11/06/2017, 16:52
A su saludo respondió una mujer de cabellos rojizos, que ocupaba su tiempo organizando el papeleo. Se le veía seria y diligente, pero sin duda se encontraba agobiada por el abusivo calor que mermaba las fuerzas de todos aquellos que no contaban con la fortuna de tener un día libre. La mujer comprobó su rango y procedió a entregarle un pergamino rojo con una misión que se ajustase a su nivel de experiencia.
“Bien, justo lo quería”, se dijo al ver que era una misión de rango D.
Con seguridad, a algunos jóvenes precoces les parecería insultante el que les asignaran trabajos de tan bajo calibre. Pero Kōtetsu se sabía falto de aquel orgullo ninja que empujaba a la gente a solicitar más de lo que quizás pudiese manejar. Para él cualquier trabajo resultaba ser una oportunidad para aprender sobre la villa, y eso estaba bien para alguien que necesitaba con urgencia aquel conocimiento.
—Muchas gracias. Que tenga buen día —dijo, con una leve reverencia que provoco que algunas vergonzosas gotas de sudor se desprendieran de sus sienes.
Decidió retirarse antes de que le llamasen la atención por ensuciar las baldosas del suelo con sus fluidos corporales. Se detuvo un instante en la puerta, un tanto temeroso de volver a enfrentarse a la luz de aquel astro inclemente. Finalmente salió a la calle, lugar donde se atrevió a abrir el pergamino para revisar su contenido. Tuvo que entornar los ojos para poder leer con tanta luz, pero las órdenes y el cometido le resultaban claros.
“Bien; dicen que la juventud es verano, que el verano es playa y que la playa es diversión”
Se permitió sonreír, sintiéndose optimista sobre lo venidero. Por un instante pensó en sentarse a esperar que pasara un coche que le llevase a la playa, pero con semejante calor terminaría derritiéndose sobre aquellos bancos de piedra caliente. Aguardo de pie por unos minutos, hasta que se dio cuenta de que con aquellas temperaturas nadie correría el riesgo de matar a sus caballos poniéndolos a dar vueltas por la villa.
Se ajusto el calzado, se limpio el sudor de la frente, se coloco su bandana, para demostrar que estaba en servicio, y se encamino hacia la playa. Sabía que llegaría empapado en sudor y un tanto cansado, pero eso no hizo mella en su determinación. Claro, lo que no sabía era en qué condiciones estaría la playa para cuando llegase, o lo que se encontraría en ella en cuanto pusiera un pie allí.
“Ya sabré que me depara la suerte en cuanto llegue al sitio” —Y se mantuvo repitiendo aquello hasta que hubo llegado a su destino.
“Bien, justo lo quería”, se dijo al ver que era una misión de rango D.
Con seguridad, a algunos jóvenes precoces les parecería insultante el que les asignaran trabajos de tan bajo calibre. Pero Kōtetsu se sabía falto de aquel orgullo ninja que empujaba a la gente a solicitar más de lo que quizás pudiese manejar. Para él cualquier trabajo resultaba ser una oportunidad para aprender sobre la villa, y eso estaba bien para alguien que necesitaba con urgencia aquel conocimiento.
—Muchas gracias. Que tenga buen día —dijo, con una leve reverencia que provoco que algunas vergonzosas gotas de sudor se desprendieran de sus sienes.
Decidió retirarse antes de que le llamasen la atención por ensuciar las baldosas del suelo con sus fluidos corporales. Se detuvo un instante en la puerta, un tanto temeroso de volver a enfrentarse a la luz de aquel astro inclemente. Finalmente salió a la calle, lugar donde se atrevió a abrir el pergamino para revisar su contenido. Tuvo que entornar los ojos para poder leer con tanta luz, pero las órdenes y el cometido le resultaban claros.
“Bien; dicen que la juventud es verano, que el verano es playa y que la playa es diversión”
Se permitió sonreír, sintiéndose optimista sobre lo venidero. Por un instante pensó en sentarse a esperar que pasara un coche que le llevase a la playa, pero con semejante calor terminaría derritiéndose sobre aquellos bancos de piedra caliente. Aguardo de pie por unos minutos, hasta que se dio cuenta de que con aquellas temperaturas nadie correría el riesgo de matar a sus caballos poniéndolos a dar vueltas por la villa.
Se ajusto el calzado, se limpio el sudor de la frente, se coloco su bandana, para demostrar que estaba en servicio, y se encamino hacia la playa. Sabía que llegaría empapado en sudor y un tanto cansado, pero eso no hizo mella en su determinación. Claro, lo que no sabía era en qué condiciones estaría la playa para cuando llegase, o lo que se encontraría en ella en cuanto pusiera un pie allí.
“Ya sabré que me depara la suerte en cuanto llegue al sitio” —Y se mantuvo repitiendo aquello hasta que hubo llegado a su destino.