2/06/2017, 22:21
Ahí estaba yo, pensando en la cuarta guerra shinobi mundial que se iba a desatar si insistía más a Eri-hime sobre nuestro asunto no resuelto. Estaba claro que me dejaría de lado y no me querría ni ver si no paraba de decirle, oye, te amo, y tú me has dicho que me amas, y te amo, besame, bandida. No, no, ese no era un buen plan. ¿Pero entonces qué? Necesitaba pensar algo, ya me había declarado, no tenía ningún otro paso romantico en mente.
¿Qué se hace cuando te declaras, te dicen que sí pero despues se hace la loca?
— ¡Espabila! —
Era la voz de Eri, desde el lavabo. Me iba a levantar cuando la puerta se abrió y ella se acercó rápidamente. Normalmente me hubiera levantado igual, sin embargo, mi mente procesó algo que había dejado desprocesado hasta que tuvo a la kunoichi delante.
Eri-hime se acababa de duchar en mi apartamento y estaba usando mi ropa. Se plantó ante mi, bañandose bajo la luz de la luna, cubierta unicamente con una de mis camisetas de manga corta y su ropa interior, con el pelo mojado y las mejillas sonrosadas. Mis huevos tocaron el suelo, al igual que mi boca, que se abrió de par en par sin que yo quisiera siquiera decir nada.
— Nabi-kun... —
Su tono de voz no era el feliz y despreocupado de siempre, sino una mezcla de vergüenza y excitación. Cosa que hizo que mi sonrojo se hiciera más que notorio, por suerte, la luz no bañaba el sofa así que era más díficil de ver si sus ojos no estaban acostumbrados a la oscuridad. Sus delicadas manos cogieron mis mejillas y se inclinó para posar sus labios sobre los mios.
Dudé, durante un segundo, decidí, durante el otro segundo, y me dejé llevar el resto de segundos. La agarré y pegué su cuerpo al mio, tumbandola en el sofa sin despegar nuestros labios. Y correspondí su beso, y la besé yo, una y otra vez. Pasé mi mano por detrás de su cabeza, acariciando su humedo pelo. Hasta que separé mi boca de la suya y clavé mis ojos en los suyos, ambos teniamos la cabeza apoyada en el reposabrazos del sofa, nuestros alientos se mezclaban formando la más dulce de las fragancias.
No dudé, ni un segundo, no había nada que decidir y me dejé llevar, por todo lo que una vez quise decir y lo dije.
— Te amo, Furukawa Eri.
Un susurro, esa es la forma en la que se dicen las palabras que de verdad sientes. Cambiaba mi mirada entre sus orbes, para que ninguno de los dos se sintiera discriminado.
¿Qué se hace cuando te declaras, te dicen que sí pero despues se hace la loca?
— ¡Espabila! —
Era la voz de Eri, desde el lavabo. Me iba a levantar cuando la puerta se abrió y ella se acercó rápidamente. Normalmente me hubiera levantado igual, sin embargo, mi mente procesó algo que había dejado desprocesado hasta que tuvo a la kunoichi delante.
Eri-hime se acababa de duchar en mi apartamento y estaba usando mi ropa. Se plantó ante mi, bañandose bajo la luz de la luna, cubierta unicamente con una de mis camisetas de manga corta y su ropa interior, con el pelo mojado y las mejillas sonrosadas. Mis huevos tocaron el suelo, al igual que mi boca, que se abrió de par en par sin que yo quisiera siquiera decir nada.
— Nabi-kun... —
Su tono de voz no era el feliz y despreocupado de siempre, sino una mezcla de vergüenza y excitación. Cosa que hizo que mi sonrojo se hiciera más que notorio, por suerte, la luz no bañaba el sofa así que era más díficil de ver si sus ojos no estaban acostumbrados a la oscuridad. Sus delicadas manos cogieron mis mejillas y se inclinó para posar sus labios sobre los mios.
Dudé, durante un segundo, decidí, durante el otro segundo, y me dejé llevar el resto de segundos. La agarré y pegué su cuerpo al mio, tumbandola en el sofa sin despegar nuestros labios. Y correspondí su beso, y la besé yo, una y otra vez. Pasé mi mano por detrás de su cabeza, acariciando su humedo pelo. Hasta que separé mi boca de la suya y clavé mis ojos en los suyos, ambos teniamos la cabeza apoyada en el reposabrazos del sofa, nuestros alientos se mezclaban formando la más dulce de las fragancias.
No dudé, ni un segundo, no había nada que decidir y me dejé llevar, por todo lo que una vez quise decir y lo dije.
— Te amo, Furukawa Eri.
Un susurro, esa es la forma en la que se dicen las palabras que de verdad sientes. Cambiaba mi mirada entre sus orbes, para que ninguno de los dos se sintiera discriminado.
—Nabi—