9/05/2017, 16:23
Hoshu asintió, y Kaido también. Junto a Riko, los tres se dirigieron hacia la salida más próxima, habiéndose preparado para lo que se podía catalogar como el finiquito de un problema que se antojaba ajeno, poco propio. Lo que pasara con los Kabutomushi no tenía por qué verse supedito a los dos genin, y sin embargo... allí estaban, los comerciantes; dependiendo de su victoria.
Afuera les esperaba Mirogu, y Hoshu les invitó a tomar asiento dentro del raído y estartalado carruaje que les iba a transportar. Una vez lo hubieran hecho, el mismo arrancaría impulsado por dos inmensos camellos, que a paso lento pero seguro fuero sumergiendo a la pequeña comitiva hasta las calientes arenas del gran desierto que rodeaba a Inaka. A partir de allí, fue un viaje esplendoroso a la vista. El calor ya no era demasiado problema, lo cual les permitió a los jóvenes shinobi admirar un paisaje que se traducía hermoso a esas horas de la tarde, con el atardecer tocándoles la puerta y el sol sumergiéndose a cuestas detrás de una enorme duna de arena allá en el horizonte. Un color rojizo nítido y esplendoroso abrazó al cielo más próximo, y las arenas, de pronto, ya no era tan malas.
Una dicotomía de lo más extraña, teniendo en cuenta lo fiero e intratable que suele ser el vasto territorio del país del viento.
Tras media hora de camino, el carruaje se detuvo frente lo que parecía ser una enorme pendiente de piedra. No se veía nada en lo absoluto, ni en la izquierda o la derecha, ni hacia atrás tampoco. Los vestigios de civilización se habían perdido ya kilómetros atrás. La pendiente por sí sola no era tan inclinada, aunque al final de ella se podía ver otra formación rocosa que se despedía desdes lo más profundo de la tierra, y que de alguna forma había generado una especie de cueva ubicada entre una de esas grandes duna. La piedra abría la arena, y se veía que el camino era levemente extenso.
Mirogu bajó, y en la entrada a la cueva, encendió cuatro antorchas.
—Bien. El camino está iluminado, no es la primera vez que estamos aquí. No obstante, muchachos, la cámara en donde está el cofre, y por tanto, la criatura; carece de luz. Debemos posicionar estas lámparas primero, equitativamente, para poder tener visión allí adentro. Luego, podemos enfrentar a la bestia. Hoshu y yo haremos de soporte, usando nuestras ballestas para envolver las patas traseras de animal. Ya lo hemos intentado antes, el problema está en que tenemos aproximadamente cinco segundos antes de que el escorpión corte las cuerdas y la flecha. Y siempre después de eso, viene la ira. Ataque indiscriminado, quiere matar a los intrusos.
—Debemos aprovechar esos cinco segundos para sublevar al animal. Pero: ¿cómo?
—Yo puedo dar un golpe certero, potente. Pero tiene que ser a un punto débil si quiero hacerle daño. Y claro, que debo estar cerca, demasiado. Probablemente me coma antes de llegar a él.
Afuera les esperaba Mirogu, y Hoshu les invitó a tomar asiento dentro del raído y estartalado carruaje que les iba a transportar. Una vez lo hubieran hecho, el mismo arrancaría impulsado por dos inmensos camellos, que a paso lento pero seguro fuero sumergiendo a la pequeña comitiva hasta las calientes arenas del gran desierto que rodeaba a Inaka. A partir de allí, fue un viaje esplendoroso a la vista. El calor ya no era demasiado problema, lo cual les permitió a los jóvenes shinobi admirar un paisaje que se traducía hermoso a esas horas de la tarde, con el atardecer tocándoles la puerta y el sol sumergiéndose a cuestas detrás de una enorme duna de arena allá en el horizonte. Un color rojizo nítido y esplendoroso abrazó al cielo más próximo, y las arenas, de pronto, ya no era tan malas.
Una dicotomía de lo más extraña, teniendo en cuenta lo fiero e intratable que suele ser el vasto territorio del país del viento.
Tras media hora de camino, el carruaje se detuvo frente lo que parecía ser una enorme pendiente de piedra. No se veía nada en lo absoluto, ni en la izquierda o la derecha, ni hacia atrás tampoco. Los vestigios de civilización se habían perdido ya kilómetros atrás. La pendiente por sí sola no era tan inclinada, aunque al final de ella se podía ver otra formación rocosa que se despedía desdes lo más profundo de la tierra, y que de alguna forma había generado una especie de cueva ubicada entre una de esas grandes duna. La piedra abría la arena, y se veía que el camino era levemente extenso.
Mirogu bajó, y en la entrada a la cueva, encendió cuatro antorchas.
—Bien. El camino está iluminado, no es la primera vez que estamos aquí. No obstante, muchachos, la cámara en donde está el cofre, y por tanto, la criatura; carece de luz. Debemos posicionar estas lámparas primero, equitativamente, para poder tener visión allí adentro. Luego, podemos enfrentar a la bestia. Hoshu y yo haremos de soporte, usando nuestras ballestas para envolver las patas traseras de animal. Ya lo hemos intentado antes, el problema está en que tenemos aproximadamente cinco segundos antes de que el escorpión corte las cuerdas y la flecha. Y siempre después de eso, viene la ira. Ataque indiscriminado, quiere matar a los intrusos.
—Debemos aprovechar esos cinco segundos para sublevar al animal. Pero: ¿cómo?
—Yo puedo dar un golpe certero, potente. Pero tiene que ser a un punto débil si quiero hacerle daño. Y claro, que debo estar cerca, demasiado. Probablemente me coma antes de llegar a él.