20/05/2017, 00:16
La pelirroja no hizo mas que despertar la curiosidad del médico, que ansioso por saber de qué tipo de habilidad se trataba, no tardó en preguntar por ello. Quizás a causa de la expresión por parte de ésta, el chico percibió la habilidad mas como una técnica, algo tangible y que se puede enseñar. Pero no, quedaba a leguas de esa solución tan tangible su cruda realidad.
—No... no se trata de eso. —refutó la chica, cansada de dar verdades a medias. —Soy inmortal. Las heridas me curan en apenas horas, minutos si son leves. Los huesos rotos me curan en apenas 12 horas, y cuando muero... en 24 horas o menos vuelvo a la vida. No es una inmortalidad perfecta, pero es relativamente eterna... no envejezco, ni enfermo, ni me puedo emborrachar... mi cuerpo se cura solo.
Al fin, lo escupió. La verdad que tanto le costaba soltar, su talón de aquiles. Aunque, como buen estratega, no podía contar su único y particular punto flojo o debilidad, eso era el único secreto que podía llevarse a la tumba —unas cuantas veces— sin ánimo de lucro.
Por un instante, el joven pareció insistir con su mirada en comerse al roedor marrón. Al menos, su mirada delató sus intenciones. Pero, lejos de que eso ocurriese, una brisa realmente brusca causó un gran revolotear de mariposas. Éstas, de todos los colores y formas, surcaron el cielo y pasaron de largo sobre los chicos. Keisuke, el primero en verlas, se preguntó de dónde procedían en voz alta.
—No sé... pero son muy bonitas. —contestó.
Antes de que se diese cuenta, la chica había sido afectada por algo, que sin premisa alguna, impedía su movimiento. Extrañada, fue a mirar a su alrededor, pero el tiempo fue un bien demasiado escaso. En menos de lo que se tarda en pestañear, la chica había caído en un sueño mas profundo que la morada del mismísimo Kraken.
Apenas despierta, una voz suave e inocente se quejaba a una un tanto senil. Aiko apenas era consciente, pero, en esos momentos casi que se hacía mas la dormida que otra cosa. Antes de actuar, quiso escuchar un poco, y averiguar lo que sucedía.
¿Serían unos indígenas caníbales?
—No... no se trata de eso. —refutó la chica, cansada de dar verdades a medias. —Soy inmortal. Las heridas me curan en apenas horas, minutos si son leves. Los huesos rotos me curan en apenas 12 horas, y cuando muero... en 24 horas o menos vuelvo a la vida. No es una inmortalidad perfecta, pero es relativamente eterna... no envejezco, ni enfermo, ni me puedo emborrachar... mi cuerpo se cura solo.
Al fin, lo escupió. La verdad que tanto le costaba soltar, su talón de aquiles. Aunque, como buen estratega, no podía contar su único y particular punto flojo o debilidad, eso era el único secreto que podía llevarse a la tumba —unas cuantas veces— sin ánimo de lucro.
Por un instante, el joven pareció insistir con su mirada en comerse al roedor marrón. Al menos, su mirada delató sus intenciones. Pero, lejos de que eso ocurriese, una brisa realmente brusca causó un gran revolotear de mariposas. Éstas, de todos los colores y formas, surcaron el cielo y pasaron de largo sobre los chicos. Keisuke, el primero en verlas, se preguntó de dónde procedían en voz alta.
—No sé... pero son muy bonitas. —contestó.
Antes de que se diese cuenta, la chica había sido afectada por algo, que sin premisa alguna, impedía su movimiento. Extrañada, fue a mirar a su alrededor, pero el tiempo fue un bien demasiado escaso. En menos de lo que se tarda en pestañear, la chica había caído en un sueño mas profundo que la morada del mismísimo Kraken.
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Apenas despierta, una voz suave e inocente se quejaba a una un tanto senil. Aiko apenas era consciente, pero, en esos momentos casi que se hacía mas la dormida que otra cosa. Antes de actuar, quiso escuchar un poco, y averiguar lo que sucedía.
¿Serían unos indígenas caníbales?