9/06/2017, 16:31
Tras algo más de media hora caminando a través de la Aldea, había llegado por fin hasta prácticamente el centro de la misma donde se ubicaba el enorme dojo que acogía en su interior la oficina del Morikage. Un enorme edificio realizado enteramente en madera y papel de arroz, al estilo de los edificios más tradicionales de todo el país de la Hierba.
Aquel lugar era importante a la par que imponente para todos aquellos considerados shinobis de Kusagakure, pero para Izumi lo era aún más. No sólo era el centro de su mundo como kunoichi, si no que además acogía la oficina y aposentos del hombre al que admiraba hasta casi la idolatría: Moyashi Kenzou.
Se detuvo frente a la puerta, aún al otro lado de la valla que daba acceso al puente que separaba a la construcción del resto de la ciudad. No podía evitar ponerse nerviosa cada vez que se acercaba hasta allí, quizás ese día tuviese la suerte de verlo aunque fuera de lejos... o incluso ser saludada "¡Tranquilízate Izumi" la sola idea hacia que su corazón casi se desbocase como un caballo asustado por un petardo "¡Has venido un montón de veces y sabes como acaba esto siempre, no te hagas estúpidas ilusiones!" aún así, no era capaz de dominarse.
Se golpeo la cabeza para tratar de recuperar la compostura "¡Deja de comportarte como una maldita cría!" se regañó así mismo tras el poderoso auto-coscorrón "¡¿Qué pensaría de tí si te viese de esta manera?!" respiró hondo tratando de reunir toda su voluntad "Me prometí no dejar de nuevo que las emociones me controlen... tengo que hacer un esfuerzo" tras su último encontronazo con el calvo de la sonrisa irritante, Izumi había decidido centrarse en controlar sus impulsos y carácter. Una gran empresa sin lugar a dudas, sobre todo para alguien acostumbrado a que todo el mundo haga siempre lo que ordena.
Tras unos instantes de control de la respiración, la chica se sintió lo suficientemente bajo control como para tomar la decisión de avanzar hacia la puerta y entrar a cumplir con su objetivo: Recoger el salvoconducto que le permitiría acceder al Valle de los Dojos en calidad de participante.
Una nueva bocanada de aire y se adelanto su pie derecho para iniciar el camino hacia la entrada del lugar, cruzó el umbral que separaba la calle de los terrenos del edificio y comenzó a cruzar el puente con paso tranquilo pero seguro.
"¡Allá vamos!"
Aquel lugar era importante a la par que imponente para todos aquellos considerados shinobis de Kusagakure, pero para Izumi lo era aún más. No sólo era el centro de su mundo como kunoichi, si no que además acogía la oficina y aposentos del hombre al que admiraba hasta casi la idolatría: Moyashi Kenzou.
Se detuvo frente a la puerta, aún al otro lado de la valla que daba acceso al puente que separaba a la construcción del resto de la ciudad. No podía evitar ponerse nerviosa cada vez que se acercaba hasta allí, quizás ese día tuviese la suerte de verlo aunque fuera de lejos... o incluso ser saludada "¡Tranquilízate Izumi" la sola idea hacia que su corazón casi se desbocase como un caballo asustado por un petardo "¡Has venido un montón de veces y sabes como acaba esto siempre, no te hagas estúpidas ilusiones!" aún así, no era capaz de dominarse.
Se golpeo la cabeza para tratar de recuperar la compostura "¡Deja de comportarte como una maldita cría!" se regañó así mismo tras el poderoso auto-coscorrón "¡¿Qué pensaría de tí si te viese de esta manera?!" respiró hondo tratando de reunir toda su voluntad "Me prometí no dejar de nuevo que las emociones me controlen... tengo que hacer un esfuerzo" tras su último encontronazo con el calvo de la sonrisa irritante, Izumi había decidido centrarse en controlar sus impulsos y carácter. Una gran empresa sin lugar a dudas, sobre todo para alguien acostumbrado a que todo el mundo haga siempre lo que ordena.
Tras unos instantes de control de la respiración, la chica se sintió lo suficientemente bajo control como para tomar la decisión de avanzar hacia la puerta y entrar a cumplir con su objetivo: Recoger el salvoconducto que le permitiría acceder al Valle de los Dojos en calidad de participante.
Una nueva bocanada de aire y se adelanto su pie derecho para iniciar el camino hacia la entrada del lugar, cruzó el umbral que separaba la calle de los terrenos del edificio y comenzó a cruzar el puente con paso tranquilo pero seguro.
"¡Allá vamos!"