8/06/2017, 10:55
(Última modificación: 29/07/2017, 02:42 por Amedama Daruu.)
Daruu se acercó a sus compañeros sacudiéndose el polvo de la ropa y tosiendo tierra. «Joder, qué asco, y qué dolor, y qué asco», se repetía a sí mismo.
—¡Todos bien! ¡Ha sido muy divertido! —contestó Karoi al encargado de vigilar el túnel, que suspiró y se limpió el sudor de la frente.
Daruu levantó una ceja y lo miró incrédulo.
—¿Estás de broma, no? —exclamó Ayame, indignada. Daruu asintió, con el entrecejo fruncido, y se cruzó de brazos.
—¡No! ¡Ha sido como si voláramos!
—...por los aires, después de que nos estallara una bomba en el culo —gruñó Daruu. Resopló y se dio la vuelta—. En fin... Si nos damos prisa, en un par de horas estaremos en Yachi, antes de que anochezca. Allí podremos descansar, y a la hora de comer de mañana habremos llegado a los dojos. Vamos, hacia el sur.
El trío retomó el viaje hacia el sur, unos cojeando, otros tosiendo, otros acariciándose el trasero y preguntándose a qué dios macabro habían ofendido esta vez.
A lo lejos, las montañas del Valle de los Dojos habían comenzado a verse a simple vista desde hacía un tiempo. Sólo habían tenido que caminar en su dirección para acabar topándose con Yachi, el pueblecito de huertos de calabaza. Daruu les condujo un poco más allá, hasta el acantilado por el que la mayoría de la gente conocía Yachi en realidad. Allí había un sendero que bajaba zigzagueando por el cañón como una serpiente enroscada.
—Cuidado, no caminéis cerca del borde —advirtió Daruu—. Probablemente sólo caigais al siguiente segmento de camino, pero el tortazo no es pequeño.
El trío descendió despacio por el sendero hasta llegar al valle entre los dos lados del corte, de una hierba verde brillante y un río de aguas cristalinas; un ninja de Amegakure no estaba acostumbrado a ver esas cosas, pero para Daruu aquél era un segundo hogar ya. Señaló una cabaña de considerable tamaño, a cincuenta metros, y sonrió:
—¡Allí es! Fijáos qué bonito. Aún no sé cómo consiguió mi madre esta cabaña, pero es la leche —dijo—. Sobretodo porque no hay mucha gente que conozca el sendero por el que hemos bajado. Está bastante aislada. Cuando quiero un poco de tranquilidad o naturaleza, incluso entrenar, me vengo aquí unos días.
Daruu giró la llave en la cerradura y abrió la puerta, que chirrió con un gemido de abandono. La casa estaba un poco sucia y olía a cerrado, pero era desde luego espectacular. De madera, desde la entrada se extendía un pasillo corto con una escalera al final y dos puertas a sendos lados. La de la izquierda llevaba a un salón, con un sofá, una mesa baja, un armario con todo tipo de libros, cómics y figuras y una gruesa televisión de Amegakure para ver cintas de vídeo. A la derecha, había una amplia cocina con nevera, lavadora, una pila, dos fogones y un horno de los buenos, prueba de que su madre era pastelera de profesión y de corazón. Una isla descansaba en medio de la cocina, aportando más espacio para cocinar.
Las escaleras del fondo subían a las habitaciones y el baño. Habían tres habitaciones: la de su madre, la de invitados, con dos camas, y la del propio Daruu, decorada con cortinas y edredón verdes. Contenía un escritorio, un baúl y un armario también repleto de libros y cómics varios.
—Podréis dormir en la habitación de invitados. ¡Sentíos como en casa!
—¡Todos bien! ¡Ha sido muy divertido! —contestó Karoi al encargado de vigilar el túnel, que suspiró y se limpió el sudor de la frente.
Daruu levantó una ceja y lo miró incrédulo.
—¿Estás de broma, no? —exclamó Ayame, indignada. Daruu asintió, con el entrecejo fruncido, y se cruzó de brazos.
—¡No! ¡Ha sido como si voláramos!
—...por los aires, después de que nos estallara una bomba en el culo —gruñó Daruu. Resopló y se dio la vuelta—. En fin... Si nos damos prisa, en un par de horas estaremos en Yachi, antes de que anochezca. Allí podremos descansar, y a la hora de comer de mañana habremos llegado a los dojos. Vamos, hacia el sur.
El trío retomó el viaje hacia el sur, unos cojeando, otros tosiendo, otros acariciándose el trasero y preguntándose a qué dios macabro habían ofendido esta vez.
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A lo lejos, las montañas del Valle de los Dojos habían comenzado a verse a simple vista desde hacía un tiempo. Sólo habían tenido que caminar en su dirección para acabar topándose con Yachi, el pueblecito de huertos de calabaza. Daruu les condujo un poco más allá, hasta el acantilado por el que la mayoría de la gente conocía Yachi en realidad. Allí había un sendero que bajaba zigzagueando por el cañón como una serpiente enroscada.
—Cuidado, no caminéis cerca del borde —advirtió Daruu—. Probablemente sólo caigais al siguiente segmento de camino, pero el tortazo no es pequeño.
El trío descendió despacio por el sendero hasta llegar al valle entre los dos lados del corte, de una hierba verde brillante y un río de aguas cristalinas; un ninja de Amegakure no estaba acostumbrado a ver esas cosas, pero para Daruu aquél era un segundo hogar ya. Señaló una cabaña de considerable tamaño, a cincuenta metros, y sonrió:
—¡Allí es! Fijáos qué bonito. Aún no sé cómo consiguió mi madre esta cabaña, pero es la leche —dijo—. Sobretodo porque no hay mucha gente que conozca el sendero por el que hemos bajado. Está bastante aislada. Cuando quiero un poco de tranquilidad o naturaleza, incluso entrenar, me vengo aquí unos días.
Daruu giró la llave en la cerradura y abrió la puerta, que chirrió con un gemido de abandono. La casa estaba un poco sucia y olía a cerrado, pero era desde luego espectacular. De madera, desde la entrada se extendía un pasillo corto con una escalera al final y dos puertas a sendos lados. La de la izquierda llevaba a un salón, con un sofá, una mesa baja, un armario con todo tipo de libros, cómics y figuras y una gruesa televisión de Amegakure para ver cintas de vídeo. A la derecha, había una amplia cocina con nevera, lavadora, una pila, dos fogones y un horno de los buenos, prueba de que su madre era pastelera de profesión y de corazón. Una isla descansaba en medio de la cocina, aportando más espacio para cocinar.
Las escaleras del fondo subían a las habitaciones y el baño. Habían tres habitaciones: la de su madre, la de invitados, con dos camas, y la del propio Daruu, decorada con cortinas y edredón verdes. Contenía un escritorio, un baúl y un armario también repleto de libros y cómics varios.
—Podréis dormir en la habitación de invitados. ¡Sentíos como en casa!