4/05/2017, 15:13
Riko estaba reacio a creer que todo hubiese podido salir tan bien. Kaido, por su parte, creía que la razón de que sus planes funcionaran correctamente era por su aptitud —y sólo la suya, como si aquellas maniobras la hubiera ejecutado él sólo—. Hoshu, no obstante, tenía la cabeza más clara. Y es que él lo llamaba, suerte. Simple y llanamente la más curiosas de las suertes.
—No cantemos victoria, aún nos queda trecho —anunció, pegando el ojo a la rendija de la nueva salida y cerciorándose de que no hubiesen amenazas al otro extremo —. Bien, parece que no hay nadie. Avancemos.
Hoshu abrió el portón con la ayuda de Kaido, y la puerta dio un tumbo contra el suelo que salpicó cualquier cantidad de arena. El escualo se vio en la obligación de toser, y sólo allí fue que se dio cuenta de lo seca que estaba su garganta. Y de lo seco que estaba él por dentro, si ese era el caso, por no tener su termo a la mano para hidratarse a cada tanto, como le era necesario debido a las condiciones de su clan.
—Será mejor que nos lleves rápido hasta la guarida, Hoshu; o de lo contrario, vais a tener que cargar conmigo. Sin agua, compañeros... no funciono.
Hoshu asintió, y comenzó a caminar.
Aquel de lado de la ciudad era mucho menos tumultuoso que el anterior. Estaba más limpio, sus edificiaciones eran más atractivas y a pesar de la insaciable arena que cubría sus suelos, aquella no parecía querer meterse por las orejas a toda costa. Quizás era por el viento, o por los grandes edificios en forma de cúpula, tipo iglúes, que funcionaban de hogar para los más beneficiados de Inaka. Los jóvenes se podrían dar cuenta que ese era el lado más lucroso y de alta clase de la ciudad, si es que se le podía llamar así.
Hoshu se sentía más seguro allí, teniendo en cuenta que a pesar de lo que se pudiera creer, Kabutomushi no era muy bien aceptado por esos lares. De hecho, habían sido varias las revueltas de los ciudadanos pudientes para extinguir a la amenaza de los carroñeros, pero éstos sobrevivían como cucarachas.
Allí, estaban parcialmente protegidos.
No obstante, a Hoshu le pareció prudente guardar las apariencias. Y siguió el mismo protocolo de avance que en un principio, eligiendo bien sus caminos y tratando de percatarse de cualquier amenaza antes de dar el siguiente paso.
Y antes de que pudieran darse cuenta, ya se encontraban en el interior de una buen acomodada taberna, luminosa y pulcra; que servía bebidas y prestaba servicio de karaóke a los derrochadores de dinero.
Kaido fue el primero en tomar asiento, antes de extender sus piernas y dejar su lengua caer por fuera de la boca.
—Agua —pidió, de nuevo; y Riko sintió aquello como si de un deja vu se tratase.
—No cantemos victoria, aún nos queda trecho —anunció, pegando el ojo a la rendija de la nueva salida y cerciorándose de que no hubiesen amenazas al otro extremo —. Bien, parece que no hay nadie. Avancemos.
Hoshu abrió el portón con la ayuda de Kaido, y la puerta dio un tumbo contra el suelo que salpicó cualquier cantidad de arena. El escualo se vio en la obligación de toser, y sólo allí fue que se dio cuenta de lo seca que estaba su garganta. Y de lo seco que estaba él por dentro, si ese era el caso, por no tener su termo a la mano para hidratarse a cada tanto, como le era necesario debido a las condiciones de su clan.
—Será mejor que nos lleves rápido hasta la guarida, Hoshu; o de lo contrario, vais a tener que cargar conmigo. Sin agua, compañeros... no funciono.
Hoshu asintió, y comenzó a caminar.
***
Aquel de lado de la ciudad era mucho menos tumultuoso que el anterior. Estaba más limpio, sus edificiaciones eran más atractivas y a pesar de la insaciable arena que cubría sus suelos, aquella no parecía querer meterse por las orejas a toda costa. Quizás era por el viento, o por los grandes edificios en forma de cúpula, tipo iglúes, que funcionaban de hogar para los más beneficiados de Inaka. Los jóvenes se podrían dar cuenta que ese era el lado más lucroso y de alta clase de la ciudad, si es que se le podía llamar así.
Hoshu se sentía más seguro allí, teniendo en cuenta que a pesar de lo que se pudiera creer, Kabutomushi no era muy bien aceptado por esos lares. De hecho, habían sido varias las revueltas de los ciudadanos pudientes para extinguir a la amenaza de los carroñeros, pero éstos sobrevivían como cucarachas.
Allí, estaban parcialmente protegidos.
No obstante, a Hoshu le pareció prudente guardar las apariencias. Y siguió el mismo protocolo de avance que en un principio, eligiendo bien sus caminos y tratando de percatarse de cualquier amenaza antes de dar el siguiente paso.
Y antes de que pudieran darse cuenta, ya se encontraban en el interior de una buen acomodada taberna, luminosa y pulcra; que servía bebidas y prestaba servicio de karaóke a los derrochadores de dinero.
Kaido fue el primero en tomar asiento, antes de extender sus piernas y dejar su lengua caer por fuera de la boca.
—Agua —pidió, de nuevo; y Riko sintió aquello como si de un deja vu se tratase.