4/06/2017, 23:53
(Última modificación: 29/07/2017, 02:41 por Amedama Daruu.)
Daruu se rascó bajo la nariz con un dedo, orgulloso, al ver que Ayame mostraba tanto entusiasmo por la cabaña que su madre poseía en Yachi.
—Pero... ¿Seguro que no habrá problema en que pasemos allí una noche?
—¡Claro que no! —contestó Daruu, justo al tiempo que las puertas del ascensor se abrían—. Es un sitio muy relajante además. Aunque según mi madre los Dojos son casi un paraíso. Cito textualmente, ¿eh? A saber cómo es ese sitio.
La lluvia les acogió como de costumbre cuando salieron del edificio. Karoi, que se había adelantado, se volteó hacia ellos y entrecerró los ojos, observándolos con una sonrisa picaresca que le recordaba, quizás demasiado, a las que solía exhibir su madre cuando...
—Bueeeeeno, ahora que estamos lejos de los ojos de ese padre tuyo, decidme. Con confianza. ¿Sois novios?
Daruu se puso rojo como una rodaja de peperoni recién salida del horno descansando sobre una masa cubierta de queso. Si aquella escena fuera una película de dibujos animados, ahora mismo de sus orejas estaría saliendo humo, y habría un efecto sonoro de olla a presión calentándose en los fogones.
—¡¿Q... QUÉ?! N... no... nosotros somos amigos... compañeros de equipo, nada más. ¿A que sí, Daruu-kun?
—S-s-s-s-s-sí. V-vámonos, que se va a hacer tarde y a-anochecerá antes de que lleguemos a Yachi. —Se cubrió con la capucha de su chaqueta, pese a que rara vez solía hacerlo, y pasó como una centella al lado de Karoi.
Karoi resultó ser un tipo bastante parecido a su madre, lo cual derivó inevitablemente en que Daruu se acostumbró a su presencia bastante rápido. Pese a lo avergonzados que se sintieron los muchachos durante los primeros minutos de estar con él por sus incisivas preguntas, muy pronto estaban riendo juntos ante la vista de un perro con chubasquero a las afueras de Ame, que, junto a su dueño Inuzuka, corría entre el trigo como si no hubiera visto jamás una planta, con las patas espatarradas y dando brincos. Más tarde encontraron una charca con dos patos que estaban peleándose por una bota. Entre una cosa y otra, el viaje hasta El Túnel se les hizo ameno.
—Ya, pero es que, lo siento mucho. Pero está averiado, Karoi-san —les explicó un chunin que guardaba la entrada este del Túnel—. Podéis entrar igual... Al menos para no zamparos todas las Llanuras de la Tempestad Eterna.
«Genial, ¡qué fastidio!»
—Pero entonces... ¿No es un día entero de viaje de parte a parte?
—Sí, pero supongo que lo preferiréis a intentar acampar ahí fuera, en las Llanuras de la Tempestad. Moriríais.
Daruu refunfuñó por lo bajo. Ante una señal y una sonrisa resignada de Karoi, el trío se internó en El Túnel. Era un pasadizo muy amplio, con dos pasarelas anchísimas, una de ida y una de vuelta. Que por supuesto y tal y como les habían dicho, estaban paradas. Para gozo de todos, la iluminación del túnel estaba en perfecto estado, así que no sería más que un largo, largo trecho sin nada que hacer ni ver.
—Esto va a ser un asco.
—Pero... ¿Seguro que no habrá problema en que pasemos allí una noche?
—¡Claro que no! —contestó Daruu, justo al tiempo que las puertas del ascensor se abrían—. Es un sitio muy relajante además. Aunque según mi madre los Dojos son casi un paraíso. Cito textualmente, ¿eh? A saber cómo es ese sitio.
La lluvia les acogió como de costumbre cuando salieron del edificio. Karoi, que se había adelantado, se volteó hacia ellos y entrecerró los ojos, observándolos con una sonrisa picaresca que le recordaba, quizás demasiado, a las que solía exhibir su madre cuando...
—Bueeeeeno, ahora que estamos lejos de los ojos de ese padre tuyo, decidme. Con confianza. ¿Sois novios?
Daruu se puso rojo como una rodaja de peperoni recién salida del horno descansando sobre una masa cubierta de queso. Si aquella escena fuera una película de dibujos animados, ahora mismo de sus orejas estaría saliendo humo, y habría un efecto sonoro de olla a presión calentándose en los fogones.
—¡¿Q... QUÉ?! N... no... nosotros somos amigos... compañeros de equipo, nada más. ¿A que sí, Daruu-kun?
—S-s-s-s-s-sí. V-vámonos, que se va a hacer tarde y a-anochecerá antes de que lleguemos a Yachi. —Se cubrió con la capucha de su chaqueta, pese a que rara vez solía hacerlo, y pasó como una centella al lado de Karoi.
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Karoi resultó ser un tipo bastante parecido a su madre, lo cual derivó inevitablemente en que Daruu se acostumbró a su presencia bastante rápido. Pese a lo avergonzados que se sintieron los muchachos durante los primeros minutos de estar con él por sus incisivas preguntas, muy pronto estaban riendo juntos ante la vista de un perro con chubasquero a las afueras de Ame, que, junto a su dueño Inuzuka, corría entre el trigo como si no hubiera visto jamás una planta, con las patas espatarradas y dando brincos. Más tarde encontraron una charca con dos patos que estaban peleándose por una bota. Entre una cosa y otra, el viaje hasta El Túnel se les hizo ameno.
—Ya, pero es que, lo siento mucho. Pero está averiado, Karoi-san —les explicó un chunin que guardaba la entrada este del Túnel—. Podéis entrar igual... Al menos para no zamparos todas las Llanuras de la Tempestad Eterna.
«Genial, ¡qué fastidio!»
—Pero entonces... ¿No es un día entero de viaje de parte a parte?
—Sí, pero supongo que lo preferiréis a intentar acampar ahí fuera, en las Llanuras de la Tempestad. Moriríais.
Daruu refunfuñó por lo bajo. Ante una señal y una sonrisa resignada de Karoi, el trío se internó en El Túnel. Era un pasadizo muy amplio, con dos pasarelas anchísimas, una de ida y una de vuelta. Que por supuesto y tal y como les habían dicho, estaban paradas. Para gozo de todos, la iluminación del túnel estaba en perfecto estado, así que no sería más que un largo, largo trecho sin nada que hacer ni ver.
—Esto va a ser un asco.