18/06/2017, 01:43
Quedando todo zanjado, el Sakachiha dejó los linderos de aquella habitación y se dirigió a las afueras del local, donde finalmente se encontraría con el hombre que empuñó el hierro que terminó marcando su hombro, y su vida. No obstante, a su lado no sólo yacía Riko, en silencio —ligeramente apartado hasta la puerta de salida, probablemente apartado de la conversación que los presentes estuviesen teniendo— sino también lo que parecía ser un espécimen desconocido, azul, y con una bandana ninja decorando la parte frontal de su cabeza.
El símbolo era irreconocible: se trataba de un ninja de Amegakure.
El escualo, cuya estatura y contextura le hacía suponer a cualquier que no tendría más de quince años, volteó a ver al recién llegado y le regaló una de sus tantas elocuentes sonrisas, donde una vez más, dejaría entrever el manojo de dientes afilados que adornaban su boca. Era uno de sus atributos más destacados, que junto con el color de su piel, por supuesto, daban la certeza —aunque falsa, desde luego— de que él no era humano. Pero lo era, tanto como Shinjaka, o el mismísimo Datsue.
—Vaya, vaya, pero si es el hombre del momento. El crío del remolino que se ha ganado la marca de uno de los herreros más envidiados de la ciudad, y así también su favor. ¿Qué es lo que tiene éste tipo, eh, Shinjaka, para ser merecedor de ese jodido "honor"?
—Una buena lengua, sin duda. Y agallas, como sinónimo de valiente, claro; y no a la locución que usan coloquialmente para referirse al par de branquias que adornan tu cuello, mi querido Kaido.
El escualo se chupó los dientes, y avanzó hasta las cercanías de Datsue. Extendió su mano, y le quedó mirando fijo, con la curiosidad de quien se sabe frente a un potencial enemigo a futuro.
—Entonces es un gusto, Datsue el Valiente.
El símbolo era irreconocible: se trataba de un ninja de Amegakure.
El escualo, cuya estatura y contextura le hacía suponer a cualquier que no tendría más de quince años, volteó a ver al recién llegado y le regaló una de sus tantas elocuentes sonrisas, donde una vez más, dejaría entrever el manojo de dientes afilados que adornaban su boca. Era uno de sus atributos más destacados, que junto con el color de su piel, por supuesto, daban la certeza —aunque falsa, desde luego— de que él no era humano. Pero lo era, tanto como Shinjaka, o el mismísimo Datsue.
—Vaya, vaya, pero si es el hombre del momento. El crío del remolino que se ha ganado la marca de uno de los herreros más envidiados de la ciudad, y así también su favor. ¿Qué es lo que tiene éste tipo, eh, Shinjaka, para ser merecedor de ese jodido "honor"?
—Una buena lengua, sin duda. Y agallas, como sinónimo de valiente, claro; y no a la locución que usan coloquialmente para referirse al par de branquias que adornan tu cuello, mi querido Kaido.
El escualo se chupó los dientes, y avanzó hasta las cercanías de Datsue. Extendió su mano, y le quedó mirando fijo, con la curiosidad de quien se sabe frente a un potencial enemigo a futuro.
—Entonces es un gusto, Datsue el Valiente.