30/05/2017, 11:12
— No seas tonta, soy yo el que te está pidiendo una oportunidad. Te prometo que puedo conseguir osos de peluche más grandes y poderosos... si tú quieres tener osos de peluche más grandes y poderosos, claro.
Evitó reír por la situación, pero no podía hacerlo porque simplemente no pudo evadir la imagen de aquel oso gigantesco ocupando la mitad de su cuarto. Era bastante cómico pues cada vez que entraba en ella Nabi acudía a su mente en forma de oso saludándola con voz mezclada con caramelo, o miel. Luego negó con la cabeza lentamente.
— No necesito más osos, Nabi-kun. — Murmuró en voz baja mientras seguía pegada a su camiseta ya empapada por las pequeñas lágrimas de la joven.
— Venga, calmate y acabate los dangos, que se van a recalentar, no me voy a ningún lado.
— ¡Síii! — Asintió mientras se separaba lentamente de su pecho, dejando ver una tímida sonrisa adornarse en sus labios, el agarre que mantenía en la camiseta de Nabi pareció aflojarse y la mano que lo rodaba volvió a ella junto con los dos dangos que quedaban. — Pero, Nabi-kun, ¿y tus dangos? — Preguntó señalando sus manos vacías. — ¿Quieres uno de los míos? No es justo que tu no comas... ¡Los has comprado tú!
Y estiró su corto brazo para que el rubio pudiese tomar la pequeña bolita del medio.
Evitó reír por la situación, pero no podía hacerlo porque simplemente no pudo evadir la imagen de aquel oso gigantesco ocupando la mitad de su cuarto. Era bastante cómico pues cada vez que entraba en ella Nabi acudía a su mente en forma de oso saludándola con voz mezclada con caramelo, o miel. Luego negó con la cabeza lentamente.
— No necesito más osos, Nabi-kun. — Murmuró en voz baja mientras seguía pegada a su camiseta ya empapada por las pequeñas lágrimas de la joven.
— Venga, calmate y acabate los dangos, que se van a recalentar, no me voy a ningún lado.
— ¡Síii! — Asintió mientras se separaba lentamente de su pecho, dejando ver una tímida sonrisa adornarse en sus labios, el agarre que mantenía en la camiseta de Nabi pareció aflojarse y la mano que lo rodaba volvió a ella junto con los dos dangos que quedaban. — Pero, Nabi-kun, ¿y tus dangos? — Preguntó señalando sus manos vacías. — ¿Quieres uno de los míos? No es justo que tu no comas... ¡Los has comprado tú!
Y estiró su corto brazo para que el rubio pudiese tomar la pequeña bolita del medio.