al chico que tenía al frente.