18/05/2017, 20:14
Soroku hizo gesto reflexivo, sin ceder a los argumentos de los jóvenes shinobi. Al contrario, pensó debatirlos.
—La paz es un concepto demasiado volátil, tan tergiversable como se podría esperar de un simple pedazo de papel. La paz no es perdurable, sus cimientos son puestos a prueba cada día. Y mis ancestros creyeron, así como lo hago yo ahora mismo, que las bases que sostienen la paz entre las tres grandes aldeas del hoy por hoy, algún día van a caer. Quizás no mañana, ni pasado...
pero los vestigios de la guerra siempre están expectantes, aguardando el momento exacto para atacar.
—La historia, mi señor, la historia...
—Entenderás, mi buen amigo Datsue; que éstos cinco nombres representan al concilio de herreros de antaño. Después de la gran victoria de Uzumaki Shiomaru, Koichi Riona y Sumizu Kouta; nuestros ancestros también crearon las nuevas normas del gremio de Herreros y fueron catalogados como los Señores del Hierro. Cinco grandes artesanos, uno representante de cada país, cuyo vertiginoso esfuerzo por evitar los errores del pasado crearon ésta parsimonia entre cada comerciante herrero de oonindo, a excepción de alguna traviesa salvedad.
El tuerto señaló su tatuaje, y les instó a que lo observaran con cercanía.
—Los señores del Hierro son una entidad que aún después de tantos años, no caduca en nuestra sociedad. Tenemos reglas, normas, y existe un consejo que analiza a los candidatos. No todos son merecedores de poseer el Estandarte de los Señores del Hierro, verás, sólo aquellos con las capacidades necesarias para el arte de la herrería recibirá la marca. Si un herrero no te muestra su estandarte, mi querido Datsue, no es parte de nuestro gremio.
La calidad está asegurada, para aquellos que saben a quién acuden. Es sólo cuestión de conocer un poco de nuestra historia.
Soroku sonrió, con parsimonia. También lo hizo Shinjaka, quien sentía en aquella escena un acertado deja vu, siendo que él recibió el mismo discurso por allá cuando apareció en la ciudad de los Herreros buscando un mejor futuro para él y su familia.
—La paz es un concepto demasiado volátil, tan tergiversable como se podría esperar de un simple pedazo de papel. La paz no es perdurable, sus cimientos son puestos a prueba cada día. Y mis ancestros creyeron, así como lo hago yo ahora mismo, que las bases que sostienen la paz entre las tres grandes aldeas del hoy por hoy, algún día van a caer. Quizás no mañana, ni pasado...
pero los vestigios de la guerra siempre están expectantes, aguardando el momento exacto para atacar.
—La historia, mi señor, la historia...
—Entenderás, mi buen amigo Datsue; que éstos cinco nombres representan al concilio de herreros de antaño. Después de la gran victoria de Uzumaki Shiomaru, Koichi Riona y Sumizu Kouta; nuestros ancestros también crearon las nuevas normas del gremio de Herreros y fueron catalogados como los Señores del Hierro. Cinco grandes artesanos, uno representante de cada país, cuyo vertiginoso esfuerzo por evitar los errores del pasado crearon ésta parsimonia entre cada comerciante herrero de oonindo, a excepción de alguna traviesa salvedad.
El tuerto señaló su tatuaje, y les instó a que lo observaran con cercanía.
—Los señores del Hierro son una entidad que aún después de tantos años, no caduca en nuestra sociedad. Tenemos reglas, normas, y existe un consejo que analiza a los candidatos. No todos son merecedores de poseer el Estandarte de los Señores del Hierro, verás, sólo aquellos con las capacidades necesarias para el arte de la herrería recibirá la marca. Si un herrero no te muestra su estandarte, mi querido Datsue, no es parte de nuestro gremio.
La calidad está asegurada, para aquellos que saben a quién acuden. Es sólo cuestión de conocer un poco de nuestra historia.
Soroku sonrió, con parsimonia. También lo hizo Shinjaka, quien sentía en aquella escena un acertado deja vu, siendo que él recibió el mismo discurso por allá cuando apareció en la ciudad de los Herreros buscando un mejor futuro para él y su familia.