5/06/2017, 20:15
(Última modificación: 29/07/2017, 02:41 por Amedama Daruu.)
El grupo continuó su viaje hacia los túneles que conectaban los dos extremos de las Llanuras de la Tempestad Eterna. El viaje resultó mucho más ameno de lo que en un principio podía haber imaginado. Pese a los recelos del principio, su tío resultó ser una persona muy agradable y divertida; prácticamente la contraparte de su padre. Pronto comprendió que muchas de las puyas que soltaba, como la pregunta de antes de si eran novios, eran solamente para picarles pero jamás sobrepasaba la línea de lo absolutamente molesto. Entre las anécdotas del viaje se contaron el encuentro con un adorable perro vestido con chubasquero que corría junto a su dueño entre el trigo con las patas espatarradas, haciendo todo lo posible porque las plantas no rozaran su tripa; y los dos patos que encontraron en una charca peleándose por una bota. A Ayame prácticamente la tuvieron que arrastrar lejos de los animales para que los dejara en paz y pudieran continuar con la travesía.
Sin embargo, no todo iba a ser tan sencillo. Y eso iban a descubrirlo nada más llegaron a la entrada del túnel.
—Ya, pero es que, lo siento mucho. Pero está averiado, Karoi-san —les explicaba un chunin que guardaba la entrada este del Túnel—. Podéis entrar igual... Al menos para no zamparos todas las Llanuras de la Tempestad Eterna.
—Pero entonces... ¿No es un día entero de viaje de parte a parte? —preguntó Daruu.
—Sí, pero supongo que lo preferiréis a intentar acampar ahí fuera, en las Llanuras de la Tempestad. Moriríais.
Ayame hundió los hombros. Desde luego, cualquier cosa era preferible a encontrarse a la intemperie. Las Llanuras de la Tempestad Eterna no eran, precisamente, una zona indulgente. Ni su nombre venía dado por la simple casualidad. Aquellas llanuras eran la región más tormentosa del país, con fuertes rachas de viento permanentes que traían consigo más y más nubes cargadas de rayos y lluvia. Incluso para la gente de Amegakure, acostumbrada a vivir bajo las tormentas, aquello era demasiado. No en vano nadie vivía allí.
—Bueno, qué se le va a hacer... —sonrió Karoi, resignado. Les hizo una seña con la mano a los dos genin—. Vamos, chicos.
Y así se internaron de todas maneras en el túnel. El lugar en cuestión era una larguísima galería que se alargaba hasta donde les alcanzaba la vista. Dos pasarelas paralelas, realmente anchas, hacían sus veces de pasadizos de ida y vuelta pero en aquellos instantes estaban totalmente detenidas. Por suerte, sobre todo para Ayame, la iluminación seguía funcionando con total normalidad. Lo último que le faltaba en aquellos instantes era quedarse a oscuras en un sitio tan tenebroso como aquel.
—Esto va a ser un asco —soltó Daruu.
—Menuda casualidad, justo ahora que los ninjas de Amegakure tenemos que ir al torneo —dijo Ayame, con un resoplido—. ¿Qué habrá pasado?
—A saber. Pero de poco nos sirve lamentarnos. Ahora sólo nos queda seguir adelante... y no aburrirnos demasiado. ¿Jugamos al veo-veo?
—¿Al veo-veo? ¿Aquí? —rio Ayame.
Sin embargo, no todo iba a ser tan sencillo. Y eso iban a descubrirlo nada más llegaron a la entrada del túnel.
—Ya, pero es que, lo siento mucho. Pero está averiado, Karoi-san —les explicaba un chunin que guardaba la entrada este del Túnel—. Podéis entrar igual... Al menos para no zamparos todas las Llanuras de la Tempestad Eterna.
—Pero entonces... ¿No es un día entero de viaje de parte a parte? —preguntó Daruu.
—Sí, pero supongo que lo preferiréis a intentar acampar ahí fuera, en las Llanuras de la Tempestad. Moriríais.
Ayame hundió los hombros. Desde luego, cualquier cosa era preferible a encontrarse a la intemperie. Las Llanuras de la Tempestad Eterna no eran, precisamente, una zona indulgente. Ni su nombre venía dado por la simple casualidad. Aquellas llanuras eran la región más tormentosa del país, con fuertes rachas de viento permanentes que traían consigo más y más nubes cargadas de rayos y lluvia. Incluso para la gente de Amegakure, acostumbrada a vivir bajo las tormentas, aquello era demasiado. No en vano nadie vivía allí.
—Bueno, qué se le va a hacer... —sonrió Karoi, resignado. Les hizo una seña con la mano a los dos genin—. Vamos, chicos.
Y así se internaron de todas maneras en el túnel. El lugar en cuestión era una larguísima galería que se alargaba hasta donde les alcanzaba la vista. Dos pasarelas paralelas, realmente anchas, hacían sus veces de pasadizos de ida y vuelta pero en aquellos instantes estaban totalmente detenidas. Por suerte, sobre todo para Ayame, la iluminación seguía funcionando con total normalidad. Lo último que le faltaba en aquellos instantes era quedarse a oscuras en un sitio tan tenebroso como aquel.
—Esto va a ser un asco —soltó Daruu.
—Menuda casualidad, justo ahora que los ninjas de Amegakure tenemos que ir al torneo —dijo Ayame, con un resoplido—. ¿Qué habrá pasado?
—A saber. Pero de poco nos sirve lamentarnos. Ahora sólo nos queda seguir adelante... y no aburrirnos demasiado. ¿Jugamos al veo-veo?
—¿Al veo-veo? ¿Aquí? —rio Ayame.