6/05/2017, 14:03
(Última modificación: 6/05/2017, 14:04 por Amedama Daruu.)
Aquél puesto de ramen se llamaba El fideo bailongo, y era un lugar que no solía frecuentar, pero que sin temor a equivocarse tenía los fideos más ricos de aquél barrio. Era un local estrecho, con el suelo cubierto de azulejos blancos y negros, siempre un poco resbaladizos o pegajosos, una de dos, por el aceite, las manchas del caldo, o el vapor de agua de la cocina condensado. Aquél día estaba pegajoso. Sus sandalias hicieron sclack, sclack un par de veces, y se sentó en uno de los taburetes de color rojo intenso. La barra era de caoba, siempre con un aspecto impoluto, y del techo al otro lado colgaban innumerables recuerdos de otra época: cucharas antiguas, fotos con Arashikages y con jounin populares de la villa...
Y estaba Ryuuichi, claro. Ryuuichi era un hombre enjuto, muy viejo, pero se movía con una velocidad pasmosa y llevaba el establecimiento él sólo. El cuerpo lo tenía en mejor sitio que la cabeza, no obstante. Cada vez que alguien entraba al fideo bailongo, Ryuuichi solía decir que...
—Ahh, tengo tres hijos y los tres piensan que necesito ayuda, ¡pero joven: sigo teniendo los huesos en su sitio, y mis codos y rodillas no necesitan aceite! ¡No lo necesitan!
—Claro que no, Ryuuichi-san, si se le ve más joven hoy todavía que la última vez que le vi —rio Daruu—. Por favor, póngame un ramen con carne de cerdo y curry. Picante. Y una lata de Amecola
Ryuuichi carraspeó mientras se agachaba y extraía de debajo de la mesa una lata de Amecola bien fresquita. Daruu la abrió y disfrutó del satisfactorio sonido que hacen las latas de refresco con gas cuando las abren. El viejo se dio la vuelta, y de otro estante le puso un vaso al lado.
—No necesito el vaso, tranquilo.
—Ay, los jóvenes —negó con la cabeza Ryuuichi—. Se te va a subir el gas a la cabeza, hombre. —Volvió a poner el vaso donde estaba, y se metió en la cocina, que estaba tras una puerta, detrás de la barra.
Daruu le pegó un sorbo a la Amecola. La cortina metalica de la puerta anunció un nuevo visitante. Miró de reojo. Era un muchacho extravagante que ya había visto alguna vez. No tenía ojo, eso destacaba. El pelo era morado, eso destacaba más. ¡Llevaba un parche con una guardia de katana! ¡Eso sí que destacaba!
En contraposición, no destacaba por ser hablador. Se sentó dos taburetes más allá que Daruu. Parecía malhumorado, pero eso no era excusa para ser también un maleducado y poner el pie en el asiento de al lado, casi rozándole a él el muslo.
—Un ramen, de res, picante.—.
—¡Oído cocina! —contestó Ryuuichi, sin salir de los fogones.
—Disculpa, ¿Kagetsuna-san? —llamó la atención educadamente Daruu—. No es de buena educación ocupar otro asiento con tu pierna, y el señor Ryuuchi se va a poner de muy mal humor si te encuentra así. Por favor, ¿puedo pedir que la retires?
Y estaba Ryuuichi, claro. Ryuuichi era un hombre enjuto, muy viejo, pero se movía con una velocidad pasmosa y llevaba el establecimiento él sólo. El cuerpo lo tenía en mejor sitio que la cabeza, no obstante. Cada vez que alguien entraba al fideo bailongo, Ryuuichi solía decir que...
—Ahh, tengo tres hijos y los tres piensan que necesito ayuda, ¡pero joven: sigo teniendo los huesos en su sitio, y mis codos y rodillas no necesitan aceite! ¡No lo necesitan!
—Claro que no, Ryuuichi-san, si se le ve más joven hoy todavía que la última vez que le vi —rio Daruu—. Por favor, póngame un ramen con carne de cerdo y curry. Picante. Y una lata de Amecola
Ryuuichi carraspeó mientras se agachaba y extraía de debajo de la mesa una lata de Amecola bien fresquita. Daruu la abrió y disfrutó del satisfactorio sonido que hacen las latas de refresco con gas cuando las abren. El viejo se dio la vuelta, y de otro estante le puso un vaso al lado.
—No necesito el vaso, tranquilo.
—Ay, los jóvenes —negó con la cabeza Ryuuichi—. Se te va a subir el gas a la cabeza, hombre. —Volvió a poner el vaso donde estaba, y se metió en la cocina, que estaba tras una puerta, detrás de la barra.
Daruu le pegó un sorbo a la Amecola. La cortina metalica de la puerta anunció un nuevo visitante. Miró de reojo. Era un muchacho extravagante que ya había visto alguna vez. No tenía ojo, eso destacaba. El pelo era morado, eso destacaba más. ¡Llevaba un parche con una guardia de katana! ¡Eso sí que destacaba!
En contraposición, no destacaba por ser hablador. Se sentó dos taburetes más allá que Daruu. Parecía malhumorado, pero eso no era excusa para ser también un maleducado y poner el pie en el asiento de al lado, casi rozándole a él el muslo.
—Un ramen, de res, picante.—.
—¡Oído cocina! —contestó Ryuuichi, sin salir de los fogones.
—Disculpa, ¿Kagetsuna-san? —llamó la atención educadamente Daruu—. No es de buena educación ocupar otro asiento con tu pierna, y el señor Ryuuchi se va a poner de muy mal humor si te encuentra así. Por favor, ¿puedo pedir que la retires?