25/05/2017, 18:08
Antes de que pudiera pensar, Eri había salido del agua y se acercaba a mi, aún sin saber que era yo. Tenía poco tiempo, mucho menos del que me hubiera gustado, pero ya era hora de hacer algo. La parsimonia es para perezosos y marsupiales, Amenios y Kuseños, gente debil y con problemas rectales. Y sabe Dios que mi recto funciona perfectamente.
La cuestión era que mis palabras no funcionaban, nunca, con nadie. Así que ¿con qué clase de confianza le suelto un sermón sobre belleza y sentimientos profundos a la chica más perfecta de la villa? ¿Qué combinación de palabras bellas puede impresionar a alguien que es la belleza personificada? Era consciente que si alguien era capaz de hacer tal cosa, ese no era yo.
Yo era uno más. Un gennin que mira perplejo como los candidatos a kage son asesinados por las hijas de la antigua kage, sabiendo que no tiene poder ni voto sobre lo que ocurre. Por mucha voluntad de que nadie salga herido que tenga, no va a cambiar nada. Una persona más pegada al suelo por una ley que no puede controlar. Y ver a Eri-chan, me hacía desear desafiar todas las leyes, a todos los kages y toda la logica.
Ya no se trataba de su apariencia, divina y angelical, o de su personalidad, pura y angelical, ni siquiera de que fuera perfecta en todos los sentidos habidos y por haber. Era el brillo en sus ojos al sonreir, era su forma de sujetar el kunai, era su postura al lanzar un shuriken. Como si en cada gesto, tuviera una forma de ser impresionante.
Me acerqué a ella quitandome la capucha y clavando mis ojos en los suyos. Quería ser capaz de estar a su lado, y para ello, tendría que vencerme a mi mismo primero.
— Eri-chan, soy yo. Quiero decirte algo.
Le cogí una mano con mi mano, estaba tan fresquita que me dio un escalofrio, pero no me detuve.
— Llevo tiempo queriendo decirte que eres impresionante, que eres preciosa y que tu forma de hacer las cosas es inimitable. Y pase lo que pase a partir de ahora no quiero arrepentirme cada día de no haber hecho esto, solo de no haberlo hecho antes. Yo te amo, Furukawa Eri.
No dudé, ya había dudado mucho durante mi breve estancia en este mundo. Nuestra kage había muerto y ahora habían matado a un traidor candidato a kage. El mundo se estaba volviendo loco, y antes de que su locura me alcanzase... Tiré de su mano con fuerza y con la otra mano acerqué su cara a la mia con suavidad,
y la besé.
La cuestión era que mis palabras no funcionaban, nunca, con nadie. Así que ¿con qué clase de confianza le suelto un sermón sobre belleza y sentimientos profundos a la chica más perfecta de la villa? ¿Qué combinación de palabras bellas puede impresionar a alguien que es la belleza personificada? Era consciente que si alguien era capaz de hacer tal cosa, ese no era yo.
Yo era uno más. Un gennin que mira perplejo como los candidatos a kage son asesinados por las hijas de la antigua kage, sabiendo que no tiene poder ni voto sobre lo que ocurre. Por mucha voluntad de que nadie salga herido que tenga, no va a cambiar nada. Una persona más pegada al suelo por una ley que no puede controlar. Y ver a Eri-chan, me hacía desear desafiar todas las leyes, a todos los kages y toda la logica.
Ya no se trataba de su apariencia, divina y angelical, o de su personalidad, pura y angelical, ni siquiera de que fuera perfecta en todos los sentidos habidos y por haber. Era el brillo en sus ojos al sonreir, era su forma de sujetar el kunai, era su postura al lanzar un shuriken. Como si en cada gesto, tuviera una forma de ser impresionante.
Me acerqué a ella quitandome la capucha y clavando mis ojos en los suyos. Quería ser capaz de estar a su lado, y para ello, tendría que vencerme a mi mismo primero.
— Eri-chan, soy yo. Quiero decirte algo.
Le cogí una mano con mi mano, estaba tan fresquita que me dio un escalofrio, pero no me detuve.
— Llevo tiempo queriendo decirte que eres impresionante, que eres preciosa y que tu forma de hacer las cosas es inimitable. Y pase lo que pase a partir de ahora no quiero arrepentirme cada día de no haber hecho esto, solo de no haberlo hecho antes. Yo te amo, Furukawa Eri.
No dudé, ya había dudado mucho durante mi breve estancia en este mundo. Nuestra kage había muerto y ahora habían matado a un traidor candidato a kage. El mundo se estaba volviendo loco, y antes de que su locura me alcanzase... Tiré de su mano con fuerza y con la otra mano acerqué su cara a la mia con suavidad,
y la besé.
—Nabi—