18/05/2017, 23:43
(Última modificación: 19/05/2017, 00:26 por Umikiba Kaido.)
Aquella intervención le resultó cuanto menos, graciosa. No pudo evitar sentir cierta nostalgia ante el inminente parecido que tenía el intrépido Datsue para con su actual pupilo, Shinjaka, quien en sus tiempos de retoño también acudió a él con intenciones ligeramente similares.
Ambos, en su momento, querían comerse el mundo cuando sus bocas aún no estaban plenamente desarrolladas. Visionarios y con un instinto más que necesario para subsistir en un mundo tan cruel como lo era Oonindo, pero sin la experiencia necesaria como para utilizar tan buenos atributos apropiadamente.
Riko, por su parte, era la dicotomía perfecta de su compañero. Más reservado, no tan curioso como el primero de ellos.
Sabedor de sus propias limitaciones.
—No te preocupes, Riko-san. Y aunque tú hubieses tomado el camino que tu compañero sugiere, lo cierto es que contamos con las herramientas pertinentes para detener a quienes quieren pasar por encima de nuestro ancestral sistema. En él existe la figura de las recompensas, y es aquí, jóvenes, donde todos quedan contentos.
Aquella admisión fue certera. Como si el viejo herrero supiese que el sistema era tan tangible, como utópico, pero que funcionaba perfectamente a pesar de la reticencia de tantas personas.
Shinjaka, sin embargo, vio la oportunidad perfecta para mojar sus labios nuevamente. Era de los que hablaba mucho, era un imperante necesidad para él soltar sus dulces palabras. Fue allí que comenzó a remedar a Datsue, palabra por palabra.
—Imaginemos, por ejemplo, que alguien de tierras lejanas, un tipo exótico, vaya, de pelo blanco y ojos violáceos le sugiere a un herrero mearse en las reglas impuestas por los señores del Hierro. Algunos tantos como Yuunisho-san cortarán tan tajantes como puedan la conversación, teniendo en cuenta qué tan profundos son sus principios. Otros, sin embargos, estarán dispuestos a escuchar qué o cual proposición, con la condición de...
Un intercambio de favores sellado por fuego, tú por mí y yo por ti. Le llaman la marca del hierro. El herrero y el indeseado negocian los términos del trato, y en dado caso de que logres cumplir con las peticiones que el herrero pueda pedir, usarás tu marca para pedir tu recompensa. Es un trato legítimo, avalado por los Señores del hierro, y podrás pedir lo que desees, pero todo tiene su precio, y ese "todo" no es sólo dinero.
Shinjaka garabateó una nueva sonrisa, y miró a su sensei. A su sensei, y a la inmensa quemada en su rostro.
Ambos, en su momento, querían comerse el mundo cuando sus bocas aún no estaban plenamente desarrolladas. Visionarios y con un instinto más que necesario para subsistir en un mundo tan cruel como lo era Oonindo, pero sin la experiencia necesaria como para utilizar tan buenos atributos apropiadamente.
Riko, por su parte, era la dicotomía perfecta de su compañero. Más reservado, no tan curioso como el primero de ellos.
Sabedor de sus propias limitaciones.
—No te preocupes, Riko-san. Y aunque tú hubieses tomado el camino que tu compañero sugiere, lo cierto es que contamos con las herramientas pertinentes para detener a quienes quieren pasar por encima de nuestro ancestral sistema. En él existe la figura de las recompensas, y es aquí, jóvenes, donde todos quedan contentos.
Aquella admisión fue certera. Como si el viejo herrero supiese que el sistema era tan tangible, como utópico, pero que funcionaba perfectamente a pesar de la reticencia de tantas personas.
Shinjaka, sin embargo, vio la oportunidad perfecta para mojar sus labios nuevamente. Era de los que hablaba mucho, era un imperante necesidad para él soltar sus dulces palabras. Fue allí que comenzó a remedar a Datsue, palabra por palabra.
—Imaginemos, por ejemplo, que alguien de tierras lejanas, un tipo exótico, vaya, de pelo blanco y ojos violáceos le sugiere a un herrero mearse en las reglas impuestas por los señores del Hierro. Algunos tantos como Yuunisho-san cortarán tan tajantes como puedan la conversación, teniendo en cuenta qué tan profundos son sus principios. Otros, sin embargos, estarán dispuestos a escuchar qué o cual proposición, con la condición de...
Un intercambio de favores sellado por fuego, tú por mí y yo por ti. Le llaman la marca del hierro. El herrero y el indeseado negocian los términos del trato, y en dado caso de que logres cumplir con las peticiones que el herrero pueda pedir, usarás tu marca para pedir tu recompensa. Es un trato legítimo, avalado por los Señores del hierro, y podrás pedir lo que desees, pero todo tiene su precio, y ese "todo" no es sólo dinero.
Shinjaka garabateó una nueva sonrisa, y miró a su sensei. A su sensei, y a la inmensa quemada en su rostro.