11/05/2017, 18:11
—Además, ¿no te han dicho nunca que escuchar conversaciones ajenas es de mala educación?
El hombre se permitió sonreír, con sus dientes pulcros y blanquecinos. De galante sonrisa, atractiva.
—Puede que sí, aunque siéndote sincero, depende realmente de qué lado del charco provengas. Podrías esperar semejantes modales y etiqueta de algún noble ciudadano de la ciudad imperial de Yamiria, por ejemplo, pero no de éste pueblucho. Somos toscos, tercos e impredecibles; como el mismísimo hierro que forjamos.
Luego paseó sus ojos, tan verdes como los fructíferos verdeos del Bosque de Hongos, hacia el rostro del otro joven. Quien momentos antes de la suspicaz puntualización del peliblanco acerca de sus modales, había inquirido sobre quién era él.
—Me dicen Shinjaka, el placer es mío jóvenes shinobi —admitió, luego de haber puesto el ojo en la bandana que acaecía el cuello del uzureño—. sólo Shinjaka, sin apellido. Entenderán que nacer de una madre prostituta que se habrá acostado con una media de cien nobles y cincuenta ciudadanos de pueblo tiene estas cosas. ¡Jájá! es probable que tenga sangre feudal corriendo por mis venas, y yo ni lo sepa. ¿Os lo imaginan?
Parpadeó un par de veces, encantador, y movió la mano de arriba a abajo, restándole importancia a su anécdota.
—En fin, soy aprendiz de uno de los herreros más clamados de ésta ciudad. Que, a diferencia de Yuunisho-san; tiene a un joven pupilo con buen ojo para los negocios. Confía en mí cuando se trata de clientes, y regularmente salvo alguna excepción de peso, es un hombre muy abierto a mis sugerencias. Soy el canal perfecto para tramitar vuestros objetivos, si es que tenéis alguno para con nuestro querido pueblo, claro está.
Les miró cautivo, con el gesto ligeramente torcido. La palabra la tenían ellos, y nadie más.
El hombre se permitió sonreír, con sus dientes pulcros y blanquecinos. De galante sonrisa, atractiva.
—Puede que sí, aunque siéndote sincero, depende realmente de qué lado del charco provengas. Podrías esperar semejantes modales y etiqueta de algún noble ciudadano de la ciudad imperial de Yamiria, por ejemplo, pero no de éste pueblucho. Somos toscos, tercos e impredecibles; como el mismísimo hierro que forjamos.
Luego paseó sus ojos, tan verdes como los fructíferos verdeos del Bosque de Hongos, hacia el rostro del otro joven. Quien momentos antes de la suspicaz puntualización del peliblanco acerca de sus modales, había inquirido sobre quién era él.
—Me dicen Shinjaka, el placer es mío jóvenes shinobi —admitió, luego de haber puesto el ojo en la bandana que acaecía el cuello del uzureño—. sólo Shinjaka, sin apellido. Entenderán que nacer de una madre prostituta que se habrá acostado con una media de cien nobles y cincuenta ciudadanos de pueblo tiene estas cosas. ¡Jájá! es probable que tenga sangre feudal corriendo por mis venas, y yo ni lo sepa. ¿Os lo imaginan?
Parpadeó un par de veces, encantador, y movió la mano de arriba a abajo, restándole importancia a su anécdota.
—En fin, soy aprendiz de uno de los herreros más clamados de ésta ciudad. Que, a diferencia de Yuunisho-san; tiene a un joven pupilo con buen ojo para los negocios. Confía en mí cuando se trata de clientes, y regularmente salvo alguna excepción de peso, es un hombre muy abierto a mis sugerencias. Soy el canal perfecto para tramitar vuestros objetivos, si es que tenéis alguno para con nuestro querido pueblo, claro está.
Les miró cautivo, con el gesto ligeramente torcido. La palabra la tenían ellos, y nadie más.